Fecha de publicación: 30 de enero de 2019

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo:

Que no es mencionada en la boda del evangelio de hoy porque…, normalmente, en todas las bodas que salen mencionadas en el Evangelio, que salen unas pocas -Jesús hizo referencia al padre que celebraba las bodas de su hijo, o a la parábola de las diez vírgenes, las diez muchachas que estaban esperando al novio que llegase a la tienda nupcial-, nunca aparece la novia. Y eso tiene que ver, especialmente en el Evangelio de San Juan, que nunca es ingenuo, aunque pueda ser muy sencillo o parecer muy sencillo; la escena de las bodas de Caná, no sólo es el primer signo que Jesús hace en su ministerio público, sino que, al mismo tiempo, es una expresión del significado de ese ministerio para los siglos, y así lo entiende la Iglesia cuando nos lo pone inmediatamente después de la Epifanía, como el Bautismo del Señor.

En el Bautismo del Señor, el domingo después de Epifanía, Jesús muestra su voluntad de bajar hasta el abismo más grande de la condición humana, hasta el abismo de la muerte, participando en todo de nuestra naturaleza, menos en el pecado. Y en las Bodas de Caná se expresa el fruto que la Encarnación del Hijo de Dios tiene para los hombres. Y eso no es algo que suceda sólo en las Bodas de Caná, sino que sucederá unas cuantas veces en el ministerio de Jesús; sucederá cada vez que cure a un enfermo, pero también cuando multiplica los panes; también en su Pasión, donde Él “transforma” nuestra humanidad, sembrándose justo bajando a los infiernos (no a lo que los cristianos llamamos infierno, que eso lo decimos en el Credo, sino bajando al lugar de los muertos, es decir, a la soledad y al silencio del sepulcro).

Pero de las Bodas de Caná a mí me gustaría hoy empezar fijándome en un detalle que es muy marginal al episodio, y es el modo de comportamiento de la Virgen. Al fin y al cabo, la relación del Señor con su Iglesia es la del Esposo. A su Iglesia normalmente se le acaba el vino, pero afortunadamente está ahí la Madre de Jesús. Lo que yo quiero subrayar y me hace siempre mucha gracia cuando escucho este Evangelio, y a veces quizás no caemos en la cuenta del detalle, es lo femenina que es la Virgen. Lo femenina y lo madre, pero justo como madre.

Si habéis visto un video (y si no lo habéis visto, os invito a que lo veáis), un video que circula en YouTube que se titula “Historia de dos cerebros”, donde explica cómo funciona el cerebro del hombre y cómo funciona el cerebro de la mujer. La mujer no suele decirle al marido “quiero que el sábado me lleves al cine”. Le suele decir “me he enterado que hay una película muy bonita que la ponen en tal cine, y me han dicho que era muy bonita”. Llega el sábado y el marido dice “vámonos al fútbol”; y la mujer piensa en su interior “llevo toda la semana diciéndole que me lleve al cine”; y si se lo dice al marido, el marido le dice “¿pero cuándo me has hablado tú del cine?”; y le dice “sí, te dije lo de la película”. ¿Cómo traducen eso los psicólogos de pareja o de los matrimonios? Que el lenguaje de la mujer suele ser indirecto y el lenguaje del hombre (siempre hay excepciones). Me acuerdo yo de una película y os recomiendo yo que veáis esa película, sobre todo estos días que dicen los de la radio que son días de más depresiones de todo el año, con o sin depresión, disfrutad de una comedia deliciosa, de Cary Grant, de los años 40, que se llama “La pícara puritana”. El título en español no tiene nada que ver ni con puritana ni con pícara, pero le han puesto ese título no sé por qué. En todo caso, es una comedia deliciosa de una mujer que ve que su matrimonio está haciendo aguas y decide salvar su matrimonio, y decide salvarlo a toda costa. (…) Por cierto, la actriz de esa película fue una actriz que estuvo nominada cinco veces a los Óscar, cuando los Óscar valían la pena, y que era una profunda, fiel católica, de comunión diaria, en la parroquia de Hollywood; que dejó en su testamento sus bienes para ayudar a la Cáritas de la parroquia; que nunca dio motivo ni a ningún escándalo ni a ningún comentario en la prensa amarilla o rosa que circulaba en torno a Hollywood, y que los buscaban con lupa: nunca jamás, nada. Estaba casada con un dentista, era una profesional como la copa de un pino. Se llama Irene Dunne, que dejó de hacer películas a los 45 años y la nombraron embajadora de los Estados Unidos en la ONU, cuando acaba de fundarse la ONU. Fue la primera embajadora en la ONU. Era toda una señora.

(…)

¿Por qué digo que la Virgen es muy femenina? Porque no le dice a Jesús: “Mira, te ha llegado la hora, tienes que convertir el agua en vino”. Le dice simplemente: “No tienen vino”. Jesús, que es hijo de su madre, entiende perfectamente el lenguaje de su madre y le dice: “Mujer, que no ha llegado mi hora. No me metas en este charco”. Y ella no se inmuta, como suelen hacer las madres, y le dice al camarero “haced lo que él os diga”. Dos intervenciones, a cuál más femenina y a cuál más de madre, cualquiera de las dos. Y es precioso, porque la Virgen sigue siendo madre con nosotros, y sigue siendo femenina. Es decir, no nos obliga, no nos hace tampoco chantajes afectivos ni cosas de ese tipo pero nos indica el camino, nos indica la tarea. Se la indicó a su Hijo. Tuvo autoridad para indicársela a su Hijo Jesús, ¡no nos lo va hacer a nosotros que somos hijos adoptivos!, pero no menos queridos, pues es su mismo Hijo Jesús quien nos entregó a Ella.

