“Yo me metí a cura porque quería ser misionero. De toda la vida, lo mío han sido las misiones”. La vocación de Francisco Tomás Martínez fue clara desde que conoció a la familia redentorista en Granada. En ese grupo, en el que se encontraban personas como D. Francisco Tejerizo o D. Jorge Guillén, se le fue inoculando el virus de la misión.

“Pensar en ayudar a la gente o el ver películas de misioneros, aquello me quemaba. No lo entendía mucho, pero me quemaba”. Fue precisamente un día, durante un retiro al que acudió un misionero redentorista, que se dijo a sí mismo: “quiero ser parecido a esa gente”. Aquello le movió a participar de la misión de Perú, en donde se encontraba el padre Nicasio Lozano, uno de los predicadores de la Teología de la liberación. Entre los caseríos de la sierra peruana, tocando la devoción de aquellos cientos de personas que hacían kilómetros para participar de la Eucaristía, se confirmó su llamada.

CONVERSIÓN MISIONERA EN PERÚ

Tras un año de discernimiento y conocimiento de la comunidad del Perpetuo Socorro, entre Sevilla, Salamanca, Burgos y Madrid, pasó por la diócesis para ordenarse diácono con Mons. José Méndez. Después de un año en Jerez, pasó por Costa de Marfil hasta el momento en que la situación se hizo insostenible. De nuevo por Sevilla, tras dos años le llegó el momento de su destino en Perú, donde ha pasado quince años.

“Mi vida de misionero ha pasado por distintos momentos. Mi línea al principio era completamente social, de compromiso, de trabajo, de ayuda. Ese era el fuego que tenía a lo largo del tiempo, de la misión, de las dificultades y también de las frustraciones de no conseguir salvar la humanidad”, confiesa el de Torrecardela, que también reconoce que empezó a respirar al darse cuenta de que Dios también está presente en esa historia.

“En el momento en que ves que Dios está, empiezas a aplacarte y a invertir más tiempo en el silencio y la oración. Te das cuenta de que el Señor empieza a pedir otras cosas. Tu trabajo no es cosechar, tu trabajo es sembrar. Te das cuenta de que para la siembre, si no tienes a Dios al lado, solo te siembras a ti mismo”. Ese paso interior fue un verdadero terremoto para él, que le hizo cambiar esa actitud de lucha con Dios. “En Perú, al ver que no conseguía lo que quería, el que la pobreza seguía siendo igual, que las mujeres seguían siendo maltratadas, que cada vez había más niños en el comedor… Todo aquello me llevó a preguntarme, pero ¿qué estamos haciendo?”.

SEMBRANDO EN LA PAZ DE DIOS

El ministerio cambió en la vida de Martínez, al decidirse a hacer unos Ejercicios espirituales de la vida ordinaria junto a los padres jesuitas. “La misión verdadera es que estamos aquí para anunciar la Palabra de Dios, no tanto para hacer comedores sociales. Mi labor es más anunciar a Jesús y que sea Jesús el que trabaje, que el hecho de que todo dependa de ti”, afirma.

“Si no tienes a Dios, la vida y los problemas te arrasan, las injusticias te machacan. Cuando ves tantos problemas, la línea entre hacer las cosas bien, regular o mal, es muy corta. Ves al final que no haces las cosas por ti mismo, sino que eres un instrumento en manos de Dios. Yo se lo digo a Dios muchas veces: ‘Si quieres recoger, ese es tu problema. Mi problema es sembrar, anunciarte y que la gente te conozca a Ti”. Dentro de esa clave de oración y de confianza en las manos del Señor, este misionero asegura que trabaja ahora con mucha más paz que antes. “Esa paz se ve porque vas sintiéndote a gusto con lo que haces”.

MISIONERO EN GRANADA

Esa paz ha hecho posible que su regreso a Granada no sea vivido como una inadecuación a las exigencias de su corazon. Ve claramente que la diócesis es tierra de misión. “Aquí también se necesita la palabra de Dios, aquí también se necesitaba evangelizar y que la gente conozca a Dios. Veo a gente que tiene sed pero que no se atreve a decírtelo. Lo veo cuando me los encuentro en la plaza o en el bar”.

En Huétor, Beas, con las jesuitinas o en el Ave María San Cristobal, adonde acude con frecuencia, D. Francisco Tomás Martínez se sabe misionero en lo cotidiano. “Jesús no hacía cosas raras. Él iba escuchando la gente, intentando consolar a la gente. Lo que he aprendido de esa revolución interior es que el cambio no es tuyo, sino que el cambio es de Dios, aunque depende de ti, de tu vida, de cómo hagas las cosas, porque podemos ser misioneros o podemos ser todo lo contrario, gente que apartemos a la gente de Dios”.

Este presbítero recuerda ese rostro de la acción litúrgica de la Iglesia en medio del mundo, como recuerda la campaña XTantos. Alguien que necesita de los sacramentos para que esa gente de los pueblos de Granada puedan hacer experiencia verdadera de Dios. “Esa experiencia es la que yo quiero que ellos reconozcan, pues tras la comunión ni te acuerdas cuando has tenido un problema, cuando has tenido un mal día, cuando has tenido una crisis familiar, ¿dónde está Dios? Esa es la experiencia que tenemos que recuperar para que, a pesar de esas experiencias duras que vivamos, comprobemos que Dios no nos abandona”.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social