Fecha de publicación: 12 de diciembre de 2018

Queridísima Virgen Inmaculada, Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra;
queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
miembros de la Hermandad de Otura;
otureños, que habéis venido acompañando a vuestra Imagen;
miembros de la Hermandad sevillana, que estáis por aquí, de la Santísima Virgen de la Sangre y de Santiago Apóstol, de Huévar, de Sevilla;
y queridos hermanos y amigos todos:

Ayer en la celebración de la vigilia de aquí yo decía una cosa que no me importa hoy volver a repetir, tratando de decirlo de manera que os pueda servir más de ayuda y eso es lo que Le pido a la Santísima Virgen.

Yo comenzaba comentando que un libro de un amigo mío, que habla de cómo es la Iglesia y cómo vive la Iglesia después de que la “cultura oficial” ha dejado de ser cristiana (y no es un español el que escribe), tiene un capítulo que a mi me llama mucho la atención, que me pareció muy bello, que se titula “El matrimonio como acto revolucionario”. Me llamó mucho la atención, pero me di cuenta que no sólo lo explica en el capítulo, sino que el título era muy adecuado. ¿Y cómo se pone eso en conexión con la celebración de la fiesta de la Inmaculada? Pues, porque yo siempre he pensando que la celebración de la fiesta de la Inmaculada, de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen, era también un “acto revolucionario”, justo cuando empieza a “agrietarse” la modernidad. Y es curioso que en nuestras tierras, tierra de María, casi desde el principio de la Modernidad, o cuando la Modernidad empieza a expresarse culturalmente, la fe en la Inmaculada (antes de que fuera proclamada Dogma, en muchas partes de Andalucía, y especialmente en Sevilla y en Granada), era percibida como algo que pertenecía a la esencia de la fe cristiana.

¿Qué relación puede haber entre estas dos cosas? El matrimonio: ¿por qué se puede decir que el matrimonio es “acto revolucionario”? Eso no necesita mucha explicación, porque nos damos cuenta que en cuanto dejamos o se oscurece, se llena de niebla nuestro panorama cultural, y en cuanto se debilita en nosotros la experiencia cristiana, la experiencia del pueblo cristiano, que esa es la experiencia cristiana, y la experiencia de la fe, los matrimonios se rompen, se hacen tan extraordinariamente difíciles como que no está en las fuerzas del hombre o de la mujer, solos, el mantenerla.

Que la verdad de la Inmaculada Concepción sea un milagro lo entendemos todos bien. Que proclamar esa verdad sea una “acto revolucionario” por parte del Papa Pío Nono y de la Santa Madre Iglesia parece menos evidente, y sin embargo se puede entender también. Y yo quisiera que vierais cómo las dos cosas son revolucionarias de la misma manera y por el mismo motivo. En el mismo tiempo aproximadamente que se estaba proclamando el Dogma de la Inmaculada, un filósofo alemán que se llama Nietzsche proclamaba que la historia la hacía el “superhombre”; que estábamos llamados a ser el “superhombre” y que el “superhombre” podía hacer un mundo feliz; que con nuestras fuerzas, si nos las tomamos en serio, si luchamos suficientemente, podemos hacer un mundo feliz. El pensamiento de Nietzsche estaba bastante detrás de, por ejemplo, del nacimiento del nazismo en Alemania, que costó la vida de al menos seis millones de judíos y de varios otros millones de personas en Europa. Afirmar al “superhombre” conduce a la violencia y a la guerra, casi inevitablemente. Y en ese momento, la Iglesia proclama la Inmaculada Concepción. Y dice uno: “Bueno, claro, puede uno entender es revolucionaria la Inmaculada Concepción porque es alternativa”, es decir, choca con la cultura del tiempo. Y es “revolucionario” el matrimonio porque también hoy casarse es casi un hecho alternativo, choca con la cultura dominante, choca con la cultura del tiempo en que vivimos, que no invita para nada, ni facilita, ni hace posible una cultura del matrimonio (hasta casi nos da vergüenza a veces y sustituimos la palabra matrimonio por pareja, de una manera muy sencilla, aparentemente muy inocente, pero que expresa toda una concepción de la vida humana). La Inmaculada Concepción expresa una concepción de la vida humana. Y el matrimonio cristiano expresa una concepción de la vida humana. Y yo vuelvo a repetir: las dos son revolucionarias y las dos por el mismo motivo. ¿Cuál es ese motivo? El escándalo central de la fe cristiana: que Dios se ha hecho hombre y que Dios ha entregado a su Hijo, para que nosotros vivamos, para sembrar en nosotros la vida divina. Esa es la raíz de esas dos revoluciones, que son el matrimonio cristiano y que es la Inmaculada Concepción.

