Fecha de publicación: 2 de mayo de 2021

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y amigos todos:

Saludo también de manera especial a Francesco y a su familia, que hoy Francesco va a hacer su Primera Comunión aquí con nosotros.

¿De qué nos habla el Señor hoy aquí en esta liturgia? Pues, de algo que encuentra un cierto eco en nuestro corazón, que intuimos de alguna manera que asoma constantemente en el borde de nuestra experiencia humana cuando no cerramos los ojos ante ella y la acogemos con deseo de la luz y de la verdad: la necesidad que tenemos de Dios, más concretamente la necesidad que tenemos de Jesucristo.

“Sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús. Bueno, sin Ti podemos hacer muchas cosas, aparentemente. Pero que nuestras vidas fructifiquen, que ese es el designio de Dios. La verdad es que lo más bello del Evangelio de hoy e, “en esto recibe Gloria mi Padre en que deis fruto, un fruto abundante y un fruto que permanezca”. Es decir, la Gloria de Dios no es un capricho de Dios al que nosotros, obedeciendo, le damos gusto a Dios. Haciendo lo que Él nos enseña y propone. Dios no tiene más gusto que nuestra vida. Hay un gran Padre de la Iglesia, en el siglo II, que dice “la Gloria de Dios es el hombre viviente”. Pero “el hombre viviente” no se refiere a la vida natural que recibimos, sino al hombre que vive en plenitud. Y para vivir en esa plenitud tenemos necesidad de Jesucristo.

“Alabarán al Señor todos los que Te buscan”. Y es verdad que cuando uno encuentra al Señor, la vida adquiere un significado nuevo y un valor nuevo, y nuestras pobrezas son, hasta ellas mismas, una fuente de gratitud al Señor por su Misericordia infinita y una fuente de fecundidad. Da más gloria a Dios el Buen Ladrón que, en la cruz, reconoce a Cristo, justo antes de morir, que los noventa y nueve justos que no necesitan perdón, de los que habla el Señor en la parábola de la oveja perdida.

Necesitamos a Cristo. Necesitamos a Dios. Yo creo que la pandemia, si hay algo que nos permite sacar de tanto mal un bien, es esa conciencia más clara de que necesitamos a Dios, por el hecho de que nos hace tomar conciencia de que somos mortales y esa condición de mortales, cuando la ponemos delante de nuestra inteligencia y de nuestro corazón, de momento puede ser que haga tambalearse un poco nuestro mundo, pero luego nos hace orientarnos más hacia donde intuimos que está la fuente de toda paz verdadera, de todo sosiego auténtico, de todo reposo para nuestra alma y para nuestro corazón. Salvo que nuestras pobrezas y nuestros pecados nos hacen difícil poder mirar a Dios y poder suplicarLe, con mucha sencillez, como el publicano del Evangelio que “tenga piedad de nosotros”. Pero esa súplica es el primer paso hacia la verdad. Esa súplica es la súplica que siempre se escucha, siempre sin excepción.

Tenemos, Señor, necesidad de Ti. Porque tenemos necesidad de la vida divina y nuestro corazón está hecho para el amor, porque somos imagen Tuya, que eres Amor. Tiene necesidad de Ti y también eso es una experiencia humana hasta un cierto límite, porque todos, y lo vemos también en estos tiempos de una manera especial, se nos ha contado muchas veces como que algunos cuentos de hadas y muchas películas de Hollywood terminaban con el “fueron felices y comieron perdices”, y nunca se nos cuenta lo que hay detrás. Sin embargo, la experiencia humana nos pone de manifiesto que nuestras energías para amar se acaban. Se acaban en la familia, se acaban en el matrimonio a veces, se acaban entre hermanos, por supuesto entre amigos y compañeros de trabajo… ¡Es tan frágil!

