Fecha de publicación: 15 de febrero de 2022

El sacerdote Miguel Romero Rojas nació en Coín (Málaga), formado en los Seminarios de Málaga y Granada, fue ordenado e incardinado en la Iglesia de Granada el 14 de junio de 1936. En un periodo vacacional visitó su pueblo natal, su parroquia era la de San Andrés donde actualmente una placa conmemorativa recuerda a los fieles su martirio.

Fue detenido en el domicilio familiar y conducido a prisión donde fue todo un ejemplo de entrega a los demás reclusos, como pertenencias solo tenía su Rosario y un crucifijo. El 11 de agosto, fue conducido al martirio que se produjo en la “Fuente del Sol” en la carretera a Cártama, donde después de varias torturas y humillaciones recibió un disparo que acabó con su vida.

UN JOVEN MÁRTIR DE CRISTO

Para su familia este acontecimiento marcaría un antes y un después. Especialmente para su madre, Fuensanta, que tenía verdadera “veneración por él”. También para sus dos hermanas, Soledad, que era modista, e Isabel, madre de D. Miguel Cuadros Romero, sobrino del mártir.

“Mi abuela, mi tía y mi madre querían muchísimo a Miguel. Yo especialmente me crié con mi tía Soledad, la abuela Fuensanta tenía unos ojos azules preciosos, desde el asesinato de su hijo su mirada estaba perdida, sufrió mucho con su muerte”, afirma el sobrino del mártir.

Cuando se le pregunta por cómo era el joven mártir no duda en recordar con alegría las anécdotas que siempre escuchó en su familia sobre el Siervo de Dios: “Mi tío destacó por su bondad, por el darse mucho a la gente tal y como hizo cuando lo metieron en la cárcel, en su casa de Málaga mi abuela contaba que desde la escalera solía dar sus sermones, eran buenas predicaciones”, asegura.

LA GRACIA DE LA BEATIFICACIÓN

Para D. Miguel Cuadros la principal enseñanza del testimonio de vida de su tío mártir es que “debemos ser más generosos, y tener una vida más sencilla. La beatificación solo ha hecho incrementar mis sentimientos de admiración por él, desde luego me gustaría parecer a él”, resalta.

También añade que “es un orgullo a la vez que un sentimiento de alegría y tristeza, por lo que significa la beatificación, por cómo murió, por lo joven que era, por las injusticias que una guerra civil conlleva, más allá de las ideologías políticas. También pienso en mi abuela, mi madre y mi tía, todo lo que sufrieron, me pregunto cómo se sentirían de poder estar en este momento, aunque lógicamente están de otra manera. La verdad es que nunca pensamos que se podría reconocer el sacrificio de un sacerdote tan joven”, afirma Miguel, que espera ilusionado la celebración de la Beatificación a la que acudirá con otros miembros de la familia.

María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social