Fecha de publicación: 6 de enero de 2022

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos amigos y hermanos todos:

Hoy es, probablemente, un día de los que expresan con más sencillez, de manera más adecuada, más plena, al mismo tiempo, más sencilla, la primera implicación de la Encarnación del Hijo de Dios. La primera implicación de lo que significa el cristianismo.

En un libro muy reciente sobre el neoliberalismo como cultura dominante en nuestros días, decía que el programa del neoliberalismo es conseguir que todas las relaciones humanas, desde las relaciones matrimoniales, marido y mujer, hasta las relaciones familiares, hasta las relaciones internacionales; que todas las relaciones humanas estuvieran regidas por la lógica del mercado, por la lógica del comercio, del beneficio, del interés. Uno se imagina un mundo así y es un mundo en el que no es seguro que uno quisiera vivir verdaderamente.

Nos aproximamos a ese mundo. Cada vez más dimensiones de la vida, dimensiones que antes estaban marcadas por la gratuidad, por la amistad, por un afecto que tiene como objeto el bien de las otras personas y el deseo de ese bien, pues aparece más transformadas en relaciones interesadas.

Yo sé que hoy, día de Reyes, todas las casas están con paquetitos que han dejado los Reyes, para unos o para otros, más pequeños o más grandes. Pensados con más o menos detalle, y no voy a criticarlo, sino en la medida en que esos regalos puedan esconder una mentira, la mentira de unas relaciones en el fondo comerciales, o sea “yo te doy para que tú me des, un yo te tengo que dar porque tengo el compromiso de darte, porque tú me diste el año pasado”… todo ese tipo de cosas. Y sin embargo, en el Evangelio de hoy, la fiesta que celebramos hoy es la fiesta que ilumina que Dios es un regalo. Dios es el regalo, el regalo de los regalos, no sólo el más importante, sino el que da sentido y explica y hace razonables todos los demás regalos.

Y un regalo en el que Dios no tiene ningún interés en nosotros. Sería absurdo. Sería un Dios tan, tan pobre que sería como uno de nosotros. Nosotros no le podemos dar nada a Dios, nunca, ni siendo héroes, ni siendo santos. Nosotros no le damos a Dios nada. Es verdad que usamos muchas veces la expresión dar gloria a Dios, pero eso tiene más que ver con el hecho de que nuestras acciones quieren expresar la gratitud y ser instrumentos de que Dios sea conocido y glorificado por los hombres, pero no, no porque nosotros Le demos a Dios gloria. Estaría bonito. Si la Gloria es el resplandor de Su amor. Si la Gloria es la belleza de Su amor, la belleza infinita de Su amor.

Que soberbia, qué pretensión, qué absurdo pensar que nosotros Le damos gloria a Dios. Un Dios que es Amor; que se nos ha revelado justo en la Natividad. No olvidéis que la fiesta de la Epifanía que celebramos hoy es, en el fondo, la fiesta más antigua de la Navidad, la que se celebraba en Oriente en los tres primeros siglos, cuando no se conocía todavía, porque se dice eso se extendió por Roma más bien la fiesta del 25 de diciembre.

Y, ¿qué es lo que celebramos en esta fiesta? Pues, que Dios, que es Amor, se ha hecho regalo para nosotros. Y los reyes, los paganos, los magos de Oriente. Decir magos es decir que venían de Persia, que eran paganos, adoradores de Zaratustra y que exploraban las estrellas y conocían los círculos de los planetas y las órbitas de los satélites y de los planetas mejor que nadie en la Antigüedad. Y habían visto la estrella de Jesús y acuden a Él y le traen regalos. Pero los regalos que ellos le traen la Iglesia ha visto siempre en ellos un símbolo: oro por su realeza, incienso por su divinidad, mirra por su humanidad abocada a la pasión. Pero las ofrendas que le traen son sólo respuestas al gran regalo, que es ¿quién?: Jesús.

