Ahora célebre entre cada vez más y más ensayistas y filósofos, Péguy estaría, en sus propias palabras, “fuera de su purgatorio”. ¿Cómo explicas este interés renovado por el escritor?

Murió a principios del siglo pasado y estuvo, como dice Antoine Compagnon, en la intersección de los siglos XIX y XX. No obstante, es precursor y profético en muchos campos. Enemigo de los clichés, las ideas preconcebidas y del pensamiento único: “Hay algo peor que tener un pensamiento malo”, decía, “y es tener un alma habituada”. Como escritor, como filósofo, como periodista, defendió la idea de que la realidad requiere ser constantemente, continuamente, incansablemente, descodificada partiendo siempre de cero. Que el acontecimiento nunca surja allí donde se le espera, que sea reconocible precisamente porque escapa de las categorías en las que uno tiende, por pereza, hábito o conveniencia, a encerrarlo. Que la conciencia es algo fundamental, y que un intelectual que no sirve para pensar lo cotidiano resulta inútil. Resulta raro cómo de la perpetua actualidad de Péguy también se da el problema de su perpetuo malentendido. Nos damos cuenta en cada caso de lo incomprensible que sigue resultando para la gran mayoría. A pesar de todo, si hoy descubrimos lectores de su un poco por todas partes, incluso donde menos los esperábamos, es porque tuvo que atravesar montones de obstáculos. Empezando por todos aquellos que inventaron una vinculación al vichysmo, cuando en realidad Péguy inspiró la liberación de Francia y la Résistance (De Gaulle lo consideraba el autor más importante para él), o aquellos que hicieron de él un adalid del nacionalismo, con la excusa de que alababa a la nación. Muchos expertos ha demostrado que lo propio de Péguy, lo que lo distingue de Barres, en comparación con toda una corriente de la época, es que su concepción de la nación no pasa por un repliegue sino por una apertura.

Sin embargo, ¿no dijo Alain Finkielkraut que Péguy era un “descontemporáneo”? ¿Qué interés, entonces, tiene el volver a leerlo?

Debemos releer a Péguy a la manera de Finkielkraut, quien, veinticinco años después de la publicación del Mécontemporain, continúa manteniendo sus libros abiertos frente a él, porque la actualidad lo lo trae de vuelta allí. Recuerda muy acertadamente, sobre la legitimidad de la gestación subrogada, aquellas palabra de Péguy en “La nota conjunta sobre M. Descartes”: “El mundo será juzgado por lo que habrá considerado negociable y no negociable”. El autor de “Clio” y “Nuestra juventud” tuvo esta intuición, mucho antes del proyecto de ley de bioética y de que entrásemos en una época de intercambio. Se revela a sí mismo como un escritor para tiempos de crisis, con una mirada extraordinariamente aguda en un mundo que se está desmoronando. Se alza contra aquellos que querrían agotar la realidad al limitarla a sí mismos, negándole cualquier herencia y cualquier referencia al pasado. “La crisis educativa no es una crisis de la educación, es una crisis de la vida”. O también: “Una sociedad que no enseña es una sociedad que no se ama a sí misma, que no se estima a sí misma”.

En este libro usted ha recopilado contribuciones escritas por periodistas, filósofos, escritores, pensadores… ¿No fue precisamente Péguy todo eso a la vez?

Lo que he querido reflejar en este diccionario es, obviamente, la diversidad de caras de Péguy, pero es también esta especie de “lugar de encuentro”que se organiza alrededor de su nombre y que persiste más de un siglo después. Existe una complicidad entre los amantes de Péguy, y estoy feliz de haber rendido homenaje a esta fraternidad. Qué suerte para mí el haber podido conocer al final a gente tan distante como Jacques Julliard, Antoine Companion, Eric Thiers, Philippe Oriol, Michel Winock, Claire Daudin, Charles Coutel, Camille Riquier, Alexandre de Vitry, Paul Thibaud … ¡No hubiesen podido reunirse más que en torno a Péguy!

