Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa de Cristo,
muy queridos sacerdotes concelebrantes:
es un gozo celebrar esta Eucaristía con todos vosotros por muchos motivos y yo sé que venís de un día de andanzas y, por lo tanto, probablemente estéis cansados. (…)

(…) a mi también me da alegría porque esta Catedral -la Catedral siempre significa como la iglesia madre del pueblo cristiano-, en este lugar, en esta ciudad y en el contexto en el que estamos yo creo que el pueblo cristiano tiene necesidad de recordar que no es sólo un monumento para visita turística, que no es principalmente un monumento para visita turística, sino que es la Casa de la Iglesia, la casa del pueblo cristiano, el lugar donde el pueblo cristiano se reúne y vive los misterios de la Redención de Cristo, que se hace contemporáneo nuestro y vida nuestra en la trama de nuestra vida real, de nuestra vida cotidiana.

Es como el símbolo de la Iglesia en Granada; y que quienes estáis celebrando la Mariápolis hayamos podido celebrar esta Eucaristía juntos aquí para mí es un regalo, y un regalo cargado de significado. Os lo agradezco profundamente.

Las lecturas de hoy (…) la verdad es que es algo que sucede en los Evangelios con alguna frecuencia. Sucede sobre todo cuando Jesús cura, cura a los enfermos. Es decir, al acercarse Jesús al ser humano acontece algo bueno; y algo bueno, en la mayoría de los casos, es que una enfermedad que existe, que una dolencia que existe, que un dolor que existe, es transfigurado por la Presencia de Cristo.

Pero hay un par de casos, al menos, en que se trata de otra cosa. Pienso en la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Allí faltó el vino. Yo sé que en unas bodas en Palestina, en el siglo primero, que faltase el vino era una desgracia considerable, para la familia… pero estaba Jesús, y estaba la Virgen, que de manera muy femeninano le dijo “haz esto”, pero le dijo “no tienen vino…”; y Jesús dice: ¿Dónde vas? ¡No ha llegado mi hora! Y ella, como si no hubiera oído aquello les dice a los camareros: “Haced lo que Él os diga”.Y sucedió lo que sucedió (…): se multiplicó el vino, y se multiplicó con el vino la alegría. Y hoy, en el Evangelio, en la multiplicación de los panes, pasa lo mismo.

El pueblo aquel estaba en despoblado, es descampado, lejos de la posibilidad de adquirir alimento. Habían ido allí con el hambre de la predicación de Jesús, con el deseo de escuchar a aquel hombre del que se decían tantas cosas, desde que estaba loco hasta que era el Mesías y el Salvador del mundo.Y habían estado escuchando su palabra y ahí se encontraron y atardecía, y Jesús multiplica el pan para que aquella multitud pueda saciarse.

No es difícil transportar la imagen de aquella boda de Caná en la que la humanidad de repente corre peligro de hundirse en el dolor, en la tristeza, en los juicios de los vecinos, en todo eso que pasa en un pueblo ( …). (…) una situación como la que describe la multiplicación de los panes no es para nada difícil trasladarla a nuestro mundo.

Alguien ha dicho que nosotros, los que vivimos en unas sociedades desarrolladas del capitalismo tardío, vivimos en un desierto moral. Y no es mala imagen: estamos faltos de pan, faltos de agua. Faltos de agua y de pan, no del alimento, que perece, que de ese tenemos, gracias a Dios, de sobra y de mucha sobra, sino de esperanza, de gusto por la vida, de humanidad, de razones para amar la vida, de razones para tratarnos bien unos a otros, para respetarnos, para escucharnos y mirarnos con afecto.

Ese es el desierto moral, el desierto moral es un desierto siempre de humanidad. Y yo creo que padecemos una crisis económica, sin duda, moral, como han dicho, pero padecemos la crisis más radical. Es una crisis de humanidad: no sabemos ya quiénes somos, no sabemos para qué estamos aquí, no sabemos cuál es el contenido, y la razón, y los motivos, y las orientaciones para vivir, para vivir plenamente nuestra humanidad como hombres y mujeres. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Santa Catedral de Granada
3 de agosto de 2014
XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

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