Queridos cardenales, arzobispos, obispos, administradores diocesanos, querido Sr. nuncio de Su Santidad en España, personal de la Casa de la Iglesia, periodistas, amigos y amigas que estáis escuchando o leyendo este mensaje. (…) 

Estamos en pleno año de San José, convocado por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de haber sido declarado san José patrono de la Iglesia universal. San José asumió en la tierra el puesto de Dios Padre en el cielo, y cuando el Señor confía una tarea da también las gracias necesarias para llevarla a cabo. A María le concedió un corazón inmaculado para poder ser la madre del Salvador y a José le dio un «corazón de Padre», la ternura, para cuidar a su hijo en el momento de mayor indefensión, cuando era niño, débil y pequeño. San José nos enseña que se puede amar sin poseer, sirviendo y respetando el misterio y el designio de Dios en cada persona. El Evangelio no ha conservado ninguna palabra de José. Su silencio es expresión de total disponibilidad, de escucha atenta y de obediencia a la voluntad de Dios. El papa Francisco lo presenta en su carta apostólica como «el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta» con el que todos nos podemos identificar… Paradójicamente, con frecuencia, el Señor se sirve de lo débil, de lo sencillo, de lo que no cuenta a los ojos de los hombres para hacernos ver que es Él quien actúa y dirige la historia.

La reunión de los obispos de esta semana tiene un perfil programático. Punto central de nuestra Asamblea Plenaria será la aprobación de las líneas de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española (CEE) para el quinquenio 2021-2025. Estudiaremos el documento titulado Fieles al envío misionero. Claves del contexto actual, marco eclesial y líneas de trabajo, que llevamos trabajando los últimos meses, y del que ya se presentó un borrador en la anterior Asamblea Plenaria, en noviembre del año pasado. Con este documento pretendemos responder al reto de la evangelización en la sociedad española actual y señalar las prioridades de la Conferencia Episcopal Española, de sus comisiones y servicios para los próximos cinco años.

Son tres los ejes principales que, en sintonía con el papa Francisco y con la Iglesia universal, vertebran y motivan estas líneas de acción: la conversión pastoral, el discernimiento y la sinodalidad. Nuestro objetivo es que la Iglesia en España, tanto en su presencia social como en su organización interna, en su misión y en su vida, se ponga en marcha hacia el Reino prometido, en salida misionera, en camino evangelizador.

Mis palabras en esta mañana no pueden sino recoger estas inquietudes para hacer partícipe de ellas al Pueblo de Dios y caminar juntos. Quisiera hacerlo siguiendo la respuesta que el Señor dio un día a aquel doctor de la ley que se le acercó para preguntarle: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10, 25). Las palabras del Señor nos invitan a ser una Iglesia samaritana que esté atenta a las necesidades de los demás. En esa tarea podremos constatar la presencia de Dios, establecer una relación con Él capaz de llenar de sentido y de vida nuestra existencia, y dar testimonio de ello a los demás. Son tres los pasos que el Señor nos pide:

1. Ver y compartir el sufrimiento de la humanidad [«Al verlo se compadeció y acercándose le vendó las heridas» (Lc 10, 33-34)]. Los obispos queremos ver nuestra realidad, la realidad de la Iglesia en la sociedad española y compartir sus alegrías y sus tristezas. No podemos cerrar los ojos ni los oídos a sus reclamos. La conversión pastoral nos invita a escuchar los desafíos antropológicos y culturales que nos plantea el hombre de hoy y a acogerlos con misericordia.

2. Comprender que somos prójimos unos de otros [«¿Cuál de estos tres te parece que ha sido el prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (Lc 10, 36)]. Interpretar y leer la realidad desde la fe no consiste en elaborar una estrategia para tener éxito, y menos aún un plan de laboratorio. Se trata, más bien, de descubrir el proyecto de Dios, su voluntad salvadora para todos los hombres, que se sigue realizando a pesar de nuestras divisiones y pecados. Discernir consiste en integrarnos en los designios siempre más grandes de Dios, liberándonos de las miras humanas y de los criterios mundanos.

3. Reflejar el amor de Dios [«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37)]. El mejor testimonio y la mejor aportación que la Iglesia puede hacer al mundo de hoy como fermento, signo e instrumento de una nueva humanidad, es ser ella misma reflejo de la Trinidad. En el documento La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia de la Comisión Teológica Internacional queda dicho que la sinodalidad es «la forma específica de vivir y obrar de la Iglesia como Pueblo de Dios» (n. 6), su «modus vivendi et operandi (…) en la participación responsable y ordenada de todos sus miembros en el discernimiento y puesta en práctica de los caminos de su misión» (n. 43). Este es «el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio» (n. 1).

2. «Al verlo se compadeció y acercándose le vendó las heridas» (Lc 10, 33-34). Ver y compartir el sufrimiento de la humanidad: la conversión pastoral

En la mirada a nuestra realidad lo primero que vemos es que ya llevamos más de un año de pandemia. La COVID-19, que suma cada vez más muertes y sigue constituyendo una amenaza para la salud de todos, nos ha obligado a vivir bajo el régimen del temor, de la incertidumbre, de la desconfianza, de la sospecha, que ha socavado el tejido vivo de la sociedad a todos los niveles. Ha alterado muchas costumbres y formas de vivir, ha afectado los hábitos de relacionarse las familias y los amigos e incluso ha modificado prácticas consolidadas de organizar el trabajo… Gracias a Dios, vemos ya en el horizonte signos de esperanza para salir de esta situación con las vacunas que se van distribuyendo cada vez a mayor parte de la población. Así como el virus no ha hecho diferencias y ha afectado a toda la humanidad, es de desear que también la vacuna sea un bien común que se distribuya a todos por igual y no sea una propiedad privada de unos pocos, sin hacer diferencias entre países ricos y países pobres.

