Fecha de publicación: 16 de marzo de 2021

Hijo de padres ricos que también sabían ser buenos. Ven a su hijo tan bueno y leal que deciden casarlo con hija de buena familia escogida entre sus amistades y comprometen su matrimonio hasta que tengan la edad y puedan contraerlo. Parece que a Abrahán no le agrada la idea lo más mínimo y que hasta la desprecia porque sus planes futuros van por otro derrotero. Pero el tiempo pasó y llegó la hora de casarse sin más dilaciones; ha pedido a su padre que lo libere del compromiso, mas no hay medio que haga desistir al progenitor de la palabra dada; el respeto paterno puede más que sus propios deseos.

Lo que sucedió la noche de bodas, después de haber celebrado la fiesta con la grandiosidad propia de gente pudiente, fue lo imprevisto. Se escapa de casa huyendo; parece ser que sólo Dios ocupa su corazón y a él quiere entregarlo. No ha mediado una sola palabra ni ha dado explicación; lo ha hecho en secreto. Sólo tiene ganas de esconderse y lo hace en una cueva cercana que encontró.

Todos han pasado diecisiete días de trajín andando en su búsqueda, removiendo matojos y adentrándose en los agujeros de las peñas. Al encontrarlo, todo son ruegos, lágrimas, caricias y hasta amenazas, pero el que no supo imponerse en su momento mantiene ahora una actitud inflexible. Consigue de la esposa defraudada el consentimiento de una perpetua separación y del autoritario padre la promesa de no interrumpir en adelante su voluntario retiro.

Con veinte años ha comenzado su vida de soledad. Vive en una celda con ventanilla al campo y allí se entrega a la oración y a la penitencia. Sus bienes son una escudilla de madera para comer y beber, una estera de juncos, un manto y un cilicio; el alimento ordinario son las hierbas y raíces que el campo le da. La gente empieza a tener noticia de la existencia del solitario penitente en aquellos contornos; primero por curiosidad y luego por interés espiritual se le van aproximando los vecinos que transmiten más y más sus méritos y santidad. Siempre le vieron alegre y con carácter apacible.

El obispo de Lampsaco (ahora la ciudad turca de Lapseki) conoce su virtud y santidad y como tiene en su territorio un poblado en donde no sólo impera el paganismo, no ha pensado en mejor varón para convertirles que en Abraham y por eso le da el encargo de predicarles a Cristo después de hacerlo sacerdote.

En su misión recibió insultos, pedreas y maltratos.

Viendo que su vida era la contemplación, se retiró a la cueva para instruir a una de sus sobrinas, María. La santidad de su tío hizo que esta joven abandonase el derrotero del mal y volviese a la vida honrada. Este anacoreta murió en el año 367.