Aunque había nacido y estudiado como seminarista en la localidad malagueña de Comares, José Frías Ruiz quiso terminar sus estudios en el Seminario Mayor San Cecilio de Granada. Fue aquí donde se ordenó sacerdote, en el año 1929, con la dicha de ser destinado a Alhama de Granada, donde se encontraban sus progenitores.

El joven sacerdote contaba con 27 años cuando llegó al pueblo de Alhama, como coadjutor de la iglesia de la Encarnación. A unos escasos quinientos metros de distancia se encontraba la casa familiar de la calle Salmerones, en la que vivía junto con sus padres.

AFABILIDAD Y CERCANÍA

Frías era extrovertido, de trato muy cordial y comunicativo, tanto entre los fieles como con su familia. Uno de los monaguillos, Miguel Morales, que le asistía durante una de las Misas, recuerda lo que le dijo después de caerse aparatosamente con el misal y el ambón. Se acercó sonriente al niño al final de la Eucaristía con una moneda de diez céntimos y le dijo: “Miguelito, toma esta perragorda y mañana te compras unos churros para que tengas fuerzas, que este libro es muy gordo y pesa demasiado”

Su cercanía era muy apreciada, también por los miembros de su familia. En su casa estaba uno de sus sobrinos, Rafael Ruiz, a quien habían acercado al pueblo de Alhama para ver si se hacía sacerdote como su tío. José Frías le tenía una especial deferencia. “Su tío le hizo una jaulita para que guardase algunos de sus grillos y él se los metía en su dormitorio para que la familia no protestara por la noche”, cuenta María Antonia Ruiz, hija del sobrino de Frías Ruiz.

El coadjutor de Alhama siempre salía en defensa de su sobrino cuando éste se metía en líos, como cuando tomaba prestado el caballo de su abuelo y este quería castigarle de algún modo. “Mi padre siempre habló con mucho cariño del tío Pepe. Era muy afable y muy querido en el pueblo”, asegura María Dolores, otra de sus sobrinas nietas. “Mi padre nos contaba que hacía él muchas cosas por los pobres, prestando atención a las personas necesitadas”.

HEREDEROS DE LA FE DE SU TÍO

Nadie hubiese imaginado el desenlace de los acontecimientos en la vida de José Frías, cuando fueron a apresarlo a su casa cinco días después de haberlo dejado en libertad. Los milicianos que se presentaron en el domicilio de la familia Frías Ruiz, se toparon con el padre del coadjutor. Este les rogó que le llevaran a él, en vez de a su hijo. Todo acabó en un amargo desenlace, con ambos fusilados juntos en la carretera camino a Loja.

El sobrino, Rafael Ruiz, había salido de Alhama camino de Sevilla al poco de iniciarse los rumores de la persecución religiosa. Allí creció y formó una familia, a la que educó siguiendo el estilo de su tío. “Mi padre hablaba de él muy frecuentemente, le inculcaron desde pequeño la costumbre de leer la Biblia en voz alta. Mi madre apagaba la radio y él se ponía a leernos la Biblia, al igual que su tío, los domingos por las mañanas”, dice María Antonia. Las dos hijas de ese sobrino de Frías Ruíz aún recuerdan a su padre pidiendo la intercesión de su tío, enseñándoles el mismo latín que aprendió de su tío, el sacerdote de Alhama.

“La noticia de la beatificación ha sido para nosotras una alegría muy grande. La pena es que mi padre no haya podido vivir un poco más para conocer siquiera que se habían iniciado los trámites de su proceso”, explica María Antonia, que confirma que irá “tanto a la vigilia como a la beatificación en la Catedral. Para nosotros es un acontecimiento muy importante”.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social