El virus no lo podemos combatir aisladamente. Quizás sea la gran lección de esta situación. Logramos contener momentáneamente la transmisión del virus, con distancias personales, familiares, locales, autonómicas, nacionales… Pero solo si vamos todos a una, aceptando el diálogo y no el monólogo como vía para encontrar soluciones, podremos avanzar y salir de este bache.

Muchos creen que todo volverá a ser lo mismo cuando pase la pandemia. Y lo cierto es que no va a ser lo mismo, vamos a encontrar un mundo herido, afectado muy desigualmente por la pandemia y, sobre todo, por la crisis económica que ha provocado. Lamentablemente, la pandemia ha acentuado los efectos de la crisis económica del 2008 y ha sacado a la luz pública muchas de las heridas que no habían cicatrizado.

Existe un gran riesgo: querer pasar página lo antes posible y volver a la vida de antes como si no hubiera pasado nada. Es cierto que una parte importante de la población podrá volver a la situación de antes de la pandemia como si aparentemente no hubiera pasado nada. Pero no es menos cierto que una parte muy significativa de la población saldrá de esta crisis en una situación económica y social muy crítica.

En España, el paro ha aumentado y afecta a casi cuatro millones, además de los abultados ERTE, de incierto futuro. Pero los primeros en sufrir el parón de la economía han sido los 8,5 millones de personas que ya se encontraban en exclusión social antes de la pandemia; según el VIII Informe FOESSA, estas personas han visto agravada su situación. Como siempre, quienes sufren más las crisis son los más desfavorecidos, los que tienen menos oportunidades para acceder a los servicios básicos. Entre ellos, sobre todo, los refugiados, los migrantes en situación irregular, las víctimas de la trata de personas, que la pandemia ha invisibilizado.

En España existe un creciente y grave problema que se llama «desigualdad social». Este es un reto que tenemos que abordar para asegurar la dignidad de todos y la necesaria justicia social que es siempre garantía de paz social. No es momento para disputas inertes entre partidos políticos, no es tiempo para soluciones fáciles y populistas a problemas graves, no es el momento de defender intereses particulares. Ahora es el momento para la verdadera política, que sume a todas las partes y que trabaje para el bien común de toda la sociedad y el fortalecimiento y credibilidad de las instituciones en las que se asienta nuestro sistema democrático. Para ello serán necesarias reformas estructurales que superen el vaivén de intereses electorales cortoplacistas. La política existe para servir y ahora está llamada a servir más que nunca y a olvidarse de la consecución de intereses partidistas o su imposición ideológica aprovechando la crisis humanitaria y social que padecemos.

Por esto mismo la Iglesia va a orar intensamente por nuestros gobernantes y va a hacer todo lo que esté a su alcance para promover las reformas necesarias que, como bien sabemos, empiezan por cada uno de nosotros: no hay cambio social sin una previa conversión y transformación personal.

La Iglesia y cada uno de los católicos somos llamados a ejercer un liderazgo ético en el mundo de la economía, de la política y de nuestras relaciones particulares. Meditar Gaudete et exsultate puede ayudarnos a redescubrir la llamada a la santidad que hemos recibido todos los bautizados, un camino bellísimo de amor capaz de transformar el mundo.

La Iglesia, a través de Cáritas y de la amplia red capilar de instituciones y comunidades cristianas, está atenta a todas estas necesidades y está respondiendo, dentro de sus posibilidades, de la mejor forma posible. Como no puede ser de otra manera, está llevado a cabo un trabajo en red, en colaboración con otros grupos eclesiales, con entidades civiles y de la administración pública, incluso con organismos internacionales. Principalmente ha tratado de responder a las necesidades primarias, como la alimentación y medicación de muchas personas que se han quedado sin ingresos económicos, el pago de alquileres, recibos de la luz y del agua. Sin embargo, somos conscientes de que no nos podemos quedar en el asistencialismo de emergencia; la deuda social con los más desfavorecidos incluye su promoción como personas.

Para la Iglesia es acuciante también la denuncia que hace el mismo papa Francisco: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual» (Evangelii gaudium, n. 200). Todos necesitamos a Dios y no podemos dejar de ofrecerlo en esta situación de prueba y de dificultad. Dios no está lejos de los que sufren y de los que fallecen. Y la Iglesia tiene la misión de llevar esta presencia del Señor, que vino a cargar con nuestros dolores, a morir con nosotros para que nosotros resucitemos con Él.

Hemos de reconocer que la situación que estamos viviendo durante esta pandemia ha afectado significativamente a la pastoral habitual de la Iglesia en todos los sentidos, tanto en el ámbito parroquial como diocesano. Las restricciones han afectado la atención de las personas, que han visto reducidas —cuando no suprimidas— sus actividades de formación, de catequesis, sus encuentros… Sentimos la urgencia, más que nunca, de estar atentos a las necesidades de las personas y de las comunidades, para elaborar propuestas de vida cristiana que permitan anunciar el Evangelio y vivir la fe en estas circunstancias tan especiales. Queremos agradecer las muchas iniciativas y los esfuerzos de los ministros ordenados, de los miembros de la vida consagrada y de los laicos por llegar a los hogares, a las habitaciones de residencias y hospitales de muchas personas que tienen limitada la movilidad o son personas de riesgo.

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