Lo que sabemos de este obispo barcelonés no ha legado a través de las actas de su martirio. Sabemos que desde principios del s. IV ejercía como obispo de la ciudad condal, reconocido como un pastor entregado.

Le tocó afrontar una de las persecuciones más sangrientas de los primeros siglos, en las que el Imperio romano se propuso eliminar el nombre cristiano de la tierra. Al llegar a la región, los romanos deciden empezar a exterminar a los referentes del pueblo cristiano.

De ello es consciente Severo, que primero se retira para seguir atendiendo a los fieles clandestinamente al otro lado de la montaña que franquea la ciudad. Al cabo de un tiempo se determina a presentarse volutnriamente con otros sacerdotes ante los romanos, que andaban cerca de su rastro.

Fue martirizado en lo que hoy es el municipio de San Cugat. Allí San Severo se enfrenta a atroces torturas y acaba siendo ejecutado con un clavo insertado en su cabeza.