Eucaristía del XIII domingo del tiempo ordinario (ciclo a) y bendición de los vehículos.

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Bienvenidos, hermanos todos, a esta celebración eucarística. Hoy, en este XIII domingo del tiempo ordinario, al inicio de las vacaciones del verano y los muchos desplazamientos de vehículos que ello comporta, celebramos la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Por ello, queremos recordar a san Cristóbal, patrono de los conductores. En nuestra comunidad parroquial, como en todos los pueblos y ciudades, aparte de peatones, quienes más quienes menos, la mayoría somos también conductores.

«Loado seas, mi Señor, también por los medios de transporte»: esto anuncia el cartel de la Jornada de este año 2017. Este lema quiere ser una invitación a bendecir y alabar al Dios de la creación por tanta belleza como nos regala, y hacerlo con la sencillez de san Francisco de Asís en el Cántico de las Criaturas: Altísimo, omnipotente y buen Señor, loado seas por todas tus criaturas: por el hermano sol, por la hermana luna y las estrellas; por el hermano viento, por las nubes, por el agua, por el hermano fuego y por nuestra hermana, la madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos, con coloridas flores y hierbas.

Hoy también queremos alabar a Dios por los medios de transporte, obra de las manos e inteligencia del ser humano, que tanto bien han hecho y siguen haciendo a nuestra sociedad.

4 Jornada de Responsabilidad en el Tráfico 2017

Sin duda alguna, muchos de los que estamos hoy aquí hemos llegado en algún medio de transporte. Bienvenidos, pues, a esta eucaristía, en la cual vamos a tener muy presentes a los profesionales del volante y a todos los conductores, para que, con responsabilidad, eviten toda clase de accidentes, pues, como dice el papa Francisco, ¡toda vida es sagrada! Para salvar vidas, reduce la velocidad.

Apuntes para la homilía

2 Re 4, 8-11. 14-16ª
Sal 88, 2-3. 16-17. 18-19
Rom 6, 3-4.8-11
Mt 10, 37-42

Loado seas, mi Señor, también por los medios de transporte 

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, hemos repetido una y otra vez, en el salmo responsorial, conscientes de que el Señor es nuestro escudo y por ello nos sentimos dichosos de poderlo aclamar. El evangelio de hoy nos pone delante de una escala de valores ante los cuales hay que tomar partido, sin medias tintas ni titubeos: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí».

El amor que nos pide el Señor debe estar por encima, al que justamente debemos profesar, a nuestros padres o a nuestros hijos. Estas afirmaciones casi nos llegan a escandalizar, pero, no nos hemos terminado de reponer del susto y ya tenemos otra sentencia: «el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí». Seguimos un tanto desconcertados pensando en lo que termina de decirnos el Señor, y vuelve de inmediato a sorprendernos con palabras tajantes: «El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará».

Subsidio litúrgico 5

Nos parece un juego de palabras: perder, encontrar…; pero claro, estamos hablando de la vida, la única vida que tenemos, la que no depende de tus bienes (cf. Lc 12, 15), «pues la vida es más que el alimento y el cuerpo más que el vestido» (Lc 12, 23), «pues nadie jamás ha odiado a su propia carne, sino que le da alimento y calor» (Ef 5, 29) para conservarla. Esto nos hace recordar el dramático momento en el cual Dios le pide la vida de su hijo, diciéndole: Abrahán, «toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac (…) y ofrécemelo allí en holocausto» (Gén 22, 2). ¿Es demasiado exigente el Señor? Seguramente que sí, basta que recordemos el primer mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser» (Mc 12, 30).

Tanta exigencia no puede ser sino respuesta a «aquel que nos amó primero» (1 Jn 5, 19), «porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

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