Queridísima Iglesia del Señor (porción del Pueblo santo de Dios, que vive y celebra a Cristo Resucitado, aquí, en Alhama -ahí entramos todos: en esa Iglesia que está formada por el pueblo, por las hermanas, por los sacerdotes también);
saludo muy especialmente a D. Víctor, a vuestro párroco, pero también a D. José, párroco de la parroquia del Santo Ángel, que viene acompañando a las hermanas. Ahí está el otro sacerdote, que no está concelebrando, pero que está también con nosotros (a D. Javier, sacerdote de aquí, de la zona, que también ha querido unirse a este momento de alegría para todos. A D. Carlos, que nos ayuda en Moraleda de Zafallona y en otros pueblecitos del alrededor);
saludo a mis dos hermanas (yo hubiera querido que todavía fuerais las tres, pero el Señor ha dispuesto de otra manera y quiso que una de vosotras tres estuviera ya con Él, hace unos meses, cuando ya sabíamos que iban a venir las hermanas. El día del Viernes de Dolores, celebrando en la Virgen del Carmen, yo daba la buena noticia de vuestra llegada inmediata aquí. Estamos celebrando la Pascua):
saludo también a mis queridas hermanas de la Fraternidad Reparadora que estáis aquí, también en vuestra casa:

Lo que estamos celebrando es que Cristo vive. Eso es lo que celebramos en la Pascua del Señor. Hace apenas una semana y media, y eso es lo que vamos a celebrar estos 50 días. Y como las lecturas de los Hechos de los Apóstoles, aquellos hombres, que eran tan cobardes que el mismo Pedro, la noche en que Jesús iba a ser entregado le daba vergüenza decir que era amigo suyo, allí, en el fuego, por la noche, en la casa del Sumo Sacerdote, entre los criados y la gente que había allí calentándose mientras tenía lugar el juicio.

Pero aquellos hombres cobardes, pueblerinos, eran de Galilea -pescadores de Galilea la mayoría de ellos. Y así, fueron transformados por aquel Acontecimiento que ha cambiado la historia del mundo. La Resurrección de Jesucristo no es una idea cristiana, no es una idea que nosotros…, nadie podría inventarse algo tan disparatado. No era una idea que estaba en el mundo judío, ni en el mundo helenista donde nadie deseaba la resurrección porque pensaban que las almas estaban más libres si no tuvieran cuerpo. Por lo tanto, nadie quería que el cuerpo resucitara.

Los judíos que esperaban la resurrección esperaban el fin del mundo y la resurrección de todos, a la vez, de un golpe. Decir que un hombre había vencido a la muerte, un hombre al que habían visto morir además, y morir como murió Jesús, era algo impensable. Es algo que se les impuso a ellos, y que se nos impone a nosotros. Yo sé que no ha habido nunca, nadie, nadie ha vuelto, sólo lo decís y lo oís decir miles de veces: “Nadie ha vuelto para contarnos del otro lado”. Pues, no, nadie ha vuelto. El ser humano vive una vez y muere.

Sólo hay alguien que vino, murió y está vivo, y vemos los frutos de ese Hecho. Nosotros no lo hemos presenciado y que nunca podríamos presenciar. Le pasa lo que a la Creación, que tiene lugar entre la Creación y lo eterno, entonces, nadie ha visto el comienzo de la Creación, sólo Dios. Porque habría que estar fuera del mundo para verlo y cuando nosotros nacemos, ya estamos dentro del mundo. Y siempre estamos dentro del mundo. Por lo tanto, podemos asomarnos, podemos oírla, nos damos cuenta de que nosotros no nos hemos dado la vida, ni nuestros padres nos la han dado. Nuestros padres han sido un instrumento de algo muy grande, sin duda, pero no nos han fabricado, no son ellos los que nos han fabricado, porque si no un niño que se rompe la mano, podría volver a casa y decirle a sus padres “hazme otra”. O un niño que se hace daño en un ojo y lo pierde podría decir, “fabrícame otro”. Somos criaturas que no nos hemos dado la vida a nosotros mismos. Que la hemos recibido y que nos damos cuenta de que la hemos recibido. Eso nos diferencia de las demás criaturas: de las plantas, minerales… también de los animales.

Y esa diferencia la expresa la Biblia de una manera muy sencilla: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza de Dios”. Hay como una semilla a imagen de Dios en nuestro corazón. Una semilla que nos hace anhelar una felicidad que no se acabe. Que nos hace anhelar el bien, la verdad, la belleza. Y algo que resume las tres cosas es el amor. Pero, no. Ni nos vale un amor cualquier, ni una belleza cualquiera, ni una verdad cualquiera. Necesitamos un amor infinito. Necesitamos una belleza que no canse. Necesitamos una alegría que no tenga resaca. La buscamos, la anhelamos, estamos hechos para ella. El nombre de eso que anhelamos se llama Dios. Anhelamos a Dios.