Jesucristo es el Regalo de Dios. Jesucristo es Dios hecho Regalo para nosotros. Hecho don. Hecho compañero de camino. Hecho amigo, pero hecho más que amigo. Hecho alimento, de forma que podamos vivir de Su espíritu, vivir de Su vida. Y dejar que esa Vida Suya crezca en nosotros y se desarrolle en nosotros, y que penetre nuestra imaginación y penetre nuestros deseos, y configure esos deseos y configure nuestras acciones y nuestros gestos y nuestras palabras, de tal manera que podamos ser una imagen viva de Cristo, que es para lo que hemos sido creados: que es cumplir nuestro ser.

Hemos sido hechos de tal manera que no nos cumplimos nosotros a nosotros mismos ni con todo el esfuerzo del mundo. Nos cumple la Gracia de Dios y esa Gracia ha venido a nosotros en Cristo, que permanece con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, que se nos da en cada Eucaristía para vivificar nuestros cuerpos mortales con la vida divina y hacernos hijos en el Hijo. Hijos de Dios y herederos del Reino de Dios. Dios es el gran Regalo. Nosotros, en un día como hoy, tendríamos que tomar conciencia de ello y decírselo. Con toda la delicadeza que sea necesario decirlo, para que no sean unos regalos que fácilmente se convierten en distracciones, en ídolos, en pequeños dioses de los que esperamos ser felices sin conseguirlo nunca; para que esos regalos no se conviertan en nuestros dioses.

Dios es el gran Regalo. El regalo que todos necesitamos para vivir una vida humana, no para ser buenos cristianos. Esa es una equivocación nuestra, pensar que el Señor ha venido para enseñarnos a ser buenos cristianos, (…). Para enseñar que somos hijos de Dios estamos llamados a ser hijos de Dios y que la vida humana sólo se cumple cuando comprendemos que cada uno de nosotros, imagen de Dios, somos un regalo para los demás. Y regalo, como el Señor lo es para nosotros, un regalo gratuito, no a cambio de nada. Sino regalo por el gusto de regalar, porque la vida es bella cuando la damos; porque el que quiere proteger y acumular en su vida termina perdiéndolo todo, la vida misma. En cambio, quien da la vida y quien se da a las personas que tiene cerca y alrededor llena su corazón y aprende a respirar y aprende a vivir, a vivir una vida humana.

Tenemos que resistirnos con todas nuestras fuerzas a ese movimiento que es muy potente, más potente que los gobiernos y ciertamente que el gobierno de una nación, que es esa voluntad de que todas las relaciones humanas sean relaciones comerciales. ¡Qué horror de vida! ¿Y cómo se resiste uno a eso? ¿Luchando contra eso, protestando, haciendo demostraciones o manifestaciones? No. Viviendo de otro modo. Viviendo de forma que nuestro día esté lleno de pequeños gestos de amor gratuito por los que no tenemos ningún pago, ningún agradecimiento, simplemente. Porque haciendo gestos de amor por ratitos somos más lo que somos y lo que estamos llamados a ser, nos parecemos más a Dios, que es lo que somos: imagen viva de Dios. Y somos más felices, claro que sí. A veces se sufre también cuando uno da y no encuentra respuesta o no encuentra. Por supuesto. Pero nuestro corazón crece, nuestra vida crece, nuestra humanidad crece. En cambio, en el proyecto al que me he referido antes, nuestra humanidad se empequeñece de tal manera que nos convertimos en una especie de hormigas voraces, apresuradas, almacenando nuestros hormigueros cosas que nunca nos harán felices y destinados simplemente a morir y a ser olvidados. ¡No! Nuestro destino nos lo revela Jesucristo, nuestro destino en la vida eterna. El Cielo. Pero el Cielo no es el cielo físico que vemos. El Cielo es Dios, nuestro destino es Dios y Dios nos alimenta cada día en la Eucaristía, Dios se nos da como regalo cada día, cada segundo.

