Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios,
queridos sacerdotes concelebrantes,
Amigos todos, incluso aquellos que no sois tal vez cristianos y que, sin embargo, acudís a esta celebración por curiosidad o por aproximaros a lo que la Iglesia vive y celebra:

En un momento del Salmo, me he puesto yo de pie y he dicho: “Todos”. Y ese deseo de que vosotros cantéis, todos los que podáis, no es un capricho mío, ni una manía de este Obispo, sino casi, casi una exigencia de la liturgia cristiana.

En las liturgias orientales, por ejemplo, prácticamente en todas ellas, no existe eso que nosotros llamamos “Misa rezada”: todas las misas son cantadas. No tienen por qué durar más. Hay un canto que es como un recitativo, todo el rato, incluso las lecturas en algunas de ellas, incluso los días de diario se leen cantando. Y todo eso forma parte de lo que significa la Eucaristía, que significa Acción de Gracias; si queréis, podría describirse la liturgia eucarística como un dúo de amor entre la esposa y el esposo. El esposo es Cristo, por supuesto. El sacerdote o el obispo sólo hay un momento en la Eucaristía donde hace las veces del Esposo y que la Iglesia dice, actúa -en latín, in persona Christi- es cuando dice las palabras de la consagración. En ese momento, él está diciendo lo que Cristo dijo hace 2.000 años y si vive bien la Eucaristía, está haciendo suyo lo que Cristo dijo hace 2.000 años, y Cristo lo dice por sus palabras una vez más. Pero se lo dice a su Esposa, a la Iglesia, que no es la que está aquí (nota: se refiere al presbiterio), sino la que está ahí (nota: se refiere a los fieles que están en los bancos). Es la que está sentada a la mesa. Yo sé que siempre hay escalones en los presbiterios y eso da la impresión de que el sitio importante es éste. No, el Señor en el Evangelio dijo: ‘¿Quién es más el que está a la mesa o el que sirve?’. Bueno, pues ésta es la mesa, ésta es la que está a la mesa y los que estamos aquí somos servidores de la que está a la mesa.

Pero toda la liturgia, en este contexto, es un dúo y es un dúo de amor. Hay algunas liturgias orientales, por ejemplo en la liturgia melquita, que son los árabes de rito bizantino, o en la liturgia armenia, donde prácticamente no se puede celebrar la misa si no hay una mujer que canta, aunque esté el sacerdote y un monaguillo o aunque no haya monaguillo tiene que haber una cantora, que representa a la Iglesia. ¿Por qué? Pues porque la liturgia de la Eucaristía -me lo habéis oído decir, sé que esto es una verdad olvidada, hace falta excavar en los Padres de la Iglesia y en los escritos de los Padres hasta el siglo XIII prácticamente, para volver a oír los ecos de esta realidad- es una celebración nupcial, que comienza con que la esposa se acerca al esposo y siente vergüenza de sí misma y le pide perdón, y que termina en la consumación de esa alianza matrimonial en la comunión.

Y las lecturas, uno no viene a Misa para oír un discurso del cura –o del obispo, con perdón-. No. Y uno no mide la Eucaristía por cómo sea ese discurso. El valor de la Eucaristía es lo que sucede en ella y lo que sucede en ella es lo que sucedió en la Encarnación. También algunas liturgias orientales mantienen en el momento en el que se invoca el Espíritu Santo para que descienda sobre el pan y sobre el vino, y se conviertan en los dones del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la vida de su pueblo, el sacerdote, con una especie de velo, hace el gesto como del aleteado del Espíritu, que es el gesto que el Señor hizo, que el Génesis habla -el mismo verbo que el Génesis usa en el momento-, el Espíritu incubaba sobre la faz del abismo, sobre las aguas en el comienzo de la Creación. Y es el mismo verbo que usan las versiones arameas de la Escritura cuando dicen: “Y el Espíritu Santo descenderá sobre ti”. Por lo tanto, es una nueva creación y esa nueva creación es la prolongación en la historia para nosotros, en nuestro siglo XXI, para nosotros, en nuestra realidad, del don que Cristo nos hace, que Cristo hace a su Esposa de su Cuerpo. Por eso se puede hablar de matrimonio; si es que casi todo -alianza nueva y eterna, tomad este es mi cuerpo…- son palabras que hacen referencia, que iluminan en realidad lo que significa verdaderamente la unión matrimonial. Es en la Encarnación y es en el Calvario, donde se iluminan verdaderamente qué significa el amor esponsal, el amor nupcial, el amor en el que el esposo está llamado a dar la vida por su esposa, como Cristo, hasta derramar su sangre por ella, y ella recibe ese don que la vivifica y la lleva a la plenitud de su vocación femenina, justamente por ese don y gracias a ese don. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral, 14 de septiembre de 2014
Exaltación de la Santa Cruz

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