Estamos hechos para el amor. Todos entendemos que el amor sería lo que haría nuestras vidas verdaderamente plenas, aun en esta situación mortal, aun en este mundo de pecado, un amor más grande que supiera sobreponerse a todas las pobrezas, heridas y limitaciones que tiene nuestra capacidad de amar; haría un mundo más bello, haría nuestra vida más alegre, más bella y más buena. Pero experimentamos una y otra vez la impotencia del límite. Entonces, la gran tentación es el escepticismo: “ni siquiera el amor existe”. Hay personas rotas por una muerte y dicen “el amor no existe”. Era una noche muy negra y digo “mira, es verdad que la noche es muy negra, pero las estrellas son un signo de que la luz existe”. Habrá que buscarla, habrá que colgarse del hilo de luz que hay en nuestra vida, y al final me reconocía que sí, que había un amor verdadero. Que el amor con que su padre había querido a la chica que me lo estaba diciendo era un amor verdadero. Pues, aunque no haya más que uno, el amor existe.

El amor existe, sólo que nosotros participamos de él de una manera limitada y pequeña, y necesitamos de Ti, Señor. Necesitamos de Jesucristo. Necesitamos de un amor más fuerte que la muerte. De un amor que es capaz de comunicarnos Su Espíritu y, en Su Espíritu, infundir en nosotros una vida divina. No porque eso va a hacer de nosotros superhéroes de alguna clase, con lo cual vamos a poder vivir un amor como el de Dios, permanentemente en nuestra vida. Seguiremos tropezando, seguiremos cayendo, seguiremos dándonos de narices con nuestros límites de una u otra manera. Una vez, otra vez y mil veces, pero, sin embargo, tendremos siempre un lugar al que acudir, un depósito en el que refrescar de nuevo nuestra alma. Un depósito de misericordia y de perdón donde ser acogidos de nuevo, para que nosotros podamos hacer lo que decía San Juan “amémonos, no de palabra, sino en Espíritu y en Verdad”. Amémonos de verdad para que ese amor pueda renacer en nosotros, reflorecer en nosotros y para que nuestras vidas den fruto. Que no dan fruto. Dejadme que lo repita e insista, porque es una ilusión tan grande para los hombres de nuestro tiempo, del tiempo del que venimos, que la vida es bonita y uno puede dar gracias cuando todo va bien y nuestra experiencia de la vida es como la de la “casa de la pradera”. No. Nuestra vida es dramática y hay dramas tremendos. Hay dramas a los que resulta muy difícil sobreponerse. Un matrimonio durante muchos años vivido y roto, de manera casi incomprensible, muchos años después. Pienso en la entrega de padres que han adoptado a sus hijos y los han ayudado con toda su alma a crecer y, cuando han crecido, se les han ido no sólo de las manos, sino de lo que podríamos llamar una vida humana, sana y normal, y están heridos en las profundidades de unos mundos llenos de miseria, de resentimiento y de odio. Y el resentimiento de esos padres es muy difícil de curar. Es muy difícil de no darse cuenta de los límites tan tremendos que tiene.

Tomar conciencia de que tenemos necesidad de Ti, Señor. De Ti, que eres el amor sin límites. De Ti, que eres la luz sin oscuridad alguna. De Ti, que eres un depósito de Gracia y de Misericordia inagotable donde yo puedo volver un millón de veces a recoger lo que necesito, porque no se lo quito a nadie, justo porque Tu amor es infinito. Yo puedo recoger y abrir mi corazón, y recibir toda la ayuda que necesito y no se la estoy quitando a otro. A diferencia de lo que pasa en nuestra vida que, cuando amamos a una persona o a una cosa, no nos da la vida para amar a muchas más. El amor que unos padres dan a sus hijos los reparten de alguna manera entre sus hijos y siempre hay alguno que se queja de que no recibe lo suficiente. También nosotros nos quejamos de Dios, por supuesto, pero el amor de Dios es un depósito inagotable y yo puedo coger todo el que necesito, y todas las veces que necesito, y no le he quitado nada a nadie. Y nadie me quita porque se acerque Dios y beba porque se acerque a Dios. Qué alegría. Que florezca su vida. Ese florecimiento suyo es un bien para todos, porque es un bien para la planta, para la viña, para la familia entera.

También dejadme que os advierta de un peligro que tenemos a veces. Tenemos un problema en la vida. Voy a usar una metáfora: tenemos un tobillo roto y decimos “ya está, como el secreto y la clave de la vida es el Señor, acudimos al Señor para que nos cure el tobillo”. Y el tobillo no se cura, pues claro. Lo que el Señor me da es Su Compañía, Su Presencia, Su Amor. Las claves para vivir. Pero si tengo un tobillo roto, tengo que ir al médico, y pensar que rezando voy a curar mi tobillo es usar a Dios para lo que no es. Es servirse de Dios, en el fondo, para lo que a mí me interesa y servirse de Dios mal. Y a prestarse a una decepción y a una frustración muy grande. No, Señor, Tú nos das Tu Presencia y Tu Compañía, que es lo que más necesitamos. Tanto y más que el aire para respirar. Pero si tengo un tobillo roto, tengo que acudir a alguien que sepa entablillar un tobillo, o si tengo un problema en la vista, tendré que ir a ver a un oculista, y no quejarme ante el Señor de que no veo. Y pedirLe falsos milagros. Porque son milagros con los que tratamos nosotros de arrancarnos a nuestra condición humana y a nuestra condición mortal. Dios no es para eso. Dios es para dar sentido a lo que somos y abrirnos el horizonte de la vida eterna, y eso no sólo no nos impide usar los medios que tenemos, con humildad, sin poner nuestra esperanza en ellos, porque tener el tobillo sano, una salud de hierro y todas las garantías de las proteínas, no me va a dar la felicidad, no me va a dar la salud, no me va a hacer que no envejezca y que no me surjan canas. No me hace inmortal, ni en un superhombre. No me hace feliz. Cuánta gente hay, de hecho, que ha hecho esfuerzos incalculables para conseguir esos equilibrios con las realidades y con las capacidades que tenemos en este mundo; son probablemente las personas que no están abocadas a no ser felices. Mientras que gente a veces con muy poco, que carece de cosas que a nosotros nos resultaría imposible vivir sin ellas, saben ser felices. Por lo tanto, necesitamos a Dios.

Necesitamos a Dios, pero porque necesitamos Su Amor, que es la clave y el secreto de nuestra vida y, participando de ese Amor, nuestro corazón se ensancha, nuestra capacidad de amar se regenera, cientos, miles, millones de veces, docenas de veces cada día, si es preciso. Pero no lo necesitamos para que nos resuelva las cosas que tenemos que resolver nosotros o no Le necesitamos para que las cosas sean como a mí me gustaría que fueran. Le necesitamos para saber que, sean como sean, su designio es bueno. Nada malo nos puede pasar. Y os aseguro que vivir así es vivir en la libertad verdadera, no la que nos venden, de una manera o de otra, los ejercicios de marketing o de publicidad de un tipo o de otro. La felicidad verdadera la da el Señor y sólo el Señor. Y por eso, Señor, Te necesitamos y acudimos a Ti, y Te pedimos.

Pero eso no significa que nos desentendemos de nuestra tarea y de nuestra responsabilidad en este mundo. Claro que no nos desentendemos. La asumimos con dos manos, con todo nuestro ser, sabiendo que no son las cosas de este mundo las que van a dar sosiego y paz a nuestro corazón, sino solo Tú, Señor, y nuestro corazón estará siempre inquieto, siempre insatisfecho, siempre desasosegado, hasta que descanse en Ti.

Que así sea para todos nosotros y ojalá que así sea para todos los hombres.

