Fecha de publicación: 14 de febrero de 2022

Hacia el año 1875 nacía en la localidad de Alhama de Granada José Becerra Sánchez, hijo de una humilde familia de jornaleros. Este chico fue ingresado por su padre para que estudiase en el seminario de Granada. Allí se consolidó su vocación al sacerdocio, ordenándose presbítero con 27 años.

Los primeros años de su ministerio pastoral los dedicó a la atención de las parroquias de Santa Catalina de Loja, en donde permaneció durante un par de años, y posteriormente a la iglesia de Padul, lugar en el que ejerció su tarea apostólica como ministro coadjutor hasta 1922. En ese mismo año era destinado a su Alhama natal, donde asistiría a los fieles hasta sus últimos días.

“LLEVADME A MÍ, NO A ESE MUCHACHO”

La persecución religiosa en la localidad alhameña fue especialmente cruenta. Además de devastar muchas de sus iglesias parroquiales, se quemaron decenas de lienzos y tallas escultóricas religiosas. Fue en ese contexto en el fue arrestado José Becerra, que cumplía ya más de sesenta años, y encarcelado como tantos otros sacerdotes de la localidad, en torno al año 1936.

Aquel mismo verano, un joven de quince años había sido detenido por los milicianos mientras se dirigía a Alhama para hacerse con provisiones que debía llevar al cortijo familiar, en el que se encontraban los suyos. Después de ser interrogado, fue metido en la cárcel, a pocos metros donde se encontraba este sacerdote.

Al amanecer del día siguiente, abrieron la puerta del habitáculo en el que se encontraba este joven. Aquella era la señal de que iban a darle “el paseo”, una fórmula empleada para disimular que el preso iba a ser asesinado. Este mismo chico, cuyo nombre era Eduardo Raya Mijoler, recordaba emocionado a aquel cura desconocido que les decía a los milicianos: “No os llevéis a ese muchacho, que es muy joven todavía. Llegadme a mí, que ya soy un viejo”. Era José Becerra, que se ofrecía a intercambiar su vida por la de aquel chico.

LIBERTAD O BLASFEMIA

Los captores prestaron oído a la proposición de Becerra pero, queriendo burlarse de él, se lo llevaron a la ciudad de Málaga, más concretamente, al convento de La Merced que ya había sido saqueado e incendiado unos años antes.

Una vez allí, le condujeron a un burdel para ponerlo a prueba. Los milicianos pagaron para que alguna de las prostitutas le indujera a romper su celibato sacerdotal. El intento fracasó. Fue entonces cuando le pusieron frente a él una cruz en el suelo para que la pisara, prometiéndole la libertad si lo hacía. José Becerra volvió a negarse a ello, pronunciando una jaculatoria en vez de una blasfemia.

Terminada la prueba, los milicianos le echaron una soga al cuello y lo arrastraron hasta uno de los muelles del puerto de Málaga. Allí fue arrojado al mar y sus restos permanecen desaparecidos desde entonces. La parroquia de la Encarnación de Alhama celebrará pronto una Eucaristía en memoria de José Becerra, uniendo su nombre al de los otros futuros beatos relacionados con la localidad alhameña.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social