Pero lo importante de este Evangelio es que a la Iglesia siempre le falta el vino. En nuestra boda (en nuestra boda con Dios, en nuestra relación con Dios, o en la boda de Dios con nosotros), se nos acaba el vino de mil maneras. A veces, por circunstancias muy objetivas, muy reales: la edad, la falta de salud, límites de nuestro temperamento… Hay límites que los marca la realidad misma. Una persona de treinta años que se pusiera a aprender chino o que se pusiera a querer ser un famoso violinista, estaría fuera de la realidad por completo. Hay límites, es decir, a los treinta años no se puede aprender a tocar el violín. A lo mejor habría alguna excepción en la historia, pero os aseguro que sería una grandísima excepción.

Luego hay otros límites que brotan de nuestros pecados y de nuestra condición pecadora. Lo mismo del temperamento que he dicho, siempre está mezclado un poquito nuestro pecado. Al final se nos acaba la alegría, se nos acaban los motivos para estar contentos. ¿Y qué es lo que nos enseña el Evangelio de hoy? Que donde está el Señor, no es que desaparezcan las causas de la tristeza o las causas del dolor, o las circunstancias que hacen más difícil el vivir; no, no desaparecen, pero la Presencia de Cristo hace que podamos como trascenderlas y vivir en un gozo que está como en un piso superior. De la manera que hay pisos muy diferentes en la vida. Alguien me comentaba que, viendo esta catedral, una persona joven, de 14 o 15 años, había entrado un día en San Pedro con un grupo de adolescentes de esa edad, y él me lo comentaba asustado, porque una chiquilla se quedó así mirando y dijo (lo repito tal como él lo dijo): “¡Hala! ¿y esto cuánto cuesta?”. Quien ante una gran obra de arte lo primero que se pregunta es cuánto cuesta, hay toda una serie de dimensiones en la vida que es incapaz de ver, a menos que alguien le enseñe todavía a verlas.

Pues algo parecido. Es decir, lo que nos da el Señor es poder abrirnos a una dimensión diferente donde una alegría, pero una alegría profundísima, que es más profunda que la que nos da una fiesta de cumpleaños en la que estamos juntos los amigos o la familia, o de un estar juntos la familia, o de las alegrías que nos da un coche nuevo, o una moto nueva, o el ganar una oposición de una cátedra… Hay una alegría que está en un nivel más alto y más hondo; porque uno puede perder la cátedra, uno puede perder la salud, uno puede ser abandonado por su mujer o por su marido, y encontrar al Señor, y estoy pensando en un caso espantoso, que conocí en una ocasión hace muchos años, de una persona que tuvo que estar diez años en la cárcel por una cuestión familiar en relación con su hijo, de hecho, un intento de asesinato, y después daba gracias porque en los años de la cárcel había encontrado al Señor, había recuperado su matrimonio y había recuperado a su hija. Acompañada ciertamente por la Iglesia, pero yo creo que no podría imaginarme una situación más dolorosa para una madre, y sin embargo, aun en esa situación, es posible una alegría si uno acoge al Señor. Ése es todo el anuncio, y ése es al final todo el anuncio de que la Iglesia es portadora.

Abramos nuestro corazón al Señor y el Señor, sea cual sea nuestra historia, sea cual sea nuestra situación, sea cual sea el momento o las circunstancias que estemos viviendo, nos hace posible dar gracias por la vida y por todo en la vida. Y nos hace posible un gozo que es tan profundo que se identifica con lo divino. Nosotros lo reconocemos como lo divino, porque no lo sabemos fabricar. Si supiéramos fabricarlo, lo venderían a un precio carísimo, más que el oro. Lo venderían en alguna empresa o en algunas tiendas. Pero no sabemos fabricar ese tipo de gozo, ese tipo de paz, ese tipo de alegría. Sólo podemos recibirlo como un regalo que nos da el Señor.

Yo vivo la liturgia de hoy como una invitación a abrir mi corazón, más y más, a ese don, porque es lo que el Señor quiere para que yo pueda vivir una alegría plena, en una alegría que participa del amor infinito de Dios y que es parte de su Gloria y que tiene un enganche en el fondo de mi corazoncito. Siempre. Por tanto, es siempre posible, colgarse a él y renacer, renacer como personas, renacer como amigos, como padres o como esposos. Renacer y dar gracias.

Y yo creo que en ese deseo de renacer y de dar gracias podemos reconocernos tan fácilmente con cualquier ser humano de cualquier de cualquier tradición cultural, religiosa, de cualquier situación en la vida, porque no es eso lo más hondo de nuestro corazón, ese anhelo de ser felices pero no de mentirijillas, sino de que nuestra vida encuentre su raíz; su raíz y su cielo, su cumplimiento, su plenitud. Eso es lo que el Señor nos ofrece.

Nuestra primera manera de darle gracias es profesar la fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

20 de enero de 2019
S.I Catedral de Granada