Fecha de publicación: 2 de febrero de 2014

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de nuestro Señor Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, queridos religiosos, religiosas, consagrados, consagradas, hermanos y amigos todos:

Cuando uno piensa en las expresiones de la belleza que tienen las distintas artes humanas, tal vez la más simple de todas -porque sólo afecta a un sentido- es la pintura. Delante de una pintura nos sentamos y la miramos, contemplamos, y no hay nada más que hacer, por mucho que una pintura poderosa, como puede ser “El entierro del Conde de Orgaz” o “El expolio” de El Greco también -puesto que estamos en su centenario-, pueda conmover y arrancar hasta lágrimas en la contemplación. Pero es verdad que no implica al hombre más que en el ejercicio de uno de nuestros sentidos. Cualquier otra de las artes, u otras artes, por lo menos implica más. La misma música, implica el tiempo. No podemos gozar de una música, si no pasa el tiempo, si no la escuchamos en la sucesión de los sonidos, del silencio, de la modulación que tiene lugar en el tiempo. Y con otras artes pasa algo parecido: una estatua, si queremos gozarla plenamente, tenemos que girar en torno a ella, tenemos que verla desde distintos ángulos. Y la arquitectura, por ejemplo, hay que recorrerla, no basta con verla desde fuera, uno ve una perspectiva pero a menos que uno la viva o la recorra por dentro, no se hace idea de la armonía o de la belleza del espacio arquitectónico; ahí no es el tiempo, es el espacio lo que hace. Y lo mismo que sucede en la música, sucede por ejemplo en el drama o en el cine: es necesario la sucesión, el paso del tiempo para ver cómo termina, por ejemplo; es decir, cómo se desarrolla y se desenvuelve el drama.

Diréis: ‘Y esto, ¿a qué viene hoy?’. A despertaros -si alguien no estaba suficientemente despierto-, a provocar vuestro pensamiento con los misterios que somos nosotros, con el misterio humano, pasa mucho más porque el arte siempre refleja algo del misterio que somos. La realidad misteriosa que somos cada uno de nosotros, que es nuestra humanidad, no es abarcable. Pasa como con todas las artes juntas, es decir, uno puede mirar, uno puede recorrer, uno puede vivir, uno puede establecer una relación, pero nunca se agota porque nuestro misterio es más grande que todo el misterio que el ser humano es capaz de expresar, hasta en las obras más dotadas. Lo que pasa es que entre nosotros, en la vida ordinaria, vivimos distraídos y no nos damos cuenta, pero el misterio humano es infinitamente más grande, sorprendentemente más grande y nunca lo agotamos.

Decía un director de cine, muy bueno, y además de los pocos directores profundamente cristianos, Carl Theodor Dreyer -un danés que hacía cine por los comienzos de los años 30 y por ahí, que tiene por cierto alguna película preciosa sobre la fe-, cuando le preguntaban ‘¿y por qué usa tanto los primeros planos, si se ve sólo la cara, en muchas de sus películas y así tanto tiempo?’. Y él decía: porque el rostro humano es el único paisaje que los hombres jamás se cansarán de explorar. La razón de eso es que somos imagen de Dios. Seguiréis preguntándoos: ¿Y cómo aterrizamos aquí, en el 2 de febrero y en la Fiesta de la Presentación? Paciencia, que llegará.

Ése es el misterio que somos nosotros, pero en los misterios de la vida cristiana pasa lo mismo, pasa más todavía, por eso la Iglesia nos concede un tiempo para celebrar el Misterio Pascual, para que lo vayamos contemplando desde distintos aspectos, y por eso también nos concede un cierto tiempo para vivir y para celebrar la Navidad. De hecho, aunque el origen de las dos fiestas tenga sus razones de ser contingentes, como lo tienen tantas cosas en nuestra vida, ¿por qué algunas de vosotras o algunos de vosotros entrasteis en una determinada congregación?, ¿o por qué yo entré en el Seminario de Madrid? Porque se cruzó en mi camino un seminarista, si no, no hubiera entrado. Porque en vuestras vidas alguien se cruzó. Las fiestas de la Navidad y de la Epifanía cada una tiene su historia y su nacimiento, y se cruzaron también, pero lo cierto es que hoy nos permite ver el misterio desde un ángulo el día 25, verlo desde otro el día 6 de enero -y aquí llegamos al día 2- y verlo desde otro ángulo el día 2 de febrero.

Porque lo que estamos celebrando hoy, en el fondo, es la Navidad. Es una perspectiva singular de la Navidad. Hay pueblos -por ejemplo, todos los pueblos eslavos- donde las decoraciones de Navidad -y no sería una mala costumbre- permanecen en las casas y en las iglesias hasta este día. ¿Por qué? Porque cuarenta días después de que naciera el Niño, y las luces son una manera, hacen referencia a la Encarnación del Hijo de Dios, ha brillado el primer domingo ordinario, ¿recordáis todos? Tierra de Nebulón, tierra de Neftalí, el pueblo que estaba en tinieblas una luz le brilló. Es unir el ministerio y el misterio de Cristo justamente con la Encarnación.

Inmediatamente después de la Encarnación y del Bautismo de Jesús, que también era un texto que se entendía a la luz de la Navidad, Cristo desciende hacia la profundidad de las aguas, hasta la profundidad del abismo para rescatarnos a una vida nueva. Está todavía reflejado el 2 de febrero. (…)

Y si en alguna casa os animáis, para otros años, las decoraciones de Navidad y algún canto navideño lo podemos mantener hasta el día 2 de febrero. ¿Por qué  se va a terminar el día 6?, ¿porque empiecen las rebajas el día 7? No. Si el día 2 estamos celebrando que el Niño tiene cuarenta días y que la Virgen se purifica y que rescata a su hijo, como pedía la ley que se hiciera con el primogénito en todas las familias, se acerca al templo. Evidentemente, la Iglesia ha visto en el pasaje de la presentación de Jesús en el templo, mucha más riqueza, y ahí volvemos a lo del arte, mucha más riqueza que el mero hecho de que la Virgen y San José cumplieron con un precepto de la ley de Moisés, mucha más.

¿Por qué? Porque en esa entrada de Jesús en el templo empieza uno a ver cosas y se marea. ¿Por qué? Porque el sentido de la vida de Cristo es un ofrecimiento al Padre, un don al Señor, un don al padre que le ha enviado, y todos estos aspectos engarzan después en la vida de la Iglesia y engarzan de una manera especial en la vida consagrada, que es la vida de la Iglesia puesta, por así decir, de una manera radical, en presencia del pueblo cristiano. La virginidad consagrada es eso, es la vida cristiana hecha visible para todo el reconocimiento de la Iglesia, del pueblo cristiano. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral de Granada
Fiesta de la Presentación del Señor y Purificación de María
2 de febrero de 2014

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