Fecha de publicación: 29 de enero de 2021

Las Lecturas de la liturgia de hoy son todas ellas, de maneras diferentes, una exhortación a descansar en el Señor. Y eso es lo que tenemos que pedirLe también nosotros, para nosotros y para las muchas personas preocupadas o angustiadas, unas por la pandemia y los estragos que la pandemia va haciendo, como si nos fuera mordiendo la carne poco a poco.

Ayer yo tuve la noticia, la tuvimos, del arzobispo castrense, de quien yo era buen amigo y que había estado con él en la última reunión de la Conferencia Episcopal, porque nos sentábamos juntos… Que no es que me sorprenda el hecho de la muerte, porque sabemos que somos mortales; es también la manera de morir, el hecho de que uno muere en una UCI, aislado de todo el mundo, sin posibilidad de realizar funerales en condiciones. Hay algo inhumano en todo ello y en todo lo que rodea, diríamos, la realidad de esta pandemia que tiende a destruir nuestra esperanza.

La Primera Lectura alentaba al grupo de sacerdotes judíos convertidos al cristianismo a los que se dirige la Carta a los Hebreos a perseverar en medio de las persecuciones, con la alegría con la que habían perseverado cuando entraron en la Iglesia, cuando comenzaron su camino de fe. En ese comienzo, ellos mismos dicen “soportasteis con alegría que os confiscaran los bienes -que no es pequeña cosa- y ayudasteis y socorristeis a los que estaban encarcelados”, que tampoco es pequeña cosa, porque era ponerse en evidencia de que si se estaba encarcelado por el hecho de ser cristianos, como seguramente lo estaban, por las autoridades judías, casi con seguridad, pues ellos mismos corrían el riesgo de ir a la cárcel por el hecho de visitar a los encarcelados, y les exhorta, les exhorta a perseverar. Da la razón de por qué soportaron con alegría que les confiscaran los bienes, que serían sus casas, sus propiedades, sus tierras, dice “porque sabíais que teníais bienes mayores”. Ese saber que tenemos bienes mayores es lo que nos puede dar la esperanza. Nuestra esperanza no está en vivir mucho. Nuestro Dios no es la salud. Nuestro Dios es Dios.

La salud es un bien, pero sabemos que es un bien pasajero. Y nuestro Dios es sólo Dios, que está con nosotros 24 horas al día, 60 minutos cada una de esas horas y 60 segundos cada uno de esos minutos, porque ni una milésima de segundo se aparta el Señor de nosotros. “No somos gente -dice al final de la Primera Lectura- que se arredra para la perdición”. Somos hombres de fe que aguardan la salvación de su alma. El Salmo, también… “encomienda tu camino al Señor”. ¿Cómo podemos hacer nuestra esta palabra? Confía en Él y Él actuará, “hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía”. El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano. Pero, de nuevo, no busquemos sólo al Señor como un instrumento para asegurarnos la salud. Le pedimos que nos libre siempre. La Iglesia, también en la liturgia de la Misa, pide que nos libre del pecado y también de todo mal. Pero, en primer lugar, del pecado, porque ese es el verdadero mal, y luego que nos proteja de toda perturbación, y a veces las perturbaciones son un bien, porque nos hacen acordarnos de Dios y que descubramos quién es Dios. Pero, “si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano”.

Y luego, las parábolas éstas, todas las parábolas de Jesús son una invitación a la esperanza. A pesar de que haya semilla que cae en el camino o semilla que cae entre zarzas, o semilla que cae entre terreno pedregoso, hay semilla que cae en tierra buena y produce 30, o 60 o el ciento por uno. La de hoy nos recuerda que la vida es un milagro, y por mucho que científicamente podamos describir lo que pasa con la semilla, lo cierto es que uno planta una semilla y lo que crece es otra cosa. Y crece sin que el agricultor sepa cómo crece, es decir, es Dios quien da el crecimiento, es Dios quien hace el milagro de la vida, por lo tanto, uno puede vivir despreocupado.

Dice, “él duerme de noche y se levanta por la mañana”. “En paz me acuesto- dice un Salmo- y enseguida me duermo, porque Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”. Yo sé que esta noche en Atarfe o en Santa Fe ha habido personas que han dormido en los coches. Dios mío, y lo comprendo perfectamente. Si uno sabe que está en el corazón de una situación peligrosa, no tiene por qué acomodarse a ella o no resistirse o no buscar los modos de protección, pero que nuestra confianza plena y verdadera está sólo en Dios.

Las cosas de este mundo, la vida misma, es un don. La vida en este mundo es un don pasajero. La vida en Dios es un don eterno. Y esa no nos la negará el Señor, porque el Señor cumple sus promesas. ¡Lo mismo el grano de mostaza! Lo que planta el agricultor es una cosa bien pequeñita, y luego eso se convierte en un arbusto. La idea de que los pájaros del Cielo pueden anidar a su sombra es una idea repetida a veces, una imagen a la que recurren muchos escritos judíos, para decir que los gentiles vienen a buscar refugio, consuelo, ayuda en la Alianza del Pueblo de Dios. Pero, también, de nuevo, lo que plantamos es una cosa muy pequeña y lo que resulta es otra cosa, y eso no está en nuestra mano. Nosotros no somos los dueños. No somos los dueños de la realidad. No somos los dueños de nuestra vida. No somos los dueños de la Historia. No somos los dueños del mundo.

Ha habido gente que ha llamado a las instituciones de la policía o de la administración diciendo “díganos cuándo va a ser el próximo terremoto y qué intensidad va a tener para saber si podemos quedarnos o no podemos quedarnos”. Dios mío, vivimos sobre la Tierra, conocemos que el amor de Dios es fiel, que su misericordia es infinita y vivimos en paz. “En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque sólo Tú, Señor, me haces vivir tranquilo”.

Que el Señor nos conceda la paz que brota de la certeza de que tenemos Su amor y Su amor es la roca que no se mueve. Los cimientos de la tierra se mueven, pero la roca, que es el amor infinito de Dios, no se mueve ni la mueve nada ni nadie, jamás.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

29 de enero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

Escuchar homilía