¿Por qué? Porque la Encarnación del Hijo de Dios supone dos cosas esenciales. Una, que Dios es Amor. Y no cualquier amor. No simplemente que Dios tiene sentimientos buenos; que le gustan los buenos (eso nos gusta a todos, no hace falta ser Dios para que a uno le guste más la gente buena que la gente mala). Que Dios es Amor. Que Dios es Amor sólo se puede decir si uno ha reconocido en Cristo el don infinito de un amor infinito. Tanto el matrimonio como la Inmaculada Concepción de la Virgen suponen la Encarnación. La Encarnación implica que Dios es Amor y que ese amor se nos regala gratuitamente y para siempre. Gratuitamente y para siempre.

El Dios cristiano es el Dios que se da gratuitamente y para siempre. Ahí podéis situar el Bautismo, que nos hace hijos de Dios. Cuando decimos “imprime carácter”, ¿qué significa eso? Que sella. Dios sella Su Amor con una promesa para cada uno de nosotros. Dios va a amar siempre a todos los hombres y los va a amar para siempre. Quienes hemos conocido a Jesucristo lo sabemos. Pero nosotros tenemos como el “sello” de la alianza que Dios ha establecido, la “firma” de Dios. Y la Confirmación no confirma que estamos nosotros decididos a ser buenos y a ir a la catequesis, y a portarnos bien en la Iglesia y fuera de la Iglesia. No, no confirmamos eso. Cuando nos confirmamos, confirma Jesucristo la alianza que hizo con cada uno de nosotros en la cruz, en una edad en la que ya podemos darnos cuenta de lo que eso significa un poco. Ese don de amor y don para siempre, no habría Inmaculada Concepción, claro que no. ¿Por qué esa Gracia para la que había de ser su Madre? Justamente, para que nosotros entendiéramos nuestra vocación, que es ser de Cristo para siempre porque Cristo -San Pablo lo dirá de una manera muy bonita- no ha sido para vosotros una mezcla de “sí” y de “no”, ha sido un “sí” absoluto, definitivo. Dios en Cristo nos da Su Sí a mi pobreza, a nuestra pobreza, a nuestra pequeñez. Y quiso que en una figura humana pudiéramos reconocer esa obra de la Gracia que refleja nuestra vocación. La diferencia entre Ti, Madre Inmaculada, y nosotros, es que todos nosotros somos pecadores. Pero sabemos que la Gracia triunfa gracias a la Encarnación de tu Hijo y gracias a Ti. Y por lo tanto, podemos vivir nuestra vida con la certeza de ese triunfo de la Gracia. Y sin esa certeza de ese triunfo de la Gracia que está vinculada a la Encarnación y que es la fuente de la Inmaculada Concepción no habría matrimonio. No habría matrimonio cristiano. Me diréis: “los hombres se han casado desde siempre, desde Adán y Eva. Desde los orígenes del mundo, las tribus más primitivas y más antiguas, y en todas las culturas, ha habido matrimonios”. Claro que sí. ¿Qué diferencia al matrimonio cristiano? El matrimonio es una obra de arte sumamente, y una flor sumamente delicada, más delicada que las flores de montaña que no hay quien las traslade de su sitio y en todas las culturas se ha protegido el matrimonio teniendo muchas limitaciones, pues existía a veces la poligamia o estaban otras realidades que debilitaban la condición del matrimonio… pero siempre se ha tratado de proteger el matrimonio y de comprender que el matrimonio es una cosa muy misteriosa.

Cuando hemos conocido a Jesucristo ese misterio se transforma en milagro. El matrimonio es un milagro, como la Inmaculada es un milagro y por el mismo motivo. Es otra manera de decir lo mismo. El matrimonio es una realidad revolucionaria, como la virginidad consagrada, exactamente igual. Es una realidad revolucionaria: que uno pueda dar su vida a Dios sólo es posible porque uno tiene la certeza de que Dios me ha dado a mi previamente su Vida y de que yo no pierdo nada consagrando mi vida entera al Señor, sino que lo gano todo.

