Queridísima Iglesia de Cristo, Esposa del Señor, familia de Dios,
muy queridos sacerdotes concelebrantes,
queridos amigos:

En el Evangelio de hoy hay una promesa preciosa, que está contenida en la última frase: los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Es decir, su resplandor, su gloria, su gozo, será como el del sol, como el de una mañana luminosa y radiante: esa es la promesa. Y luego, las tres parábolas contienen en realidad una exhortación, y es una exhortación a confiar en el Señor, a fiarse de Él, a poner nuestra vida en sus manos.

Empiezo por las dos últimas: la de la levadura y la del grano de mostaza. Las tres parábolas están hechas en un contexto en el que seguramente a Jesús le llegaban los comentarios de la gente, en que Jesús hablaba del Reino de Dios que había empezado, del Reino de Dios que había venido con su Persona, con su propia Persona; Él y la relación con Él, y la amistad con Él era ya el amanecer del Reino de Dios en nuestras vidas y, sin embargo, para quienes no querían creer, decían: pero, ¿cómo el Reino de Dios?, ¿cómo las promesas que Dios ha hecho a los profetas? ¿cómo algo tan grande? Sería el comienzo de la vida definitiva y de la historia definitiva, vinculado a este hombre con su túnica llena de polvo, que va de pueblo en pueblo anunciando eso con un grupo de personas -algunas de las cuales poco recomendables, porque eran publicanos, eran gente que eran considerados proscritos en la comunidad judía, como Mateo, o pescadores, que en el fondo eran oficios, no con los levitas o los sacerdotes o los fariseos, que eran personas que habían consagrado su vida al estudio de la ley y si queréis de la Teología- (…).

Y para responder a esa objeción es para lo que Jesús dice las tres parábolas de hoy. La del grano de mostaza; el grano de mostaza es como una bolita pequeñísima (…). Verdaderamente, es un arbusto muy grande que se da en las tierras de Palestina, en las zonas cultivables, y es verdad que es un lugar, un arbusto, lo suficientemente grande como para que los pájaros vengan allí a posarse.

Y Jesús lo que subraya es el contraste, ¿veis algo tan pequeño? Y luego, ¿veis el árbol? El poder de Dios lo puede todo. En el fondo está diciendo: Para Dios, nada hay imposible. Lo mismo que le dijo el ángel a la Virgen, lo mismo que Jesús les dijo a sus discípulos en un par de ocasiones. Para Dios, nada hay imposible.

Lo mismo la levadura: es pequeña y, además, no es bonita (el pan es bonito pero la levadura ni siquiera huele bien). Yo sé que ahora la venden en los centros comerciales (…), pero yo he visto casas en las que el pan se hacía en la casa habitualmente y era una especie de fermento que no olía bien y que no tenía muy buen aspecto, y se echaba un poquito a la hora de hacer el pan o a la hora de amasar y eso es lo que hacía crecer la masa en un día. (…) es una cosa que no parece bonita y, sin embargo, es imprescindible para que el pan no sea una especie de pedrusco, de harina cocida, de harina tostada, que no hay quien lo coma, sino para que el pan crezca y se ablande.

Yo sé que estas dos (sobre todo la levadura) se ha usado muchas veces después del Concilio II en nuestros climas cristianos para decir que tenemos que ser levadura en el mundo, para una exhortación moral. Yo quiero hoy subrayar sobre todo lo que significaron en el contexto de Jesús, de nuevo, una cosa pequeña, que parece que no vale nada, que en cierto modo está podrido (porque la levadura es masa que ha fermentado, como el vino es masa que ha fermentado, o como el queso es leche que ha fermentado, es leche con un cierto tipo de bacterias y de microbios, pero en el caso de la levadura se hace muy patente, y, sin embargo, es indispensable para que surja el pan y para que podamos dar gracias a Dios por el pan, que sin la levadura no estaría, lo mismo que ese árbol precioso, sin esa semilla tan pequeña, no estaría). Esa es la invitación a la fe que el Señor nos hace. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

XVI Domingo del Tiempo Ordinario
20 de julio de 2014
Santa Iglesia Catedral de Granada

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