Fecha de publicación: 20 de febrero de 2018

La capilla del Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada” está dedicada a san Juan Pablo II y consagrado su altar, que acoge una reliquia –una gota de sangre- del papa santo, tras la celebración litúrgica que tuvo lugar el pasado día 16, presidida por nuestro arzobispo y concelebrada por varios sacerdotes diocesanos, y con la participación de la comunidad docente del Centro y fieles en general.

La liturgia de dedicación y consagración de la iglesia comenzó en el exterior, donde nuestro arzobispo bendijo a las personas, ante la estatua de gran tamaño en bronce que preside el patio del CES “La Inmaculada”. En breve procesión, la comunidad de fieles y, tras ellos, sacerdotes y pastor, accedieron al interior de la capilla, para dedicar el templo a san Juan Pablo II y consagrar su altar, en una bella liturgia de gran simbología y significado para la vida del cristiano.

Sin embargo, “no es el lugar lo importante. Lo importante sois vosotros”, explicó D. Javier Martínez, para subrayar quiénes son las piedras vivas de la iglesia: los cristianos, que son Iglesia. “Sólo muy tardíamente se aplicó la palabra iglesia a los templos, los lugares donde se celebraba la Eucaristía. La Iglesia es la Iglesia de las piedras vivas. La Iglesia es la comunión de aquellos que han acogido a Cristo en su vida y han dejado que su vida empiece a transformarse o se transforme gracias a la compañía, a la presencia, al cariño, la misericordia y la gracia de Cristo”, señaló. “No hay iglesia en el mundo que sea comparable en belleza al rostro de un cristiano, que es el templo vivo del Dios vivo”, subrayó nuestro arzobispo.

LITURGIA
Tras las letanías a los santos, oraciones cantadas elevadas a Dios y oración de dedicación, nuestro arzobispo ungió el altar y los muros de la capilla. Mons. Martínez, sin mitra y revestido como sacerdote, remangadas las mangas, expandió sobre el altar de piedra el óleo consagrado, sobre el que previamente se introdujo la reliquia de san Juan Pablo II. También se ungieron las paredes de la iglesia, en concreto las cuatro cruces distribuidas en ambas paredes del templo, que simbolizan los cuatro evangelistas y como signo del lugar habitado por Cristo. Posteriormente, se iluminaron las velas ante ellas postradas.

El altar se unge con el Santo Crisma porque representa a Cristo, lugar en el que se consagra el pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Además es de piedra, símbolo de Cristo como roca sobre la que edificar nuestra vida. Asimismo, sobre dicho altar se colocan reliquias de santos –en este caso, una gota de sangre de san juan Pablo II instalada en su interior-, porque “son los santos los que hacen verdad el ‘tomad y comed, éste es mi cuerpo; tomad y bebed, ésta es mi sangre”, de Cristo. “El misterio de la Eucaristía se prolonga en nuestras vidas”, recordó D. Javier.

La iglesia ahora dedicada y consagrada tiene una reliquia del papa santo polaco, para que “cada vez que celebremos la Eucaristía –explicó D. Javier- esté la memoria de alguien que ha hecho de Cristo ‘todo tuyo’”, una vocación que recogía su lema apostólico (Totus Tuus), dirigido a la Virgen y a través de Ella dirigido al Señor.

La incensación del altar y de la iglesia fue otro de los momentos de la liturgia de dedicación de esta capilla a san Juan Pablo II, por ser el papa santo muy cercano a los jóvenes y el lugar que acoge la capilla un lugar de ámbito universitario y juvenil. 

Tras la liturgia de dedicación y consagración, se limpió el altar y se vistió, disponiéndolo todo, para continuar con la Eucaristía. 

Paqui Pallarés

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