La capital romana fue la cuna que vio nacer a San Gregorio, hoy conocido como “El Magno”, nacido en el año 540 d.c. en una familia acomodada y cristiana. Su madre, Silvia, que le transmitió los valores evangélicos es también santa y venerada en la Iglesia el 3 de noviembre.

Aunque formado en derecho y dedicado a la política como Prefecto en Roma, su deseo era desde temprana edad ser monje, inquietud que finalmente cumplió donando sus bienes y retirándose a la casa paterna que convirtió en un monasterio dedicado a San Andrés donde se dedicó enteramente a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura.

Contra su deseo, el Papa Pelagio II lo nombró diácono enviándolo a Constantinopla como nuncio apostólico donde desempeñó tareas diplomáticas durante seis años, aunque a su regreso a Roma volvió al monasterio, tras la muerte de Pelagio II, en el 590, fue elegido como su sucesor.

El Pontificado de San Gregorio, que le valió el apelativo de “El Magno”, se caracterizó por la reorganización de la administración pontificia estableciendo el uso de los bienes de la Iglesia para la evangelización en el mundo. También simplificó la Misa y promovió el canto litúrgico que tomó de él el nombre “canto gregoriano”. En sus cartas oficiales se definía “Servus servorum dei”, siervo de los siervos de Dios, apelativo conservado por sus sucesores.

Después de toda una vida dedicada al pueblo de Dios y a su Iglesia, San Gregorio Papa falleció el 12 de marzo del 604 d.c, siendo sepultado en la Basílica de San Pedro donde se encuentran sus restos. Su festividad, sin embargo, se celebra el 3 de septiembre, día en que fue nombrando Sumo Pontífice.