Nos encontramos ante las cuartas elecciones al Parlament de Catalunya en los últimos 7 años: un dato significativo que puede ayudarnos a renovar nuestra forma de hacer política. Estamos en una de las situaciones de crisis política y social más aguda desde la restauración de la Generalitat: instituciones intervenidas, cargos electos cesados y en prisión, más de 2000 empresas que han trasladado su sede social fuera de Catalunya e indicadores económicos poco halagüeños.

1. El bien común requiere acoger la diversidad y la complejidad
La situación actual no satisface a nadie. La deriva política de estos meses ha roto la convivencia en todos los ámbitos: se han generado heridas en el seno de algunas familias y se han suscitado rencores e incomprensiones entre amigos y compañeros de trabajo. Un cierto malestar se ha instalado en la sociedad. Desde distintas posiciones, muchos viven angustiados, con resentimiento por la injusticia y con temor ante el futuro. Tendemos a pensar que el causante de nuestro malestar siempre es el “otro”, que impide que se realice lo que cada uno quiere. Buscamos culpables al malestar que anida en el fondo de nuestros corazones. Convocar de nuevo a las urnas a la espera de un resultado que permita un escenario más sereno era necesario, pero no resolverá los problemas de modo automático. Necesitamos reconstruir la concordia, la paz y la confianza que permiten llevar a cabo una obra común. Si los agentes políticos se limitan meramente a convertir su relato en vencedor y a buscar su legitimación hegemónica, sin atender las necesidades reales de las personas, es muy posible que el conflicto social y la desconfianza en la clase política se cronifiquen.

El pasado 1 de octubre el Papa Francisco señalaba que “la armonización de los propios deseos con los de la comunidad hace el bien común. […] Sin perseguir con constancia, esfuerzo e inteligencia el bien común, tampoco el individuo podrá gozar de sus derechos y realizar sus nobles aspiraciones, porque faltaría el espacio ordenado y civil para vivir y trabajar”. El bien común, al que debería tender la acción política, requiere mirar y acoger la diversidad y la complejidad de la sociedad catalana e identificar las necesidades presentes y las urgencias comunes a todos. En estos momentos estamos necesitados más que nunca de “la buena política; no de la que es
sierva de las ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de interés. Una política que no sea ni sierva ni patrona, sino amiga y colaboradora; no temerosa o imprudente, sino responsable y por lo tanto valiente y prudente al mismo tiempo” (discurso en Cesena).

2. Partir de lo que hemos aprendido en este tiempo

a) La importancia de leer los anhelos humanos.
En la reivindicación política de gran parte de la sociedad catalana subyace el deseo que todos tenemos de cumplimiento, de una vida buena, de la pertenencia a un pueblo, de la construcción de una nueva sociedad más justa. Cuando nos preguntamos e interesamos por el “otro”, siempre se descubren en él puntos de verdad que nos abren a nuevos procesos y se establece la posibilidad del diálogo que
permite la verdadera política.

b) El otro es más que su perfil y sus declaraciones en las redes sociales.
Los medios de comunicación y las redes sociales parecen mostrar fracturas insalvables.

Sin embargo, en nuestra convivencia cotidiana, en la familia, el estudio o el trabajo, nos sorprendemos queriendo compartir la vida, también con quien piensa distinto. Más que en los eslóganes políticos, es en los gestos sencillos de la vida común donde podemos descubrir un camino a seguir. Quien es diferente no es un enemigo a eliminar: también trabaja para sacar adelante a su familia, se enamora, sufre, educa a sus hijos como puede, quiere una convivencia estable y duradera, y desea la paz.

c) La necesidad de diálogo.
El diálogo, no como la contraposición de razonamientos y pareceres inmutables, no como la búsqueda de equilibrios, sino como la posibilidad de dejar que las razones propias se enriquezcan, se maticen, e incluso cambien, al encontrarse con las razones del otro.

d) El perdón y la misericordia como factor de construcción.
Ningún ámbito de convivencia –familia, amigos, trabajo– se sostiene en el tiempo sin el perdón. Urge recuperar la experiencia humana que permite el perdón también en el ámbito de las relaciones sociales y políticas.

e) El valor de la tradición recibida.
Cualquier propuesta de novedad política debe partir del legado recibido, incluso para modificarlo. La tradición y las instituciones vigentes contienen la riqueza de la convivencia de quienes nos han precedido y de las conquistas que han surgido de sus consensos. Es propio de una sociedad vital trabajar para la mejora de la vida común. Por ello se deben promover diálogo y la construcción común, partiendo de la propia historia.

3. La posibilidad de cambio empieza en la persona
El pasado 1 de octubre, Francisco decía: “Es necesario relanzar los derechos de la buena política, su independencia, su capacidad específica de servir al bien público, de actuar de tal manera que disminuya las desigualdades, promueva el bienestar de las familias con medidas concretas, de proporcionar un marco sólido de derechos y deberes –equilibrar unos y otros— y de hacerlos eficaces para todos” (Discurso en Cesena).

El bien común se reconoce en el trabajo conjunto, en el ponerse manos a la obra unos con otros. Por ello, en estas elecciones, el voto debería tener especialmente en cuenta las propuestas con mayor capacidad para el diálogo y el encuentro, con una tensión mayor para comprender la situación de las personas, sus problemas y necesidades reales. Propuestas que, alejándose de la confrontación, estimulen la creación de espacios de convivencia, de trabajo común y de construcción social.

El 21-D votaremos a las puertas de la Navidad, en la que celebramos una novedad siempre presente: el Misterio que viene al encuentro del hombre, se hace compañero de camino, servidor de todos, introduciendo con su presencia el perdón, la atención a la necesidad de cada persona y la confianza en la humanidad para afrontar sus propios problemas. Haciéndose pobre como nosotros, Dios hace posible que los hombres de toda condición y creencia puedan imitar su proceder: sin obligar a nadie y sin destruir su mundo, inicia un proceso que lo cambia y lo renueva. Se trata de una revolución que empieza en la propia persona.

Comunión y Liberación Catalunya
Diciembre 2017