William T. Cavanaugh es un teólogo estadounidense que ha profundizado en la relación entre la fe, la sociedad actual y los Estados. Estos días presenta en España su libro “Migraciones de los sagrado” (Editorial Nuevo Inicio) donde realiza un interesante análisis sobre lo que está ocurriendo en estos momentos en el mundo desde el prisma de la teología.

En una entrevista con Julio Llorente publicada en Voz Populi, Cavanaugh explica en primer lugar el llamativo título. Migraciones de lo sagrado –explica este teólogo- es una frase tomada del historiador John Bossy, que la utiliza para describir “cómo lo sagrado se traslada desde la Iglesia hasta el Estado en la modernidad temprana”.

Sin embargo, en opinión de Cavanaugh, “más que secularización debemos hablar de una migración de lo sagrado desde la cristiandad hasta el mercado, el Estado nación, las celebridades, etc”.

Para explicar mejor esta teoría cita al novelista David Foster Wallace: “En las trincheras cotidianas de la vida adulta no hay tal cosa como el ateísmo. No hay tal cosa como ausencia de adoración. Todo el mundo adora. Lo único que puede elegirse es qué adorar”.

Este escritor aseguraba –añade el teólogo- que la razón más convincente para adorar a Dios es que “cualquier otro objeto de adoración te devorará en vida”, es decir, que si adora el dinero, nunca habrá suficiente, etc. “Creo que esto es cierto. Pero, al mismo tiempo, quiero adoptar una perspectiva indulgente con esta migración. Como señala la Biblia, la gente siempre ha adorado realidades que no son Dios. Lo hacen, como se dice en el libro de la Sabiduría (13,6-7), porque buscan al Creador en la belleza de su creación. Si bien la idolatría es peligrosa, viene a evidenciar que todos deseamos a Dios”, afirma Cavanaugh.

A juicio del teólogo estadounidense, “los cristianos deben ser realistas” y “aunque el Estado pueda hacer cosas positivas, no nos va a salvar”. Es más, cree que hay que considerar “las patologías de los Estados modernos: “habitualmente erosionan las comunidades locales, defienden los intereses de los ricos y de las grandes corporaciones, excluyen a los vulnerables de otros países, usan la violencia, toman chivos expiatorios dentro de sus fronteras y fuera de ellas, y se invisten de la idolátrica aura de lo sagrado”.

LA IGLESIA, UNA “COMUNIDAD PROFÉTICA”
Preguntado sobre qué alternativa propone, Cavanaugh afirma en Voz Populi que “en lugar de limitarnos a preguntar qué puede hacer el Estado por nosotros, debemos buscar y acometer soluciones personales y locales a las aflicciones de la sociedad. La Iglesia debe pensarse a sí misma como una comunidad profética llamada a curar pacíficamente el mundo, en cooperación con otros actores”.

Además, afirma que la Iglesia “debe afanarse en mostrar la naturaleza de la salvación, que, por supuesto, no incluye la violencia. Creo que los católicos no somos lo suficientemente buenos para usar la violencia sabiamente. La Iglesia es tan pecadora como el Estado, por lo que no podemos sino vivir el Evangelio humilde y penitencialmente. Pensemos en el contexto actual”.

Aunque el catolicismo es algo universal y la globalización tiene algunos aspectos positivos, el autor de este ensayo señala igualmente que esta globalización “también puede estimular un tipo de cosmopolitismo en el que adoptamos la mirada del turista. El resto del mundo está disponible para nosotros, para nuestro entretenimiento, nuestras inversiones, nuestra explotación, nuestras intervenciones militares. La ideología de ‘un solo mundo’ sólo beneficia realmente a quienes poseen el capital, que se mueve libremente a través de las fronteras”.

En contraposición a la mirada del turista –explica este teólogo- “la tradición católica abraza la actitud del peregrino, que camina humildemente con Dios y, auxiliado por él, compadece y se entrega a los que sufren. También ensalza la figura del monje, quien ―en contraste con la hipermovilidad de la globalización― hace un voto de estabilidad, para rezar y para cuidar de los peregrinos, o de los migrantes, que llegan a él buscando refugio”.

EL PAPEL DE LAS COMUNIDADES LOCALES
Su solución pasaría por tanto por las comunidades locales más que por la nación. “Si bien las comunidades locales pueden entregarse a las mismas dinámicas que el Estado nación, el mandato evangélico, como dice Dorothy Day, es tratar a cada persona como a Cristo. Y uno sólo puede hacer eso si la ve y se la encuentra en cuerpo mortal, carne a carne. Las comunidades locales, por una cuestión de tamaño, lo permiten de modos imposibles para el Estado nación”, argumenta Cavanaugh.

Por último, preguntado por Julio Llorente acerca de la posibilidad que brinda la Eucaristía para redefinir el espacio político contesta: “La Eucaristía define un espacio que es al tiempo local y universal. Uno se reúne a nivel local para recibir el cuerpo de Cristo, pero es el mismo cuerpo de Cristo que se rompe y se reparte en las misas, en las celebraciones locales, de todo el mundo. Por decirlo de otro modo, no sólo participamos de la imaginación universal del cuerpo de Cristo, sino que también encontramos a Cristo en la carne y en la comunidad local, especialmente en los hambrientos, en los sedientos, en los vagabundos, en los desarrapados, en los enfermos, en los presos (Mt. 25,31-46). La imagen paulina del cuerpo de Cristo ―expresada en Corintios 12― nos permite concebir comunidades en las que la unidad se cimienta a partir de la diversidad de dones, comunidades en las que los más débiles reciben el mayor honor y en las que todos gozamos y sufrimos juntos”.

Publicado en Religión en libertad

www.religionenlibertad.com
25 de noviembre de 2021

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