Fecha de publicación: 15 de febrero de 2018

Queridísima Iglesia del Señor; 
muy queridos miembros del equipo de gobierno de la Real Federación de Hermandades y Cofradías; miembros y Hermanos Mayores, miembros de los equipo de gobierno de cofradías;
hermanos cofrades;
hermanos y amigos todos:

Un año más no concede el Señor la gracia, como todo en la vida es gracia, de ser testigos, de escuchar esta poderosa llamada a la conversión que la Iglesia hace, no al mundo, sino a sí misma, cada año al comienzo de la Cuaresma. Es un tiempo de gracia. Es un tiempo de retorno al Señor, de vuelta al Señor; de vuelta de la mirada al Señor, a Dios.

La verdad es que tantas cosas en el mundo en que vivimos ahora mismo nos invitarían, del mismo modo que nuestra propia conciencia, a decir “necesitamos a Dios”. En el mundo en el que estamos cada vez es más patente: “Necesitamos a Dios”. La pérdida –no de la cercanía de Dios, porque Dios está siempre cerca de nosotros y está cerca de todos, también de los que no creen, también de los que son enemigos de la Iglesia o de la fe-, nosotros no nos damos cuenta, pero vivimos al margen de Dios, o poniendo en otros bienes la esperanza de nuestra plenitud y de nuestra felicidad. Eso genera insatisfacción; genera corrupción, en muchas direcciones y muchos ámbitos; genera violencia, que nos escandaliza a veces por su monstruosidad, pero que llena muchas veces la vida cotidiana de las personas, una especie de crispación, de desajuste, de desengaño, de desasosiego, de ansiedad. Diría: a veces, uno percibe en la vida cotidiana de las personas, de las familias, de los lugares de trabajo, una especie de irritación con la vida, que muchas veces no es más que la expresión exterior de una irritación que uno tiene con su propia vida, con uno mismo, con su historia, o con personas muy cercanas; esa irritación con la vida tiene todo que ver con un alejamiento de nuestras vidas de Dios, un poner a otras cosas en el lugar de Dios.

La llamada a la conversión me resonaba a mí muy fuerte pensando en este día y pensando en la llegada de la Cuaresma y de la celebración del Misterio Pascual en la Semana Santa. Señor, tendríamos que ayudarnos unos a otros a descubrir que Tú eres realmente el único bien que necesitamos; que Tú eres verdaderamente tan importante en nuestras vidas como el aire para respirar, para nuestros pulmones, porque sin Ti nos perdemos. Sin Ti, algo pasa que se desmanda, que se desequilibra, que se nos pierde nuestra humanidad. Y lo que perdemos es precisamente es eso, nuestra humanidad. Se deteriora, se empobrece, se empequeñece, nos hacemos mezquinos, montanos una gresca o una bronca a veces por cosas insignificantes o muy pequeñas. Pero que, de nuevo, refleja, no tanto un error de apreciación, cuanto heridas que los seres humanos llevamos en el corazón y que nosotros no sabemos curar, ni las de otros muchas veces, ni desde luego no sabemos curar las nuestras. Sólo el Señor sabe curarnos. Sólo su misericordia, su perdón. Sólo un camino de conversión y de penitencia es capaz de devolvernos el gusto por la vida, el afecto a nosotros mismos y a los demás, la alegría de la Buena Noticia de que somos amados por Dios, de que mi pequeñez tan pobre, tan insignificante en la historia, tan pequeña, es infinitamente amada por el Señor, que ha entregado a su Hijo por puro amor al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

Que el Señor nos conceda la gracia de emprender este camino. Es un camino que pasa por cosas concretas. La Iglesia nos propone tres realidades, tres prácticas, que son las tres bastantes sencillas y conocidas de todos: la oración, el ayuno, la limosna-la caridad. Están las tres enlazadas. Incluso el ayuno si uno no se priva de alimentos o algo así, puede ser un bien para aquello de lo que se priva para dárselo a algunas personas. Y si podemos darlo de forma concreta, porque conocemos a alguna familia, porque conocemos algún comedor, porque conocemos alguna realidad donde se atiende a necesitados y podemos llevar físicamente nuestra presencia y nuestra ayuda, nuestra colaboración, mejor. Ahí se unen ayuno y caridad.

Un rasgo son esas tres prácticas. No pido que seamos como los monjes contemplativos cistercienses o cartujos en nuestro vivir, ni el mundo en que vivimos, ni lo que Dios espera de nosotros. Para nosotros, la oración es un instrumento. Un instrumento de qué. Es como la calefacción. ¿La calefacción es el objetivo de una casa? No. La calefacción de una casa es poder vivir a gusto en la casa, poder sentirse a gusto en el hogar. La calefacción sirve para tener la temperatura que permita no estar tiritando de frío, no estar distraído justamente porque uno está pensando en el frío que hace. La oración es lo mismo. La oración no es una meta en sí misma. La oración es un instrumento de que nuestro corazón se ablande, de que nuestro corazón viva en la caridad teologal, viva en el amor de Dios. Y ese amor no puede ser mas que difusivo de sí mismo en la caridad a nuestros prójimos. Cinco minutos de oración al día, cinco minutos de silencio para decirLe: Señor, te abro las puertas de mi corazón, ten piedad de mí, perdona mis pecados. Nada más.

Ser serios con el ayuno. Yo sé que en nuestra historia en España, por circunstancias muy especiales, hemos perdido prácticamente la costumbre del ayuno. Y sin embargo, es una costumbre sana, que nos fortalece.

Segundo rasgo del camino penitencial, del camino de la Cuaresma. Vivirlo en presencia de Dios. Es a lo que nos recomendaba el Evangelio. “No seáis como los hipócritas”, nos dice el Señor. Hacerlo en presencia de Dios. Alguien que daba un consejo muy práctico en este sentido: haz todos los días un gesto de amor a alguien que pienses de tu entorno que no se lo merece. Es un ejercicio espiritual fantástico. ¿Por qué? Porque eso es lo que Dios hace conmigo cada segundo de mi vida: amarme sin condiciones cuando no lo merezco en absoluto. Sostenerme en la vida cuando no tengo ningún derecho a ella y no lo merezco en absoluto. El ejercicio de decir: haz un gesto de simpatía, de sonreír, de dar la mano, de decir “cómo estás hoy”. Un gesto de ese tipo los 40 días de la Cuaresma, y la Pascua nos vendrá con gratitud; la gratitud de haber crecido como personas, porque somos más parecidos a Dios, porque nos parecemos un poco más a Dios y nuestro amor y nuestras vidas tienen la libertad y la gratuidad propia de quienes somos imagen de Dios.

Que el Señor nos escuche, nos perdone y nos impulse en este camino precioso de penitencia, que nos permita desbordar de alegría cuando llegue la Pascua de Resurrección.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

14 de febrero de 2018
S.I Catedral

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