Fecha de publicación: 14 de abril de 2017

Queridos hermanos del pueblo de Granada, pueblo cristiano, fervoroso, noble y leal.

Quiero comenzar felicitándoos por conservar tan fervorosamente vuestras santas tradiciones religiosas. Esta escena del Campo del Príncipe nos llega a todos al corazón, yo la viví con vosotros hace unos años y el Señor me ha concedido la gracia de volver a compartir con vosotros estos minutos sagrados.

Acudís aquí a poneros a los pies del Señor de los Favores y de su santa Madre la Virgen de la Soledad, para pedirle la bendición, la fortaleza que os tiene que sostener en el camino del bien, de la justicia, de la esperanza durante todo el año.

Esta celebración pone al descubierto el misterio más profundo de nuestra vida: la Cruz de Jesús deja al descubierto la ignorancia, la crueldad, la estupidez de los hombres en muchas ocasiones. Matamos a lo justo, rechazamos al que es nuestra Salvación. Eso ocurrió en el Calvario y sigue ocurriendo lamentablemente en nuestro mundo.

Pero a la vez que aparece el pecado y la insensatez de los hombres, aparece la nobleza grandiosa de Jesús. Él es nuestro hermano, y Él, con su inocencia, nos limpia a todos el corazón, Él restaura la dignidad y el honor de la humanidad entera porque es su familia. Él quiso hacerse uno de nosotros y con su grandeza de alma restaura la dignidad de todos nosotros, y más en el fondo, la Cruz de Jesús deja al descubierto la gran misericordia de Dios.

El Dios celestial, el Dios misterioso, el Dios Creador que muchas veces ignoramos y no sabemos como llegar hasta Él, viene a nosotros en Jesucristo. Las tres horas de Jesús agonizando en la cruz son la gran revelación de la misericordia de Dios, porque la cruz de Jesús es la cruz del perdón, la cruz de la reconciliación, la cruz de la esperanza y de la Salvación. Cruz de la reconciliación con Dios, porque Jesús asume en su humanidad, en su cuerpo y en su alma, la torpeza de todos nuestros pecados, y los elimina, los borra, los supera con la grandeza de su alma.

Vale más la piedad de Jesús que la impiedad de todos los impíos del mundo, vale más la misericordia de Jesús que la crueldad de todos los hombres, vale más la humildad y la mansedumbre de Jesús que la soberbia y el orgullo y la prepotencia de tantos hombres y de tantas mujeres con sufrimiento para los demás miembros de la humanidad.

La grandeza del alma de Jesús en la Cruz limpia y sana el corazón de todos los hombres que quieran invocarle y acercarse a Él. Jesús nos reconcilia con Dios pero Jesús también es reconciliación ante todos los hombres del mundo, no es solo el Salvador de los cristianos, es el Salvador real, el único Salvador de toda la humanidad, también de los que no creen en Él, también de los que no le conocen, también de los que se han marchado de la Iglesia después de haberle conocido y haber recibido las aguas del Bautismo.

Jesús, con los brazos abiertos, quiere abrazar a la derecha y a la izquierda, a los de arriba y a los de abajo, porque Él es el centro de la humanidad, porque Él es la verdad de la humanidad, porque Él es la fraternidad viviente para todos los hombres, para todos los pueblos, para todas las civilizaciones y todas las culturas.

Es una pena, hermanos, que haya todavía tantos millones de hombres y no precisamente lejos, también en España, también aquí, que no quieren reconocer este valor inmenso de la Cruz de Jesús como signo de Perdón, de Reconciliación, de Encuentro y de Paz para todos los hombres.

Hoy le invocamos desde lo más profundo de nuestro corazón. El Señor, con su gran Amor, está cerca de nosotros, está cerca de nuestra vida personal, está cerca de vosotros, los jóvenes, en vuestras preocupaciones, en vuestros desalientos, en vuestras dificultades, está cerca de vosotros con amor y con sinceridad; está cerca de los matrimonios, de las familias, ayudándoos en todos los esfuerzos de cada día para sacar adelante vuestra familia; está cerca de lo que trabajan, está cerca de los que no pueden trabajar. Lo malo es que aunque Él esté cerca, nosotros no siempre cerca de Él. Le invocamos.

Señor, ten misericordia de nosotros porque hemos pecado contra Ti.

Oración de las Cincas Llagas

Cristo de los Favores, adoramos las llagas de tus pies y manos y la sangre que por ellas derramaste. Te pedimos perdón, que perdones los pecados que hemos cometido, por los malos pasos que damos a diario en nuestra vida, por la tibieza con que recorremos tu camino, por las barreras que de continuo ponemos a tu Amor, por nuestras cobardías y abandonos, por nuestra falta de fe, de sinceridad, de entrega a los demás.

Concédenos, Cristo de los Favores, la gracia de caminar siempre por el sendero de tus mandamientos para hacernos dignos de tu vida y de tu amor consumado en la Cruz. Amén.

Por la llaga de tu pie izquierdo:

Cristo de los Favores, adoro devotamente la llaga dolorosa de tu pie izquierdo. Por el dolor que en ella sentiste y por la sangre que derramaste, te pedimos, Señor, por la paz del mundo, por que no haya miseria ni hambre en la tierra, por los que gobiernan las naciones, por tus misioneros.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la Tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Por la llaga de tu pie derecho:

Cristo de los Favores, adoro devotamente la llaga dolorosa de tu pie derecho. Por el dolor que en ella sentiste y por la sangre que derramaste, bendice, Cristo de los Favores, a todos los pueblos del universo, sobre todo a los más pobres, bendice a los perseguidos por tu causa, a los abandonados, a los que padecen hambre, a los moribundos.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la Tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Por la llaga de tu mano izquierda:

Cristo de los Favores, adoro devotamente la llaga dolorosa de tu mano izquierda. Por el dolor que en ella sentiste y por la sangre que derramaste, te pedimos, Cristo de los Favores, por los que prometen una falsa felicidad, por los que se empeñan en servir a dos señores: a Dios y al dinero, con injusticia. Por los que blasfeman tu santo nombre, para que haya justicia en el mundo.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la Tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Por la llaga de tu mano derecha:

Cristo de los Favores, adoro devotamente la llaga dolorosa de tu mano derecha. Por el dolor que en ella sentiste y por la sangre que derramaste, bendice, Cristo de los Favores, a todos los movimientos apostólicos de la Iglesia, a nuestras hermandades y cofradías, a sus juntas de gobierno. Bendice esta Cofradía de los Favores, a todos sus miembros, concédenos la gracia de amarnos como hermanos con todo nuestro corazón y de dirigir nuestras obras a tu mayor gloria.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la Tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Por la llaga sagrada de tu costado:

Cristo de los Favores, adoro devotamente la llaga sagrada de tu costado. Por el dolor que en ella sentiste y por la sangre que derramaste, te pedimos, Cristo de los Favores, por los que encienden enemistades y odios, por los que calumnian, por la unión fraterna de todas las personas, por todos los enfermos, y por los más necesitados. Por los que sufren el dolor en su cuerpo, por nuestras intenciones particulares, porque no saben encontrar el rumbo de su vida.

Padre Nuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la Tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén

Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. El Señor esté con vosotros. La bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén

+ Mons. Fernando Sebastián
Arzobispo emérito de Pamplona Tudela