Algunos de vosotros sabéis que yo estoy saliendo –diríamos- de la convalecencia de un accidente que podría haber sido mortal con toda facilidad, pero que por la misericordiosa voluntad del Señor, pues no lo ha sido. Y me hago mucho más consciente de que, no por el accidente, sino que todos los segundos de nuestra vida son un regalo, un regalo inmenso, un regalo inmerecido del Señor. Y que cada uno de vosotros, cada persona, es un regalo. Cada rostro es un regalo, una imagen viva de Dios. Alguien con quien el Señor a lo mejor en un momento, simplemente un momento del camino, está cerca, para que nos ayudemos unos a otros a vivir nuestra peregrinación hacia el gran regalo que nos aguarda que es participar plenamente de la Vida divina.

Que el Señor nos conceda esta mirada, esta mirada nueva. Que el Señor haga que esto penetre nuestra imaginación. Yo sé que tenemos nuestra imaginación saturada de imágenes, imágenes de películas, imágenes de programas, de televisión, de memes, de temas, de noticias y comunicaciones de las redes sociales. Tenemos nuestra imaginación saturada como están saturadas las calles, su estado en estos días, o como han estado otros años en estos días anteriores a Reyes. Hace falta, Señor, que la belleza de Tu amor entre en nuestra imaginación, para que podamos imaginar la felicidad verdadera. La que no cansa. La que no fatiga. La felicidad que es Tu amor. La belleza es Tu amor. No nos privemos de ella. Tú quieres dárnosla. Abre Tú nuestro corazón. Elimina Tú las dificultades. Borra Tú los obstáculos y haz que podamos vivir aprendiendo a querernos cada vez más y mejor.

Si al final, luego la vida sería sencilla. Y ¿qué es lo que espera Dios de nosotros? Que Le queramos y que nos queramos. Y que nos queramos cada vez más y cada vez mejor. Pero no lo podemos hacer sin Ti, Señor. No sabemos hacerlo. Nos enredamos, nos atascamos, nos meteríamos unos con otros. Terminamos peleándonos, terminamos diciendo “pero mira lo mal que hace esto, pero mira cómo es, pero mira cómo…”, y nos quedamos solos y solos estamos bajo el poder del Enemigo.

Señor, abre Tú nuestro corazón, elimina los obstáculos. Enséñanos a vivir del amor y para el amor, y hacer para quienes nos rodean un poquito más regalo de lo que lo somos. Lo somos siempre. Un ser humano es alguien que nunca se merece uno. Es siempre algo más grande, infinitamente más grande que una nevera, que la mejor de las pantallas de televisión, que la mejor de las playstation, que nada que podamos comprar. Cualquier ser humano, hasta el más pobre, hasta el más limitado y el más mezquino.

Enséñanos, Señor, a hacer más y más un regalo para nuestros hermanos. Y a vivir más conscientes de que todo es Gracia, de que todo el regalo Tuyo; de que Tú eres el regalo por excelencia, el regalo por antonomasia, el regalo fundamental sin el cual ningún regalo ni la vida tiene sentido.

Que así sea. Que el Señor nos conceda esta súplica. Que nos la concede con más gusto que cuando Le pedimos que nos vaya bien las cosas de este mundo. Nos la concede seguro si se lo pedimos con sinceridad de corazón.

No hablo yo mucho de la Virgen. No es porque no la tenga cerca. La Virgen es el modelo del sí al Regalo de Dios. La que recibió el regalo más grande de todos. Y aunque no entendía qué es lo que estaba pasando, qué es lo que iba a suceder, se fió de Dios y 2000 años después la seguimos cantando como no se ha cantado nunca a ninguna mujer y la seguimos queriendo como nunca, ninguna mujer, ha sido querida.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

6 de enero de 2022
S.I Catedral de Granada

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