Fecha de publicación: 1 de junio de 2021

El Evangelio que ha leído el padre Ángel habla de que “el que tenga sed que venga a Mí y beba”, dijo Jesús un día, en una fiesta que se celebraba en Palestina, cuando todo el mundo estaba ya pidiendo la lluvia, para que pudiera haber la siembra en el otoño, y si no llovía…. Entonces, Jesús, en ese contexto en el que se pide la lluvia, dice un poco como le dijo a la samaritana: “Yo tengo un agua que salta hasta la vida eterna. El que tenga sed que venga a Mí y beba”.

Ese Evangelio se refiere también al Espíritu Santo, porque yo pienso que todos podemos reconocernos como teniendo sed. No teniendo sed de agua (también la tenemos, pero sabemos lo que es tener sed de agua, pasar calor). Tenemos otra sed más grande, más honda. Os hablo como adultos porque ya no sois niños. Entonces, ¿de qué tenemos sed? De ser felices, de eso tenemos una sed muy grande. Y nos damos cuenta ya de que eso de ser felices tiene algo que ver con que a uno le quieran. Si uno se siente bien querido, está más contento; y si te das cuenta de que algún amigo del cole, o algún primo tuyo, no te quiere demasiado bien, o alguien que tú esperas que te quiera y te das cuenta de que no te quiere demasiado bien, nos hace sufrir bastante no sabernos ni sentirnos bien queridos. Y al revés, lo que nos da más alegría es sentirnos queridos. Luego, ese cariño se expresa de muchas maneras y de formas, a veces muy sencillas: una sonrisa, una mirada. Pero nos damos cuenta de que el ser felices tiene mucho que ver con el amor y con ser queridos. Y la sed de ser felices es la sed de amor. La frase es muy solemne para que, a lo mejor, vosotros la podáis coger entera, pero san Juan Pablo II escribió (un Papa que ha habido antes del Papa Francisco y a lo mejor habéis visto fotos de él) que el ser humano no puede vivir sin amor. Sin amor la vida se vuelve como oscura, como si no hubiera luz en la vida y, por eso, tiene necesidad de Jesucristo y tiene que acercarse a Jesucristo con su pobreza, con nuestros defectos, con todo, buscar al Señor.

Por lo tanto, la sed de ser felices tiene que ver con sed de Dios. Tenemos sed de Dios. Aunque no nos demos cuenta, a lo mejor de lo que tenemos sed es de que nos compren algo. O que nos regalen algo. O de jugar con nuestros amigos, de poder jugar tranquilamente sin tener que guardar demasiadas distancias sociales (…). Pues, la sed de todas esas cosas refleja una sed más profunda que es siempre la sed de Dios.

Estamos en la parroquia de san Agustín y a mí me da mucha alegría porque san Agustín es un santo de los grandes que ha habido en la Iglesia y él hablaba mucho de la búsqueda de Dios. Tanto que, en una frase muy famosa, que yo creo que resume mejor que nada cómo vemos los cristianos al ser humano, él dijo al principio de un libro que se llama “Confesiones” (…), en el principio de ese libro: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en Ti”. Es decir, estamos hechos para Dios. La sed de amor que tenemos. No nos vale cualquier amor. Nosotros necesitamos un amor que no se acabe nunca, que no nos ponga condiciones, que también cuando nos equivocamos, o no llegamos, no se enfade con nosotros, que no se canse con nosotros, a la primera o la quinta. Un amor, una amistad así es el amor de Dios.

Lo que sucede en esta tarde es que Dios os vuelve a decir a cada uno de vosotros lo que os dice desde toda la eternidad, lo que dijo el Señor en la cruz cuando derramó Su sangre por nosotros y lo explicó en la Última Cena la víspera de morir: “Esta es la Alianza nueva y eterna en Mi sangre”. El Señor ha hecho con cada uno de los hombres y mujeres de este mundo una alianza de amor para siempre. Porque Dios es Amor. Tal y como lo hemos conocido en Jesucristo, Dios es Amor. Por lo tanto, Dios no sabe hacer otra cosa que querer. No sabe hacer otra cosa ni puede hacer otra cosa más que querer. Lo grande de ser cristianos es haber conocido ese amor. Y empezar a participar de esa Alianza. Vosotros todos participáis de ella el día que os bautizaron, pero eráis pequeños y no os podíais dar cuenta del regalo que era entrar en esa Alianza de amor, por la que Jesús se une a vosotros y os entrega Su principio de vida, su Espíritu Santo, su aliento de vida, que nos permite ser y saber que somos hijos de Dios y tener la vida del hijo de Dios en nosotros.

Decíais en el canto de entrada: “Ven Espíritu Santo, apodérate de mi”. Pero también vosotros os apoderáis de Él, porque la Alianza es siempre dos que se juntan. Y el Señor ha querido darnos Su Espíritu, a todos los hombres y mujeres de este mundo. Pero no todos hemos conocido al Señor. No todos hemos conocido que Dios es Amor y que Dios nos quiere, pero vuestras familias sí y, por eso, os bautizaron. Y luego, la Iglesia en los documentos importantes de alianza hacen falta siempre dos firmas. El Bautismo es como la primera firma y la Confirmación no es algo que vosotros hacéis por el Señor. Vosotros no os confirmáis; es el Señor el que confirma. Y confirma la Alianza de amor que hizo con cada uno de vosotros, con vuestros nombres y apellidos, con vuestra historia, con vuestro temperamento, con vuestro entorno, con vuestras cualidades y vuestros defectos, tal como sois. El Señor hizo esa Alianza y hoy la ratifica, la confirma: confirma el regalo de Su amor.

