Fecha de publicación: 19 de septiembre de 2020

Siempre que estamos en una Eucaristía uno da gracias, porque todas las eucaristías son acción de gracias, y siempre hay ocasión para darlas, en todo tiempo y en todo lugar. Y siempre las damos en este comienzo de curso, porque tenemos una universidad, porque vienen jóvenes deseando aprender y abrirse camino en la vida, y eso es un motivo especial de acción de gracias. Muchos millones de jóvenes en el mundo no tienen el tesoro que nosotros tenemos. Y damos gracias por él.

En este año, podemos dar gracias porque estamos celebrando esta misa en familia y porque estamos aquí presentes, en el contexto de la pandemia que hemos vivido –que estamos viviendo aún-. Que podamos estar aquí presentes, aunque no podamos darnos la paz como nos gustaría darnos, y aunque no podamos saludarnos de la manera que nos gustaría saludarnos, estamos unidos aquí.

Las Lecturas de la misa de hoy, que las hemos leído casi todos los años –la misa del Espíritu Santo-, adquieren una fuerza y una novedad en las circunstancias de este año. No es una rutina. Se hace muy evidente que con los que estamos aquí esta Eucaristía no es una rutina, estamos aquí porque queremos estar, y porque somos conscientes de que tenemos necesidad de Dios, para la vida, para vivir mejor; para poder querernos más y querernos mejor, que es en definitiva nuestra vocación en la vida y para lo que Cristo ha dado Su sangre: para que podamos vivir como hermanos y ayudarnos. (…)

Son tantas las cosas que ha cambiado, porque nadie habíamos previsto esto. (…) No estamos hechos para estar solos. No estamos hechos para vivir de la manera que hemos estado viviendo en este tiempo. A lo mejor tampoco de la manera que vivíamos antes, muy “a lo loco” y muy en un ritmo falso y artificial. Pero tampoco esta a lo mejor es la mejor manera de aprender, por lo menos no es la que nosotros habíamos previsto.

Las Lecturas subrayan cosas que nos son muy útiles. Una: “La Creación entera gime con dolores de parto”. Los gemidos (…) son del mundo entero, en cada sitio tendrá sus matices. La utilización política y económica… los estraperlos en las circunstancias de dificultad siempre se han multiplicado también. Entonces, la utilización de los males de la humanidad para intereses particulares sucede siempre, no nos tiene que escandalizar. Pero, hay un gemido que espera una vida buena y una vida buena es una vida de hermanos; una vida en la que podemos sentirnos unos hermanos de otros, tratarnos como hermanos, vivir con la mano tendida, estar dispuestos a ayudar a quien nos pida su ayuda o a quien la necesite o a quien veamos que le vendría bien y que no se atreve a lo mejor ni siquiera a expresar la necesidad que tiene de esa ayuda. (…)

En el Evangelio, decía el Señor: “El que tenga sed que venga a Mi y que beba”. Yo creo que ese “gemido de la Creación” puede interpretarse perfectamente. Es una sed que hay en nuestro corazón; que no es sed de agua, ni siquiera de bienes de este mundo. Es sed de una humanidad bella, verdadera, buena. De alguna manera, también quien viene a una universidad busca esa belleza en la vida. A lo mejor, ese deseo está mezclado con muchas otras cosas: el deseo de triunfar, el deseo de tener una carrera que me permita ganar mucho dinero, pero en el fondo en el corazón hay una sed que no sacia ninguna realidad de este mundo, pero que anhelamos en todas las cosas que hacemos.

Que el Señor nos ayude a ser, en estas circunstancias, testigos y colaboradores de esa humanidad buena que es la que el Señor desea; que es la que quiere para todos. A mi se me ocurren algunas cosas muy pequeñas. Es obvio que no tengo yo la solución. Lo primero que nos ha enseñado la pandemia es que no somos dueños de nuestra vida; que nos somos dueños de la historia. Nos hemos creído que lo éramos. Y de repente, un bichito viene y nos trastoca todo, prácticamente toda la vida humana. Y en el mundo entero. En unos sitios de una manera, en otros de otra. Pero, a todos. (…)

Creo que hay un par de cosas o tres que podríamos aprender, y que son parte de la manifestación de los hijos de Dios que nos piden las Lecturas de hoy. Una: no dejarnos vencer por la epidemia del miedo. Claro que tenemos que ser prudentes, hay que hacer todo lo que esté permitido hacer. Que no vivamos con miedo, con susto. Que no nos venza. (…) No vamos a renunciar a nuestra humanidad. No vamos a conformarnos con el mal menor. En la tarea de la universidad, en el estudio, en la preparación de vuestras vidas, en vuestro crecimiento como personas. No os conforméis con menos que lo mejor. No renunciamos a nuestra humanidad y al deseo de una humanidad lo más bonita posible.

La segunda cosa y se han caído un par de mitos, y quizás es bueno que se nos hayan caído. El mito del progreso infinito, ilimitado, de que toda la historia es un progreso adelante. Es un mito que tiene muchas raíces y mucha historia. Las culturas todas a lo largo de la historia han tenido momentos de crecimiento y momentos de decrecimiento. Y hoy, hay hasta economistas que dicen que por el bien de la economía sería bueno un proceso de decrecimiento. Que, a lo mejor, hay que hacer menos cosas, pero hay que hacerlas lo mejor que podamos. Pero el mito de que la historia va siempre hacia delante, siempre a más, siempre a mejor; el crecimiento ilimitado, sobre todo el crecimiento ilimitado en el terreno de la economía, no es verdad. Llega un momento en que hay límites y, cuando sobrepasamos esos límites, se vuelven contra nosotros. Y el otro mito del individuo, lo que llaman los americanos el “self made man” (el hombre que se hace a sí mismo), porque en el fondo estamos solos en la vida. No estamos solos en la vida, Dios mío. Nos necesitamos todos unos a otros.

Un política muy grande europea de los años 80 dijo que no existe tal cosa como la sociedad. Somos hijos de una relación de amor todos. Podemos haber sido concebidos en una noche de borrachera y a lo mejor no era un acto de amor nuestra concepción. Pero, nadie estaríamos vivos si no hubiéramos sido amados. Eso seguro. Y no somos cápsulas, aunque llevemos una máscara. No estamos encapsulados. Nos necesitamos. Todos nos necesitamos a todos. Si algo ha puesto de relieve el pensamiento de las últimas décadas en muchos aspectos es cómo todo está relacionado. (…) Todos nos necesitamos a todos. Nadie sobra. Nadie es para dejarlo de lado y decir “este no me interesa”, “este no coopera”, o “este no me es útil” para mis intereses. Ayudarnos. Mano tendida.

Que el Señor nos conceda saber descubrir nuestros límites y vivir alegres con nuestros límites, demasiadas cosas bellas y hermosas podemos hacer teniendo en cuenta los límites. Pero, si pensamos que no tenemos límites, nos puede pasar lo que al mito de Ícaro: volamos hasta que se nos derrite la cera de nuestras alas y dejamos de volar, y nos estrellamos.

Y el darnos cuenta que tenemos necesidad todos de todos. Son reflexiones que podéis hacer todos y que comparto con vosotros. Y Le pedimos al Señor en esta Eucaristía que nos ayude a todos a trabajar por esa humanidad bonita que todos queremos y que todos necesitamos.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

19 de septiembre de 2020
Colegiata de los Santos Mártires Justo y Pastor (Granada)