Fecha de publicación: 28 de julio de 2020

¿Cómo fue su llamada a la vocación sacerdotal?

Mi vocación es totalmente parroquial, siempre me crié en la parroquia, en el Buen Pastor, allí el Señor fue poco a poco sembrando a través del párroco que tenía una manera especial de trabajar, confiaba y delegaba en la gente. Él me confió la liturgia y la catequesis y ahí es donde empecé a plantearme la vocación.

El 3 de junio de 1987 hubo unas ordenaciones en la Catedral de Granada y participamos, yo veía en el sacerdote que se ordenaba tanta alegría que pensé en un momento de la Misa “¿por qué no yo?” y ahí empezó el Señor a pegar fuerte y me presenté en el Seminario solicitando ingresar.

¿Cuándo llega a su vida la Renovación Carismática?

Gran regalo, alimento que me ha sostenido en momentos difíciles. La oración de alabanza es una gracia que el Señor nos da y expreso con los brazos alzados. Conocí la Renovación en Jerez de la Frontera cuando yo cursaba 1º BUP, en un encuentro de jóvenes. De hecho, yo tenía mucho reparo a rezar alzando los brazos y de pronto en una oración en ese retiro me di cuenta de que todos me miraban y era que Dios me había vencido. Estaba rezando con las manos levantadas al cielo y orando en lenguas, yo tenía muchos prejuicios hacia eso y hoy no sé rezar de otra forma.

¿Cuál diría que es el mayor desafío de un sacerdote?

A nivel personal, hoy por hoy, para mí es la soledad humana. Hay momentos de soledad cuando vuelves a casa después de tu ministerio que se pueden hacer difíciles. Nuestra vocación es hacia fuera, hacia la gente, servir, estas atentos a las necesidades de los demás y cuando el día acaba esta soledad es un desafío para todo sacerdote.

 ¿Y la mayor gracia?

Tener al Señor en las manos. Poderlo compartir con los hermanos, compartir la Eucaristía, poder adorarle como sacerdote esa es la mayor gracia. Te confieso que no me sé de memoria todos los textos litúrgicos, para mi cada Eucaristía es algo nuevo.

A lo largo de estos 25 años, un ministerio que le haya marcado…

La Confesión. Yo tenía un bloqueo enorme hacia este sacramento hasta que descubrí que yo no era el que hacía, que los milagros los hace el Señor, la palabra, la acogida la da el Señor. Lo primero que hago antes de confesar es rezar antes del Santísimo, nunca recuerdo nada de lo que sucede en la Confesión, solo intento ser canal de gracia.

¿La mejor penitencia?

Mi penitencia siempre es la misma, un pastel. Si el Señor perdona y es misericordioso, cómprate un buen dulce y disfruta de la misericordia y la dulzura de Dios. O sonríe, o cuando llegues a casa mírate al espejo y sonríete que hace falta.

¿Cómo ha celebrado el 25º aniversario de su ordenación?

Ha sido uno de los momentos más importantes de mi vida. Celebrar con los hermanos fue una gozada, comida con la familia, y después en la Misa en el Sagrario, fue una Misa de alabanza en la que participamos muchos carismáticos.

El 25 de junio de 1995 se ordenó en la Catedral, ¿qué recuerdos tiene?

¡Que llovía mucho! Uno de los momentos más importantes que recuerdo ese día fue la imposición de manos del colegio presbiterial. Los hermanos que te acogen, que rezan por ti y te imponen las manos, yo soy carismático, sé lo que es interceder y ahí se derramaba la gracia del Espíritu. También cuando me dieron el cáliz y la patena que me regaló mi familia y un abrazo muy especial que me dio mi padre.

¿Qué le diría a los jóvenes que hoy sienten la llamada a ser sacerdotes?

Les diría: Sé de quien me he fiado y de quien me voy a fiar. Que no tengan miedo, la Iglesia merece la pena, Jesús merece la pena (aunque haya altos y bajos). Que entren en Nazaret como la Virgen. El Seminario es un semillero y también es como Nazaret, allí fue donde en el silencio Dios la fue trabajando. Este tiempo es el seminario, como sacerdote tienes que gestar tu vida en un ministerio.

María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada