María Rosa Molas nació en 1815 en el seno de una familia de artesanos de Reus. Fue bautizada al día siguiente con los nombres de Rosa Francisca María de los Dolores. Su padre era de ascendencia andaluza y su madre tenía profundas raíces catalanas.

Su confesor y primer biógrafo observa que su nacimiento ocurrió en la noche del Jueves al Viernes Santo y ve en esta circunstancia un signo de los dones con que la enriqueció el Señor: “Sin duda, quiso que viniesen a reflejarse muy vivamente en ella el más grande amor de los amores, y la más cruel desolación de Jesús”.

El día de su Primera Comunión vive una profunda experiencia mística, en la que el Señor, a veces, le da a gustar la dulzura inefable de su presencia. “Quien llega a probar cuan dulce es Dios, no puede dejar de caminar en su presencia”, dice ella. Dios es para ella “Esposo dulce”. Un Esposo que en adelante será presencia y ausencia en su vida, como es propio en las experiencia de las consagradas cristianas.

En enero de 1841 entró en una Corporación de Hermanas de la Caridad que prestaba sus servicios en el Hospital y la Casa de Caridad de Reus. Allí da pruebas de caridad heroica, en el humilde servicio a los más pobres; allí escucha el clamor de su pueblo, se conmueve y sale en su defensa. El 11 de junio de 1844, asediada y bombardeada la ciudad de Reus atraviesa la línea de fuego y, junto con otras dos Hermanas, se postra a los pies del General Zurbano, obteniendo la paz su localidad.

Años después, va con otras Hermanas a Tortosa, donde su campo de acción se amplía. Allí descubre la falsa situación del grupo al que pertenece y experimenta “la orfandad espiritual en que se halla”. Su inmenso amor a la Iglesia la lleva a dialogar con sus hermanas, a discernir con ellas los caminos del Señor. El 14 de marzo de 1857, se pone bajo la obediencia de la autoridad eclesiástica de Tortosa. Se encuentra así, sin haberlo deseado nunca, Fundadora de una Congregación que va a llamarse “Hermanas de la Consolación”, porque las obras en que de ordinario se ejercitan se dirigen todas a consolar a sus prójimos. La Congregación tendrá por fin: “dilatar el conocimiento y Reino de Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, consolando al afligido, educando, sirviendo al hombre en ‘cualquier necesidad’”.

El Señor la había preparado para la misión de Fundadora a través de múltiples servicios y situaciones, a veces dolorosas, como la persecución que las autoridades civiles emprendieron contra ella en varias ocasiones. Así, a las autoridades de Tortosa que injustamente la han alejado de la Escuela pública de niñas, presta su ayuda para la organización de un Lazareto, “dispuesta a sacrificarlo todo en pro de nuestros pobrecitos hermanos”, por si sus “servicios fuesen bastantes para aliviar la suerte del prójimo”.

Esta mansedumbre y paciencia en soportar, no son en María Rosa, cobardía ni debilidad, sino fortaleza que se hace “parresía”, valentía y libertad evangélicas, cuando están en juego los intereses de los pobres, la verdad, o la defensa del débil. La vemos oponerse con energía a un alcalde que pretende hacerle jurar una Constitución española que va contra los intereses de la Iglesia; salir en defensa de las amas de lactancia a quienes la administración no paga el justo salario; defender a sus hijas, injustamente desacreditadas por un administrativo de uno de sus Hospitales; impedir a un médico utilizar a los niños expósitos para experimentar intervenciones quirúrgicas.

Pasa su vida haciendo el bien, ofreciéndose a sí misma “en el don de una completa entrega en la misericordia y en el consuelo, a quien lo buscaba y a quien, aun sin saberlo, lo necesitaba”. Cumple así su misión consoladora hasta que, a fines de mayo de 1876, siente que el Señor se acerca. Tras breve enfermedad, herida más por el deseo de Dios que por males físicos, desgastada por su servicio incansable a los pobres, más que por los años, pide permiso a su Confesor para morir: “¡Déjeme marchar!”. Murió el 11 de junio de 1876, domingo de la Santísima Trinidad. Dejaba su misión consoladora en la Iglesia a su Familia religiosa, las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, que hoy está esparcida en once naciones y cuatro continentes.