San Agustín lo dijo de una manera muy bella y muy sencilla: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Y eso nos lo ha revelado Tu Hijo, que nos ha revelado que Dios es Amor, y que nos amaba de tal manera que, conociéndonos, conociendo nuestra pobreza, nuestras mezquindades, nuestras pequeñeces (lo repetitivo y lo aburrido de nuestros pecados), conociendo todo eso el Señor no sólo no ha dejado de querernos, sino que no se ha avergonzado de ir hasta un amor extremo. Lo dijo el Señor en la víspera de la Última Cena, en la víspera de Su muerte: “No hay amor más grande que dar la vida por aquellos a los que uno ama”. El cristianismo consiste en la experiencia de que ese Amor funda una humanidad nueva. Y lo que la Iglesia anuncia en la Pascua es simplemente eso: Jesús no es un maestro que nos enseñó a portarnos bien. Jesús es Dios mismo que nos abraza en Cristo, que nos revela Su amor infinito y que nos abre a la posibilidad de una vida verdaderamente nueva.

Eso es lo que la Iglesia anuncia. A mi me gusta recordarlo con una palabra que solía decir san Juan Pablo II, que la dijo en alguna ocasión: “La Iglesia es portadora de un mensaje para el mundo”. Ese mensaje se resume en esta frase: “La Iglesia desea gritarle, decirle al corazón de cada hombre y de cada mujer ‘Dios te ama, Cristo ha venido por ti’”. Pero no dice “Dios te quiso hace dos mil años”, o “Dios entregó a Su Hijo hace dos mil años a la muerte” y aquello es un recuerdo que nos puede ayudar a nosotros a portarnos bien. No, Cristo está vivo. Por lo tanto, Dios te ama. El Amor de Dios está presente. Dios te ama en Su Hijo. Dios te comunica Su Espíritu, te da una vida nueva.

El Señor ha venido a nosotros y se encarnó -es verdad- una vez nada más. Porque no se disfrazó de hombre para pasearse por aquí. Vivió una vida de hombre, murió una muerte de hombre, bajó a los infiernos. Eso no significa que bajó a lo que nosotros llamamos “infierno”. Bajó al lugar de los muertos. Murió verdaderamente. Se identificó con nuestra muerte. Pero, al morir, dejó sembrada en esta tierra, en nuestra humanidad, la semilla de una vida eterna. Y esa semilla de vida eterna es lo que vive en nosotros, lo que vive en la Iglesia. Y aquello de lo que la Iglesia es portadora.

Ojalá lo seamos no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras vidas: que Cristo está vivo y que tiene el poder de transformar nuestra desesperanza en alegría, nuestro temor en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Nuestra ansiedad y nuestros miedos, liberarnos de ellos para vivir justamente como hijos de Dios, conscientes de que el amor de Dios tiene la victoria final. Siempre. La va a tener siempre. Y que nuestro destino y lo que nos aguarda en la muerte y al otro lado de la muerte es el abrazo sin límites de un amor infinitamente más bello que nada que podamos haber conocido, conocer, o imaginarnos en nuestra vida.

La alegría de esta tarde es que vuestras vidas -las de las dos hermanas clarisas que estáis aquí- proclaman que Cristo está vivo. Pero en nuestro ambiente podemos tener a veces la tentación de pensar que el mundo cambia, porque las personas parece que las que van a la Iglesia tienden a ser personas mayores, y como que eso es una cosa de tiempos pasados que evolucionan, y que cambian, y que no es del presente. No, vuestras presencia aquí -y ahora me dirijo a las hermanas de la familia del Verbo Encarnado que os vais a quedar aquí en Alhama- pone muy de manifiesto que Cristo está vivo; que sigue enamorando el corazón de unas mujeres que podrían haber hecho cualquier otra cosa en la vida y que, sin embargo, encuentran a Cristo y el amor de Cristo las seduce de tal manera que entregáis vuestra vida a vivir en un monasterio contemplativo, orando, intercediendo por la Iglesia y por este mundo tan herido.

Y sirviendo de paño de lágrimas, porque mi experiencia es que a los monasterios la gente acude a dejar sus penas y a dejar sus dolores, y a pedir oraciones. Y uno siempre se las lleva. Y a veces, han pasado diez años, o quince años, desde que estuviste una ratito, una vez, en un monasterio, y se acuerdan perfectamente de lo que pediste, por qué pediste y siguen pidiendo por aquello.

