Santa Sofía, madre de tres hijas, las educó en la fe y a la edad de ocho, diez y once años, respectivamente, la familia se mudó a Roma. Allí Santo Sofía hizo amistad con muchas matronas romanas logrando la conversión de algunas, hecho que llegó a oídos del emperador Adriano. El gobernante quiso conocer a la familia y se quedó prendando de la hermosura de las tres hijas de santa Sofía, queriendo incluso adoptarlas pero siendo rechazada su intención por ellas.

Por esto el emperador las condenó a diversas torturas a las tres niñas, ante la mirada de Santa Sofía. Las niñas fueron torturadas, maltratadas, y sometida a diversos tormentos de los que por gracia de Dios salían ilesas para admiración de los presentes que a su vez empezaron a gritar contra la crueldad del emperador. Ante esta situación Adriano ordenó su decapitación a espada.

Santa Sofía aguantó estoicamente el martirio de sus hijas que no se doblegaron ante los ídolos romanos y al enterrarlas expresó su deseo de “irse con ellas”. El cuerpo de Santa Sofía, fue enterrado una vez fallecida junto al de sus hijas.
El emperador Adriano terminó su vida entre podredumbre y remordimientos reconociendo su crueldad para con las niñas santas.