Fecha de publicación: 6 de noviembre de 2019

La Iglesia no es una institución que ofrece servicios religiosos, según los parámetros de la sociedad de consumo, esto es, de la avaricia convertida en virtud. No lo es la diócesis, y no lo es la parroquia. La Iglesia, como comunidad de personas, es el «Pueblo de Dios», pero es sobre todo una familia. Como persona moral es la esposa y el cuerpo de Cristo. Y aunque los criterios de productividad y el utilitarismo que rige las relaciones humanas en nuestra cultura, están invadiendo también y destruyendo las relaciones de la constelación familiar, es obvio que la familia, en la medida en que sigue siendo «familia», se rige por criterios y categorías diferentes a los de la empresa. Y eso que una familia podría parecerse bastante a una empresa –como ha sucedido muchas veces en la historia–, si los criterios productivos de la empresa fuesen mucho más parecidos, en tamaño y en contenido, a los de una buena familia. Eso sanaría muchas cosas en nuestra vida social, y también en la vida familiar.

La familia es un fenómeno general en la historia humana, esencial para el desarrollo humano. Funciona con categorías próximas a lo que los cristianos llamamos «sacramento», un concepto clave en la Economía de la Salvación: los sacramentos se caracterizan por la donación y la gratuidad, por la fidelidad y la permanencia, por el perdón y la misericordia. Todas estas cosas juntas constituyen el «amor» verdadero (agapé ). Junto con estas categorías, que son los antípodas de la avaricia, hay en la familia una percepción de la justicia diferente a la del capitalismo liberal. Pues mientras en este último la justicia distributiva, el «dar a cada uno lo suyo», se entiende como «dar a cada cual según su aportación», en la familia, esa misma justicia se define como «dar a cada uno según su necesidad», de forma que cada cual pueda aproximarse lo más posible a su plenitud humana.

Esta idea de justicia se hace plenamente razonable solo desde Cristo. Es igual que con el matrimonio: su significado solo se ilumina plenamente en y desde Cristo. Curiosamente, en la tradición cristiana todas nuestras relaciones son familiares: Dios es Padre, la Iglesia es esposa (del Hijo) y madre nuestra, a nosotros se nos da el ser hijos y se nos pide vivir como hijos, y como hermanos entre nosotros… Solo la categoría de «cuerpo» es más fuerte que estas denominaciones. También las ilumina, porque, igual que en la familia, pero más, y más naturalmente, todos los miembros del cuerpo buscan el bien del cuerpo, no cada uno el suyo.

La renovación de la Iglesia (diócesis y parroquias) pasa por redescubrir que la Iglesia es una familia, y que la familia es la primera realización de la Iglesia. Somos una gran familia contigo. Te deseamos, te queremos, a ti y a tu familia. Pues sin ti no hay presente. Contigo, en cambio, hay futuro. Nuestro presente y nuestro futuro juntos se llama Dios, se llama Jesucristo.

Francisco Javier Martínez Fernández
Arzobispo de Granada

Revista Nuestra Iglesia