¡Gracias! Ha sido una historia bellísima. A Víctor no se le va a olvidar nunca. Y a mí tampoco. Llevamos unos años buscando que el Señor respondiera y me comentaba ahora en la sacristía improvisada, ahí, en el locutorio, que para que viéramos que esta historia la hacía la Virgen, que hace muchos años alguna familia trajo al monasterio una Virgen de Luján y que está ahora presidiendo el altar mayor.

La Virgen de Luján es la patrona de Argentina. Y las hermanas que vienen son de Argentina. El Señor hace las cosas muy bien. Sois, sobre todo, un signo de que Cristo está vivo. Y esta misma tarde, a eso de las cuatro, hablaba yo con Brasil, también para una historia de una comunidad de jóvenes dedicada a la evangelización de los jóvenes, nacida en Brasil hace nada más que treinta años, y que tiene una comunidad en Granada, donde han venido cinco misioneros. El fundador tiene cincuenta años ahora mismo, es todavía joven. Y en la ciudad donde nacieron, que es una ciudad de unos tres millones de habitantes que se llama Fortaleza, hay unos dos mil chicos y chicas consagrados en esa comunidad. Ayer renovaban sus promesas temporales dos chicos y dos chicas, en Granada. Celebraba yo la Eucaristía en su casa, y una de las chicas estaba de misionera en Budapest e hizo una petición en húngaro, otra está en Filipinas e hizo una petición en tagalo, otra la hizo en portugués (porque eran brasileños) y luego otra que ya lleva unos cuantos años en Granada… todos jóvenes, ninguno tiene más de 40 años. Que Cristo está vivo, de verdad, aunque no salga en la televisión ni en Netflix. El Señor no para de hacer cosas buenas y bellas.

Hoy Le damos gracias con mucha sencillez por eso. Porque Su vida es para nosotros la garantía de la vida eterna. Vuestra vida es para nosotros un testimonio de que Él vive y de que, por lo tanto, puede uno confiarle su vida a sus manos, porque Él no nos va a abandonar. Es más, la vida eterna de la que hablaba el Evangelio de hoy está vinculada a la fe. En un momento de ese mismo Evangelio de San Juan dice, “esta es la vida eterna”. Que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a Tu Enviado Jesucristo; quien conoce de verdad a Jesucristo, quien conoce a Cristo vivo como fuente de vida, como vida de nuestra vida, como aquel, a cuya imagen hemos sido creados. Y como dice la Carta a los Colosenses: “Todo ha sido creado por Él y para Él y todo tiene en Él su consistencia”. Aquel que es nuestra consistencia, la consistencia de los deseos buenos de nuestro corazón, de nuestro deseo de felicidad. La consistencia de nuestro deseo de felicidad y la consistencia de nuestro ser. La certeza de la esperanza que tenemos.

Por todo eso damos gracias. Y todo eso Le pedimos al Señor que florezca en nuestras vidas, que florezcan las nuestras; que pueda devolvernos a un mundo que tiene la esperanza no en las cosas de este mundo, porque todos vamos a morir, con covid o sin covid. La persona que hablaba conmigo en Brasil, que es el fundador de esta comunidad, me decía que en otra ciudad muy grande Brasil (Brasil lo está pasando muy mal con el covid) había un chico de veintiséis años responsable de la comunidad en otra ciudad de Brasil, grande también, y que se lo había llevado el Señor. Decía “ya ha tenido su Pascua, ya está con el Señor, sigue con nosotros aunque de otra manera”. Todos vamos a morir. Pero no es la muerte lo último en nuestras vidas. Qué va. Nosotros estamos hechos para la vida, para la vida eterna. Pero eso no es una ilusión, ni una idea, ni una especie de sueño en nuestra vida. Es una experiencia de humanidad que empezó la mañana de Pascua y que no ha terminado. Y que no deja de crecer.

Me lo habéis oído decir: el país donde ahora mismo crece más el cristianismo es Vietnam. Donde la Iglesia está prohibida y perseguida. Y hay más de ciento cincuenta mil adultos al año. Y otro país donde la Iglesia no para de crecer y sigue perseguida duramente es China. En veinte o treinta años puede haber más cristianos en China que en ningún otro país del mundo, y está perseguida, y está prohibido el celebrar, el cantar, el hacer procesiones. Y no para de crecer.

