Casi toda Suecia reconoció a san Erico por rey en 1150, y la dinastía por él fundada duró un siglo. El santo ayudó mucho al establecimiento de la fe en Suecia superior, y construyó o terminó, en Upsala, la primera gran iglesia que existió en el país. Se cuenta que, durante su gobierno, se reunieron todas las antiguas leyes y constituciones del reino en un volumen llamado «Código del Rey Erico» o «Código de Suecia Superior». San Erico tuvo que hacer frente a los gentiles finlandeses, que hacían frecuentes incursiones en su territorio y lo asolaban. El santo monarca los derrotó, y pidió a san Enrique, obispo de Upsala, quien le había acompañado en la expedición, que se quedase a evangelizar Finlandia.

El celo de san Erico estaba lejos de agradar a algunos de sus nobles, quienes organizaron una conspiración con Magnus, el hijo del rey de Dinamarca. Un día de la Ascensión, san Erico se hallaba en la misa, cuando le avisaron que se acercaba un ejército danés, al que se habían unido algunos suecos. El monarca respondió tranquilamente: «Esperemos a que termine la misa; ya celebraremos en otra parte el resto de la fiesta». Terminado el oficio, san Erico encomendó su alma a Dios y partió a la cabeza de sus guardias al encuentro del enemigo. Los conspiradores se echaron sobre él, le derribaron del caballo y le decapitaron.

Su muerte ocurrió el 18 de mayo de 1161. San Erico no fue nunca canonizado formalmente; pero Suecia le consideró como su principal patrono hasta la época de la Reforma. Su bandera presidió todas las grandes batallas y jugó un importante papel en la historia de Suecia, como símbolo de victoria. Las reliquias del santo monarca reposan en Upsala y su efigie se halla en el escudo de armas de Estocolmo.