Fecha de publicación: 27 de septiembre de 2019

Queridos amigos: El domingo día 29 de septiembre celebra la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema “No se trata solo de migrantes”.

Con este motivo, los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE nos dirigimos a todos los fieles de nuestras Iglesias, y a cuantos quieran acoger nuestro mensaje, con esta carta, que quiere ser de aliento y estímulo para la tarea que, en este campo tan apasionante como arduo, llevamos entre manos y en el corazón. Enviamos un saludo cordial a los hermanos, mujeres y hombres de cualquier procedencia, lengua, cultura o religión, que viven la situación, tantas veces dramática, de la emigración, el refugio o la trata de personas.

El año pasado, en esta misma ocasión, los obispos de la Comisión de Migraciones centrábamos nuestra atención en los cuatro verbos activos que, como latidos de su corazón de pastor, nos ofrecía el santo padre para la planificación y la evaluación de nuestra acción pastoral en este ámbito: acoger, proteger, promover e integrar, con veinte puntos de sugerencias concretas.

Es un programa que sigue vigente, porque “cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado (cf. Mt 25, 35.43) A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor el Señor le confía al amor maternal de la Iglesia” (Francisco, Mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado 2018).

Sería bueno que, con motivo de esta Jornada, nos preguntáramos cómo estamos respondiendo en nuestras Iglesias particulares a esta llamada; si estamos abriendo verdaderos procesos, si damos pasos eficaces de respuesta pastoral a este desafío, que constituye “una prioridad para la Iglesia” (ibíd.) y, por tanto, para cada una de nuestras Iglesias particulares y para nuestras parroquias. No se trata solo de migrantes. Se trata también de nosotros. Ahí están las instituciones como Cáritas, Confer, Justicia y Paz, las delegaciones diocesanas de Migraciones, etc., que diariamente están generando procesos para que nadie quede excluido.

El santo padre, a la vez que nos marcaba el camino que debemos seguir, ofrecía, en el marco de los cuatro verbos citados, otros veinte puntos como aportación a los Pactos previstos por Naciones Unidas sobre Migrantes y Refugiados.

En la Conferencia de Naciones Unidas, que tuvo lugar en Marrakech en los días 10 y 11 del pasado mes de diciembre, fue aprobado por aclamación, por más de 160 países, el Pacto Mundial para la Migración, el primero de los acuerdos de este tipo. Aunque no tiene el rango de tratado internacional, se considera como un compromiso políticamente vinculante. Es lamentable que una docena de países, el primero Estados Unidos, se hayan desvinculado del texto. Esperemos que repiensen su postura. Aunque buena parte de los 23 grandes objetivos pactados se formulen como compromisos genéricos, es un paso importante por contar, por primera vez, con un marco global de trabajo conjunto sobre esta realidad, una de las más urgentes de nuestro tiempo. El Pacto da visibilidad a un fenómeno que a menudo es solamente tratado como una emergencia, y contribuye a desarrollar una visión a largo plazo y a una respuesta global.

El hecho de que la Santa Sede se involucrara con tanto empeño, desde el principio, ha contribuido a que algunas de sus propuestas importantes, como la centralidad de la persona humana, se hayan convertido en partes esenciales de lo pactado. El presidente del Gobierno de España ha sido uno de los firmantes del Pacto. Esperamos que tanto las instituciones del Gobierno de la nación, como las administraciones autonómicas y municipales, recientemente constituidas, se impliquen activamente, en la parte que les corresponda, para el logro de tales objetivos. Siempre encontrarán la modesta colaboración de las instituciones eclesiales. Es imprescindible que, mirando a los emigrantes, traten de erradicar y prevenir las situaciones de vulnerabilidad, o la desatención de los derechos humanos vinculadas bien a la irregularidad administrativa (siguen existiendo en la calle mujeres embarazadas, o menores no acompañados) o a las dificultades provenientes de nuestras fronteras, a leyes discriminatorias, o a la reclusión tan doliente y dura en los Centros de Internamiento, por ejemplo. Para estos últimos nuevamente pedimos su cierre con alternativas claras y legales. Lo pedimos así porque los más pobres entre nosotros son los extranjeros sin papeles. La Iglesia siempre ha favorecido (y lo seguirá haciendo) una necesaria y mayor articulación entre los actores del sistema de acogida, y entre estos y las políticas de cohesión e integración social estatal, autonómicas y locales, con el fin de impulsar las trayectorias de integración de los refugiados dentro y fuera del Sistema de Acogida.

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