Cristo está vivido mis queridos hermanos, mis queridas hermanas. Vosotras sois el testimonio vivo. Una vez, también con esa comunidad brasileña que yo os decía antes, hablando con una mujer brasileña, ya mayor, que estaba ayudando en un evento, me decía, “nosotros debemos a España lo más grande que tenemos que es la fe” (aunque a Brasil lo llevó más bien Portugal). Dije: “Sí, pero ahora en España y en Europa la fe decae y tenéis que venir vosotros a enseñárnosla de nuevo”. Y aquella mujer, lo que a mi me sorprendió es que no vaciló, no tuvo que pensarlo cuando me oyó decir eso. No dudó ni un segundo, me dijo “esperad un poquito que vamos para allá”.

Bueno, hemos esperado un poquito y aquí estáis. Dispuestos a, en nuestra comunión, enriquecernos con vuestra experiencia viva y joven de la fe y a que crezca la comunión. Es curioso, en la Iglesia no hay nacionalidades, ni razas, ni lenguas, todos somos uno en Cristo Jesús. Ese es otro fruto. El primer fruto de la Pascua realmente es la alegría de vivir. El primer fruto de la Pascua es un gusto y una alegría de vivir que son nuevos; que es la experiencia de quien se sabe amado con un amor muy grande, que este mundo no es capaz de producir. Y ni los mejores de los padres, o la mejor madre es capaz de producir un amor que genere una alegría tan profunda tan sencilla, tan verdadera, como la alegría de Cristo Resucitado y vivo.

El segundo fruto es que nos sentimos de repente hermanos. Lo dijo también San Pablo, con esto término: “Ya no hay griego, ni bárbaro”. Los griegos se sentían ellos en el mundo del siglo I como “la crema de la crema”. Los demás eran… “no hay griego ni bárbaro, no hay judío ni gentil”. Los judíos despreciaban a los gentiles. En el Evangelio se lo dicen a Pilatos: “Nosotros conocemos la Ley, pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos”. Todo el que no pertenecía al pueblo judío era un maldito. Pues, no. “No hay griego, ni bárbaro, no hay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre”. Era un mundo lleno de esclavos. Hoy también los hay aunque estén ocultos. Pero, en aquel mundo, se reconocía lo que era la esclavitud, era un estado de vida. Y los hombres libres eran unos poquitos. Pues, “no hay esclavo ni libre. No hay hombre ni mujer”. La mujer tenía una clase inferior. Era como la propiedad más valiosa del varón, pero, propiedad del varón que podía además repudiarla, despedirla. “No hay griego ni bárbaro, ni judío ni gentil, ni esclavo ni libre, no hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”. Eso contiene el segundo fruto que se pondrán de manifiesto el día de Pentecostés, claramente.

Celebramos a Cristo Resucitado. Damos gracias por nosotros, por la vida nueva que el Señor nos da y pedimos que esa vida florezca. Que vuestra presencia en Alhama sea verdaderamente. Es un granito de mostaza. Pero ya sabéis lo que le pasó: que crece y los pájaros vienen a posarse, a buscar sombra, consuelo. Nosotros venimos al árbol en búsqueda del Señor y éste será un lugar de búsqueda y de encuentro del Señor gracias a vuestra presencia.

Que así sea. Lo pedimos con toda el alma. No me imaginaba que fuera a haber tantas personas, pero significa que, para tantos, vuestra llegada es una alegría. Pedimos que esa alegría dé todos los frutos que el Señor quiera, que son frutos de amor, vida, libertad, plenitud, alegría.

Continuamos con nuestra acción de gracias, que la damos por Jesucristo vivo y unidos a nuestra gratitud, de todos; que se apoye en las gracias que el Señor da a Su Padre.

Palabras finales

Antes de la oración final y la bendición hay un detalle que no he mencionado antes y que tiene que ver con que Cristo está vivo y con cómo rompe barreras: el detalle precioso, que me parece un signo tan de Dios, que vosotras hayáis querido que se conserven, que permanezcan aquí las dos hermanas que estaban ya. Y vuestra disposición a acompañarlas. Nunca es fácil una comunidad humana, de cualquier tipo, hasta un matrimonio. Dios sabe los milagros que son necesarios para que un matrimonio permanezca unido. Pero una comunidad de personas que no se conocen y de repente van a convivir 24 horas al día, juntas, es un milagro del Señor.

Y damos gracias también por ese milagro del Señor. Y pedimos que Él venza los posibles obstáculos que puedan darse, que seguro que los vence. Él los puede vencer. Para Él no hay nada imposible.

(…) Oremos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

15 de abril de 2021
Convento de San Diego (Alhama de Granada)

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