Fecha de publicación: 9 de febrero de 2014

Queridísima Iglesia de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo, queridos sacerdotes concelebrantes, queridos hermanos y amigos todos:

Hay un punto en la cultura en la que vivimos -en la cultura en la que proviene ya desde la segunda mitad del siglo XVIII, a la que podríamos llamar para simplificar la “cultura de la Ilustración”- donde la concepción de la vida moral sencillamente está vinculada a un cierto concepto de obligaciones, y de obligaciones que podrían ser arbitrarias, que no están vinculadas necesariamente a conceptos morales, por ejemplo de una determinada visión de la justicia o de una determinada visión de los fines y de la plenitud de la vida humana.

Y me explico, porque esto es, así, quizá, un poquito abstracto. El ejemplo más típico son ciertas leyes de trafico. Por ejemplo, dices: ¿por qué el límite es 120 y no 110 ó 130? Pues, en definitiva, porque quienes tienen la autoridad lo han decidido mediante consenso u otras formas, y ya está.

Eso afecta después a otras leyes mucho más profundas, que también están desvinculadas de una determinada visión del hombre, por ejemplo de la visión del hombre de la tradición cristiana. Pienso ahora mismo en nuestros contextos occidentales de muchos países, incluido el nuestro, de las leyes acerca del matrimonio, o si queréis, más bien al contrario, de la desprotección absoluta en el sistema jurídico y legal con respecto al matrimonio, lo cual es dramático y terrible, porque el matrimonio constituido por la unión estable, indisoluble, en la perspectiva cristiana, de un hombre y una mujer, es un bien frágil que todas las culturas han sentido la necesidad de proteger.

Esa desprotección es suicida para cualquier sociedad (…). (…).

Y lo mismo se podrían señalar algunos ostros aspectos de la vida, donde un sistema legal, que lo usaron los grandes totalitarismos del siglo XX, que se llama el “neopositivismo jurídico”, donde lo único que funcionan en las leyes son los protocolos y no se puede apelar a los principios morales que las fundamentan, rige prácticamente nuestras sociedades desarrolladas.

¿Porqué digo esto? Pues, porque viviendo en un mundo donde la ley es así y donde la obligación se deriva de la ley y no de una concepción de la vida humana… Hay una concepción de la vida humana detrás del neopositivismo jurídico y de esa concepción de las leyes también, pero es diferente de la que ha fundado la civilización occidental y la civilización cristiana.

Pero, el no poder apelar a un vocabulario moral y menos aún, a un vocabulario religioso, para fundamentar el concepto de obligación en la vida, influye también en nuestra vida cristiana, y nosotros tendemos a ver las obligaciones o las leyes que Dios nos da, si queréis, hasta los mandamientos, como reglas arbitrarias de Dios, que simplemente nos las ha puesto como si fueran reglas de tráfico; por así decir, que si te pillan, pues te han pillado y te quitan puntos, pero si no te pillan, pues parece que no has hecho nada especialmente…

(…) ¿Cuántas veces en nuestra relación con Dios hacemos cuentas de ese tipo también? Decir: ‘me pillan’, ‘no me pillan’, ‘hasta aquí es pecado’, ‘hasta aquí no es pecado’, ‘hasta aquí puedo llegar’, ‘hasta aquí no puedo llegar’. Toda esa concepción envenena, empobrece, y al final hace ridícula la vida moral del cristiano. Y cuando no la hace ridícula, porque la persona tiene una sensibilidad más fina o porque uno tiene una tendencia a lo mejor un poco escrupulosa o cosas así, convierte la vida moral en una especie de losa que uno lleva encima y que no sabe por qué la tiene que llevar.

Bueno, pues las lecturas de la Misa forman parte del Sermón de la Montaña que es, si queréis, el código moral del cristiano y lo que hace es darnos la clave de ese código. Y la clave de ese código es muy sencilla: “Dios es luz”. La voy a decir con las palabras del evangelista Juan en una de sus cartas: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna. Dios es luz, y acoger a Dios en la vida, es acoger la luz”. Es verdad que nosotros también acostumbrados a la luz eléctrica, la luz nos parece que es una cosa que forma parte de la vida y que damos por supuesta: uno da a un botoncito y se enciende la luz. Casi no sabemos qué es vivir sin luz, en ese sentido. Pero lo cierto es que la luz es algo que necesitamos para la vida, absolutamente, indispensable para la vida. Entonces, Dios es luz y la experiencia moral del cristiano es la experiencia de acoger esa luz en la vida. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

S.I Catedral de Granada
9 de febrero de 2014

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