Santa Águeda
El 5 de febrero nos acordamos de una de esas grandes mujeres de los primeros siglos del cristianismo: Santa Águeda de Catania. Hija de una familia noble, se negó a ceder a los deseos del procónsul romano que quería poseerla, después de haberse consagrado como virgen a Jesucristo . Es una de las santas más laureada por poetas, escritores y pintores de la historia de la Iglesia.
Al parecer nació en Sicilia alrededor del año 230, hija de una familia de la nobleza de entonces. Se cuenta que era una joven bella y que el procónsul de la isla, Quintiano, empezó a encapricharse de ella.
Como la joven no cedía a los impulsos del gobernador, éste quiso perderla sirviéndose de los encantos de Afrodisia, una mujer que regentaba un prostíbulo. Pasó un mes obligada a permanecer en el lupanar, pero aquello no manchó la virginidad de Santa Águeda, que se defendía a cada intento. El procónsul se la llevó a su casa e intentó conquistarla con todas las riquezas de que disponía, también inútilmente.
A mediados del s. III comenzaron las persecuciones a los cristianos del emperador Decio. Así llega por entonces un edicto del emperador que ordena que todos los habitantes hagan su sacrificio a los dioses. Era suficiente con arrojar unos granitos de incienso en los pebeteros ante las estatuas paganas.
El procónsul se sirvió de aquello para emprender su ataque a la joven Águeda, que se negaba a hacer ningún sacrificio por su fe en Cristo. Fue enviada a prisión y pronto comenzaron las torturas, una de las cuales fue la de cortarle los senos. “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”, le respondió ante ello.
Rota de dolor, en el calabozo, parece que se le apareció San Pedro y la curó de sus heridas. Finalmente moría echada a las llamas, mientras cantaba loores a su señor Jesucristo. Todos estos relatos nos llegan por la tradición y por el manuscrito de la “Passio Santa Agathae”, escrito un siglo después de su muerte.