Fecha de publicación: 22 de marzo de 2019

El amor cuida la vida

«Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4, 16). Es la Buena Noticia que la Iglesia ha recibido como un tesoro magnífico y que ha de proclamar a tiempo y a destiempo. En cuanto anuncio, despierta la esperanza de las personas que sienten el amor y la llamada a amar como algo suyo.

Frente a una idea de un Dios lejano que nos ha dejado solos y al que no interesan las cuestiones humanas, se nos presenta una verdad muy diferente de la cercanía de Dios en todas nuestras cosas, incluso las más cotidianas. San Juan sabe que lo que verdaderamente mata el amor es la indiferencia y revela entonces que ese deseo profundo de amor que hay en el corazón humano tiene una fuente que muchas veces desconoce la persona y que se le puede manifestar.

Los cristianos estamos llamados a manifestar ese amor. Es el mismo san Juan el que declara en primera persona: «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). La Iglesia, al recibir esta misión, es bien consciente de que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras». Que repetir palabras de amor sin que de verdad cambie algo en la vida es un modo de falsearlas.

Dios ha hecho suyo, por amor, todo lo que el ser humano vive, y desea comunicarle lo más grande: «he venido para que tengan vida y una vida abundante» (Jn 10, 10). Cristo, al resumir así su propia misión, no ignora el dolor y el abandono de muchas personas. Más bien es esta debilidad humana la que le impulsa a manifestar su amor. Conocer esta verdad del corazón de Cristo nos obliga a reconocer que: «La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…). La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo»

Unidos en un único amor

Creer en el amor que Cristo nos tiene y al que nos llama implica una «lógica nueva» que necesariamente hemos de asumir y enseñar. Es verdad. Como dice el papa Francisco: «El amor mismo es un conocimiento, lleva consigo una lógica nueva. Se trata de un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro, o visión común de todas las cosas».

Se trata de hacer nuestro un amor incondicional, anterior a las circunstancias concretas y a los estados de ánimo por los que podemos pasar. Esta condición rescata al amor humano de ser solo una “chispa” incapaz de servir plenamente a la vida. El amor de Dios Padre al hombre es una «roca firme» (cf. Mt 7, 24-27) ante los ríos que chocan contra la casa y tienden a hacer líquidos el amor y la sociedad. Es un amor que permanece. De otro modo, se «cede a la cultura de lo provisorio, que impide un proceso constante de crecimiento».

La universalidad de la experiencia del amor requiere un aprendizaje. En esto observamos grandes carencias en nuestra cultura actual que inunda a las personas de reclamos emotivos, pero no las acompaña en ese camino de crecimiento en el amor verdadero. El papa Francisco llama la atención acerca del pernicioso emotivismo ambiental que puede disfrazar el egoísmo en la pretendida sinceridad de las emociones. Es verdad: «creer que somos buenos solo porque “sentimos cosas” es un tremendo engaño».

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