Fecha de publicación: 22 de septiembre de 2020

Santa Salaberga nació en Francia, entorno al siglo VII, era ciega de nacimiento. Cuando san Eustasio de Luxeuil viajaba de regreso a su monasterio desde Baviera se hospedó en la casa de su familia y al ver su dolecia tomó aceite, lo bendijo y ungió con él sus párpados; después se puso en oración y Dios le devolvió.

Con el correr del tiempo, ésta se casó con un joven del lugar, pero el esposo murió dos meses después de la boda, lo que Salaberga, como una señal de que Dios para servirle en algún monasterio. Sin embargo, los padres de la joven la casaron de nuevo con un noble caballero llamado Blandino. Con él tuvo cinco hijos, dos de los cuales, Baudino y Anstrudio, llegaron a ser venerados como santos.

Salaberga había dotado a un convento de Poulangey y, al cabo de varios años de feliz matrimonio, tanto ella como su marido, de común acuerdo, decidieron retirarse del mundo. Blandino se hizo ermitaño y se le venera como santo en la diócesis de Meaux.
Ella se retiró primero al convento de Poulangey y, más tarde, fundó un nuevo monasterio en Laon, alrededor del año 650. Aquella abadía era un establecimiento muy extenso y tenía conventos para monjes y para monjas.

Durante los dos últimos años de su vida, santa Salaberga sufrió continuamente grandes dolores, que soportó con valor y paciencia. Después de su muerte, su hija santa Anstrudis se hizo cargo del gobierno de la comunidad.