Palabras finales

Tengo que abusar un momento de vuestra paciencia todavía, antes de la Oración final y de la bendición. Y tengo que hacerlo porque en la homilía os he dicho algo que no es verdad. He dicho, corrigiendo la Palabra del Señor de que “sin Mí no podéis hacer nada”, limitando ese “sin Mí no podéis hacer nada” a lo que son los designios de Dios para nosotros. Y he dicho que sin Él podíamos hacer muchas cosas. Eso no es verdad. Eso es falso, “porque todo ha sido creado por Él y para Él”, hasta el respirar, hasta que el que sea capaz de latir nuestro corazón, hasta el que podamos ser capaces de amar la belleza de la Creación y de las criaturas, hasta el trabajo que podemos hacer, hasta la sabiduría del traumatólogo que tiene que entablillarme el tobillo.

Todo nace del Señor. Por lo tanto, es literalmente verdad que no podemos hacer nada. A lo que yo me quería referir al decir eso es que nosotros, por supuesto, pensamos que podemos hacer muchas cosas porque Dios no interfiere normalmente con el orden de la Creación. Y nos ha dado unas capacidades para que se usen y para que las usemos. Y usar a Dios como sustitutivo de esas cosas que tenemos la tarea y responsabilidad de hacer nosotros es usarlo mal. Eso es lo que yo quería decir.

Pero en el sentido más profundo es radical. Sin Él no podemos hacer nada. Sin Él no existiríamos, para empezar. Y aunque uno pueda sentir en algún momento que la existencia misma es una carga, y hay muchas personas que lo sienten, lo cierto es que es un don que, además, desemboca en la vida eterna, la gran verdad de lo que yo quería decir está en eso. El Señor, la Gloria del Señor está en que demos fruto, fruto abundante y fruto que permanezca.

Él es la plenitud de nuestra humanidad, pero también es el origen de esa humanidad. Por lo tanto, es verdad que sin Él no podemos hacer nada. Ni siquiera mirarnos o hablarnos, o palparnos o sentirnos, o acariciarnos o querernos unos a otros. Nada, literalmente.

Quería corregir eso porque era una falsedad. Aunque la intención era la que era, y era buena, no quería que os quedase eso a oscuras.

La segunda cosa, es un momento de publicidad. Hay una película que está puesta en cines en estos momentos, sé que está en los multicines Neptuno, que se llama “Vivo”, y que muchas personas la recomiendan. Es una película sobre el acercamiento a Dios de personas alejadas y son como una serie de testimonios. Si no tenéis mejor plan para esta tarde, a lo mejor podéis acercaros y verla, quienes estáis aquí o quienes nos seguís por las cámaras de televisión.

En tercer lugar, es el Día de la madre. Es verdad que es una fiesta un poquito o un mucho comercial, pero también es verdad que el mes de mayo es el mes de la Virgen y ella es la Madre de Nuestro Señor, y por lo tanto la Madre por excelencia. Una ocasión preciosa para que todos podamos dar gracias por los enormes sacrificios que, para cualquier madre, el crecimiento de un hijo significan. Aquí en primer fila tengo yo una madre de muchos años, que ha criado a un sacerdote, que a su vez ha criado a mucha gente y, por lo tanto, en ella yo también quiero hacer ese homenaje a todas las madres, empezando por la Madre de Nuestro Salvador, que es madre nuestra, Intercesora nuestra.

Por último, el Santo Padre ha convocado, a partir de hoy, un maratón de rosarios para pedir el final de la pandemia. Hay que pedirla en el mundo entero, pero yo creo que todos habéis visto imágenes o habéis oído lo que está viviendo la India. He oído la cifra de 500.000 contagiados en 24 horas. Dios mío, es una tragedia. Y de pilas de cadáveres sencillamente a las que se les prende fuego en mitad del campo o en mitad de la calle. Hay que pedirLe al Señor que usemos el rosario, que es una oración muy sencilla de rezar. Se puede rezar al hilo que va uno en el autobús o haciendo otro tipo de cosas. Que nos unamos a esa iniciativa del Santo Padre y que cese esta plaga en el mundo entero.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

2 de mayo de 2021
S.I Catedral de Granada

Escuchar homilía