¿Cómo ha podido constituir esta “fraternidad”? Aun así uno se sorprende de la ausencia de algunas firmas como Edwy Plenel, por ejemplo. ¿No es él también un admirador y fino conocedor de Charles Péguy?

He querido restaurar todas sus facetas, lo que Romain Rolland llamó “un mundo en movimiento”, pero aún así he tratado de que hubiera cierta coherencia. Claire Daudin e Yves Avril me ayudaron mucho en eso. Por ejemplo, no fui a buscar a toda la escuela de “peguyistas” que ven al escritor esencialmente como un hombre que pensó en contra de sí mismo, como dice Edwy Plenel. ¿Realmente pensó contra sí mismo? No estoy seguro de ello. “No es un hombre de metamorfosis o traidor”, dijo Finkielkraut, “es un hombre dado a la profundización, y no puede ser vinculado con la izquierda porque no cree en el progreso, pero tampoco creo que pueda ser vinculada a la derecha, a ninguna de las derechas”. Hablamos de un escritor fuera de su tiempo; sí, por supuesto. Alguien que siempre estuvo “sobre dos planos”. Él mismo lo dice tomando la fórmula de Bergson. Pero si se afirma que alguien que se rompe los huesos del cráneo es alguien que piensa contra sí mismo, tenemos problemas. Plenel se equivoca en su alusión.

A lo largo de las páginas descubrimos el retrato de un escritor tan intelectual como encarnado, carnal y místico, cercano a Barres y Jaurès, moderno y atemporal, de izquierda y de derecha… De hecho, el hombre de “al mismo tiempo” [una expresión recurrente en alusión al presidente Emmanuel Macron] ¡es Charles Péguy!

Hay un hermoso elogio del paseo en “Nuestra juventud”, de la reflexión mientras se camina, pero eso no significa que Péguy sea una inspiración para el macronismo, incluso si encontramos muchas citas de Péguy en la boca de Emmanuel Macron durante su campaña electoral, y de nuevo en los últimos votos presidenciales del 1 de enero. Sin embargo, desde entonces, aquello se enrareció. Debo decir que recibí una bonita carta del Ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer en donde afirma que “la escuela de la República sabe lo que se le debe a Charles Péguy”, y evoca “el alcance, la riqueza y la ardiente fervor de su pensamiento “. Me parece un comentario muy oportuno y muy prometedor.

En su diccionario, sin embargo, hay una dimensión que parece más marginal de lo que uno podría haber pensado, como es la fe de Péguy. Solo unos pocos artículos lo analizan, centrándose más en su “misticismo” que en su fe. Incluso el artículo sobre “la Iglesia” habla más de la relación de Péguy con la institución eclesial que con la fe cristiana ¿No es esta dimensión, sin embargo, esencial en el trabajo y la vida del escritor?

Los Cuadernos son para él un instrumento de lucha por la verdad. Lucha contra el clericalismo que amenaza cualquier creencia religiosa o política que no piensa sobre sí misma y que no adopta una posición crítica. Combate también el secularismo, por la ley de 1905, por la separación de la Iglesia y el Estado. Pero este ideal, como tal, no es incompatible con la fe religiosa. Por el contrario, la separación protege a las religiones y les ofrece mayor resistencia tanto contra la clericalización como contra toda manipulación política. Su actitud hacia la religión es ambivalente. No estaba casado por la Iglesia, sus hijos no estaban bautizados, ni tampoco su esposa, y podía ser duro con el clero. Pero un cierto número de escritores señalan que, aunque ha estado cerca de proscribir la Iglesia de su tiempo, parece que hoy, en retrospectiva, se halla más en sintonía con el catolicismo de Juan Pablo II…

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Entrevista íntegra en el diario Le Figaro o en el último Semanario diocesano Fiesta

Paul Sugy
Le Figaro
26 de octubre de 2018