Pero lo mismo pasa en el matrimonio. Que un hombre y una mujer se atraigan; que esa atracción es muy difícil de mantener. Todo eso lo podemos entender. El matrimonio es un misterio. ¿Qué es lo que hace la Encarnación de Jesucristo? Convertir ese misterio que llena y traspasa la vida humana entera en un milagro. Y como todos hemos conocido y conocemos matrimonios no sólo felices, llenos de alegría y de gozo y de gratitud, sabemos que ese milagro es posible. Sabemos que ese milagro es posible. Con Cristo, con la Gracia de Cristo, evidentemente. No por nuestras fuerzas, no por nuestra cara bonita, no porque seamos “superhombres”, no porque la mujer con la que nos hemos casado o el hombre con el que nos hemos casado sean Dios. No lo son, no lo son. Somos todos seres pequeños, seres pobres, pero Tu Gracia triunfa. Triunfó en la Virgen. Y estamos llamados a que triunfe. Nos da el Señor la posibilidad de que triunfe en todos nosotros. Desde la Encarnación, Cristo vive en medio de nosotros y hace posible una vida nueva. Esa vida nueva permite el amor fiel de un hombre y de una mujer, aunque esté lleno de debilidades, de torpezas, de caídas, pero la fidelidad que triunfa permite la fe que triunfa. “Dichosa Tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Todo lo que sabemos de la Virgen es su fe, pero es su fe la que triunfa. “Ésta es la Victoria que vence al mundo
–dijo el Señor-: nuestra fe”. Nuestra fe.

Proclamar, celebrar hoy la Inmaculada es celebrar ese triunfo de la Gracia sobre nuestros pecados, sobre nuestra historia. Yo sé que vivimos un momento de la historia muy sacudido, muy confuso, en ciertos modos tremendo, y que en nuestros corazones y en nuestras almas hay una sed inmensa de Dios y de paz en el fondo del corazón, y un desasosiego a veces muy grande. Dios mío, la fuente de una paz verdadera, la fuente de un sosiego verdadero es abrir…: ”He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según Tu Palabra”. Abrir nuestras vidas al designio de Dios. Y eso nos libera de temores, de la esclavitud de la ansiedad. Nuestras vidas son vidas de hijos libres de Dios redimidos por la Sangre de Cristo. Pero eso hace posible la promesa de un hombre a una mujer –es una locura, pero es un milagro, y sucede- de dar la vida. Porque Cristo ha dado su vida por nosotros. Porque Dios es Amor que se entrega por nosotros y se entrega para siempre. Un hombre y una mujer no sólo se atraen, pueden entregarse el uno al otro. ¿Qué son cheques en blanco? Claro. Son esos cheques en blanco lo que se ha hecho posible gracias a la Encarnación de Cristo. Es una mujer inmaculada que participa ya del Triunfo y de la Gloria de Dios la que abre el camino de la humanidad nueva. Y a partir de ese momento, la vida y el contenido de la vida humana es el amor. Un amor como el de Cristo. Un amor como el de Dios que se ha dado a nosotros en Jesucristo.

Virgen de la Aurora, ayúdanos a descubrir la gracia profunda que nace de la Encarnación de tu Hijo; a ser los revolucionarios que el mundo necesita, que no son un cierto tipo de revolucionarios un poco “de pacotilla” (de esos revolucionarios ya hemos conocido muchos en el mundo moderno), sino la verdadera revolución: la que empezó el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen, o el día de la Encarnación, o la noche de Navidad, o en el Calvario. Y se cumple en Pentecostés. Y se cumple cada vez que celebramos la Eucaristía. El secreto de la vida es el amor. Estamos hechos para el amor. Y eso no es una utopía, ni un sueño. Eso es una gracia que Tú haces posible, Señor, en nuestras vidas: que surja un pueblo para el que amar a sus hermanos es lo más importante después de agradecerte a Ti con amor el amor que Tú nos tienes.

Que así sea para la Iglesia en Granada; que así sea para nuestras iglesias; que así sea para vuestras familias. Ojalá que sepamos ser sembradores de esa semilla en el mundo en el que estamos, que es un mundo que se muere de desamor, de crispación, y de violencia, y de soledad profunda por falta de fe, por falta del Dios verdadero, del Dios que es amor.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de diciembre de 2018
S.I Catedral de Granada

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