Fecha de publicación: 7 de octubre de 2011

“Al considerar los problemas del desarrollo, se ha de resaltar la relación entre pobreza y desocupación. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan «los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia» (Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 8). Por esto, ya el 1 de mayo de 2000, mi predecesor Juan Pablo II, de venerada memoria, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, lanzó un llamamiento para «una coalición mundial a favor del trabajo decente», alentando la estrategia de la Organización Internacional del Trabajo. De esta manera, daba un fuerte apoyo moral a este objetivo, como aspiración de las familias en todos los países del mundo. Pero ¿qué significa la palabra «decente» aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.”

“Caritas in veritate” 36. Carta Encíclica, Benedicto XVI

¿De dónde le viene la situación de “indecencia” al trabajo?

Ocurre que el trabajo es tenido como una mercancía más dentro de este sistema productivo. Y éste es organizado como un mecanismo principalmente para ganar dinero. Aquí radica la causa principal de que el trabajo sufra atentados a su decencia. Si empezamos torcido el muro de carga, podremos corregir la dirección, pero siempre habrá amenaza de ruina.

Juan Pablo II dice: “quisiera recordar a todos… que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (Laborem Exercens, 25)

Desde 2008, la profunda crisis económica mundial que padecemos, provocada por la irresponsabilidad y avaricia de los gestores del sistema financiero internacional y de la falta de regulación y control del mismo amparada por los responsables políticos, ha producido un notable incremento del desempleo y un deterioro de las condiciones de trabajo en la mayoría de las naciones.

En el mundo, se han perdido cerca de 40 millones de empleos; el número de personas sin trabajo ha subido a 205 millones, y el de trabajadores precarios a 1.450 millones, casi la mitad de quienes trabajan en el mundo. En Europa el número de parados asciende a 23 millones y en España rondamos los cinco millones, entre ellos el 46% de los jóvenes menores de 25 años.

En la provincia de Granada el número de desempleados es de 124.400 personas; el 29.38% de la población activa está en paro. (EPA, agosto 2011)

Antes de la crisis, el programa de la ONU para alcanzar los llamados Objetivos del Milenio pretendía, entre otras cosas, que el número de personas que en el mundo vivían en la pobreza absoluta, que conlleva la malnutrición, se redujese en 2015 a la mitad de los 800 millones que entonces había. ¡Hoy ha ascendido a 1.000 millones! Para alcanzar el objetivo faltaban por poner 50.000 millones de dólares de ayuda. No los hubo, y eso es sólo ¡el uno por ciento de lo que se ha gastado en el salvamento del sistema financiero mundial!.

La despiadada pérdida de empleo está privando a los trabajadores y trabajadoras de su fuente básica de ingresos, y algunas reformas adoptadas están atacando los tres pilares del trabajo decente: derechos, protección social y negociación colectiva. El desempleo, el paro de larga duración, el crecimiento de la temporalidad y la precariedad, la inseguridad… están incrementando las desigualdades sociales y empujando a un número creciente de personas y familias a situaciones de pobreza y exclusión.

Desde 2008 la Confederación Sindical Internacional (CSI) que agrupa a 170 millones de afiliados ha venido organizando el 7 de octubre la Jornada Mundial por el Trabajo Decente (JMTD). Es una jornada de movilizaciones en el mundo entero: un día en que todos los sindicatos del mundo se unen para promover el trabajo decente. El trabajo decente ha de figurar en el centro de las acciones de los Gobiernos para recuperar el crecimiento económico y construir una nueva economía global que sitúe a las personas en primer término.

Este año la JMTD se centra en el trabajo precario. Normalmente el trabajo precario hace referencia a formas de contratación no permanente, temporal, ocasional, inseguro y contingente. Desde el punto de vista de un trabajador, el trabajo precario está relacionado al empleo inseguro, impredecible y arriesgado. Los trabajadores que tienen estos empleos no están o sólo están parcialmente cubiertos por la protección de las legislaciones laborales y la seguridad social, y se encuentran con dificultades en la ley o en la práctica a la hora de unirse o formar un sindicato.

Las trabajadoras con empleo precario tienden a estar excluidas de las disposiciones de la protección del embarazo y la licencia por maternidad, así como de otras formas importantes de protección social.

Celebramos el trigésimo aniversario de la encíclica “Laborem exercens”. Releer y volver a reflexionar esta Encíclica tiene un sentido especial en nuestros días, marcados por una crisis económica, social y de valores que hace que millones de personas se queden sin empleo y que está propiciando un nuevo ciclo histórico. Como dice el Beato Juan Pablo II, “el trabajo humano es una clave, quizás la clave esencial, de toda la cuestión social” (LE3).

Podemos hacer que sea una oportunidad para recordar la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la dignidad del trabajo y los derechos de los trabajadores. Para ver que los problemas de hoy no son solo económicos, que hay tragedias humanas, desafíos morales que ponen a prueba nuestra fe.

Secretariado de Pastoral Obrera y del Trabajo