En otras palabras, el Señor, en la Confirmación, nos dice lo mismo que nos dijo en la cruz y nos lo dice a cada uno (y nos lo dice no como, a veces, lo decimos los hombres, que puede ser verdad o puede ser mentira, mitad verdad, mitad mentira… con muchas quiebras y con muchas fragilidades). Cuando Dios dice “te quiero”, es sin límites, sin condiciones y es muy importante que caigáis en la cuenta de eso: que es para siempre. Pase lo que pase en la vida, el Señor no va a dejar nunca de querernos, nunca. Y esa es la alegría que nace de la Confirmación. No venís aquí, aunque lo parezca, a decir que desde ahora vais a ser muy buenos. No, que no es eso. Seguramente, os lo han dicho en casa. Aparentemente, vais a salir de aquí igual que habéis entrado, aparentemente. Lo que cambia es que desde esta tarde el Señor está con vosotros y jamás os abandonará, jamás. Aunque vosotros Le abandonéis; aunque vosotros quisierais echarLe de vuestra vida algún día, o perdierais la fe, el Señor seguirá a vuestro lado. Porque Dios no es de los que dice una cosa y luego cambia, no. Cuando Dios dice “te quiero”, es para siempre. Eso es Él quien confirma y lo que confirma es esa alianza de amor que hizo en la cruz, y que nosotros ya empezamos a participar de ella en el Bautismo. Pero viene como una segunda firma que ratifica esa alianza, ese contrato, ese documento de alianza de amor para siempre.

Podéis decir que no vais a cometer ningún error o ningún pecado de ahora en adelante. Ya sois mayores. Cuántas veces hacéis propósitos y luego… eso va a seguir pasando. Y, por lo tanto, si pensarais que la Confirmación es eso, tendríais una alegría esta tarde pequeña, lo que dure vuestro propósito de ser buenos. No por ser pequeños. Los de los mayores duran aún menos. Vuestros propósitos duran lo que duran. (…) Y Dios como no tiene marcha atrás, pues te va a seguir queriendo siempre. Eso es una alegría muy grande. Acometer la tarea y la aventura de la vida con todas las incertidumbres que tiene, con todo lo que pueda pasar en la vida o así, y las puede uno disfrutar mucho más, porque son signo del amor del Señor; otras menos bonitas, otras a veces muy duras, pero el Señor no os deja solos en ese momento, sino que está con vosotros. Eso da una alegría que es más pura, más grande, extraordinaria, y que no tiene por qué acabarse.

A lo que venís es a recibir la Confirmación del Amor del Señor y eso sí que no os va a faltar nunca, pase lo que pase en la vida. Si yo pudiera grabar esto en vuestros corazones a fuego para que nunca se os olvidara, pase lo que pase en la vida, el Señor no va nunca a dejar de quereros. Y eso es lo que celebramos esta tarde y eso es lo que el Señor os da esta tarde, a través de los pobres signos de un pobre sacerdote que es un ser humano igual que vosotros, pero que ha recibido lo que dice el Evangelio: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, también os envío Yo. Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. Ese poder del Espíritu Santo, yo, que soy un sucesor de los apóstoles, lo tengo para daros a través de los gestos pequeñitos de la Confirmación. Pero la mayoría de los gestos importantes humanos son muy pequeños, por ejemplo, un beso. ¿Os acordáis de un beso muy famoso que fue mentira? El de Judas. Claro. Sirvió para traicionar al Señor, para venderlo por unas monedas. Imaginaros que vuestra madre no os hubiera dado nunca un beso desde que nacisteis. La vida sería muy triste. No tendríais los ojos abiertos ni la cara alegre que tenéis. Por lo tanto, un gesto muy pequeño puede ser portador de algo muy grande, pues el amor de papá o de mamá. Los gestos de la Confirmación, de los Sacramentos, son gestos pequeñitos pero está en ellos el poder que el Señor les ha dado. Y en la Confirmación es el poder de comunicar Su vida divina, de daros Su amor infinito. No despreciéis la pequeñez de los gestos. Una sonrisa, qué gesto tan pequeño, no hay más que abrir un poco la boca y, sin embargo, qué diferente puede hacer el día o si nadie te sonríe nunca.

En una época del siglo XX se hicieron experimentos con niños y si nadie les sonreía no aprendían ellos a sonreír. Es tremendo. Una sonrisa es un gesto pequeño, pero muy importante para vivir. Y los gestos de la Confirmación son muy pequeños, pero por ellos pasa el don más grande que es la vida misma de Jesucristo, la vida misma del Hijo de Dios. Nunca se va a marcha de vosotros. Eso es lo que quiero que se os quede.

Vamos a empezar. Y lo primero que hacemos antes del Sacramento es decirLe al Señor que Le conocéis, que sabéis que os quiere y que esperáis de Él lo que nadie os podría dar, que es el perdón de los pecados, de todos los pecados posibles, la resurrección de la carne y la vida eterna.

Me dirijo a vuestros padres ahora más que a vosotros. Alguien que definió una vez el amor de una manera muy bella, en el siglo XX, dijo: “Querer a alguien es decir ‘yo quiero que no mueras nunca’”. Ningún padre quiere que muera su hijo, obviamente. Pero nadie puede cumplir ese deseo. El Señor sí. Y el Señor nos ha prometido, con Su vida divina, la vida eterna. Hasta la muerte ya no es lo último, ni lo más importante. La muerte es un paso para entrar en la vida eterna, que el Señor nos ha prometido y que nos da.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

1 de junio de 2021
Parroquia Santo Tomás de Villanueva (Granada)

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