Fecha de publicación: 22 de julio de 2020

Estudió en el Seminario de San Cecilio, residiendo en el Colegio de San Fernando. Fue un alumno muy brillante que, terminada la licenciatura en teología, hizo tres años de Derecho Canónico. Su primer destino en Alfornón, su pueblo, lo simultaneó con los tres cursos de Derecho.

Después fue coadjutor y párroco de Lújar, párroco de Alboloduy y párroco y arcipreste de la Iglesia Mayor de la Encarnación de Loja. Era un sacerdote devoto, austero y caritativo. Un ministro del Señor bueno, sabio, humilde y prudente, un anciano de aspecto pacífico y venerable. Un hombre de paz que facilitaba, como arcipreste, las relaciones entre el clero de las tres parroquias de la Ciudad. Sus feligreses veían que el Siervo de Dios era un enamorado de la Eucaristía que pasaba grandes ratos de adoración ante el sagrario. Su vida virtuosa dejó en Loja un recuerdo lleno de veneración.

Tuvo la posibilidad de abandonar Loja y le ofrecían un camión para ello en el día decisivo para la ciudad que fue el 23 de julio de 1936, pero él decidió permanecer en su parroquia. Quemado el templo, buscó refugio en casa de un médico amigo donde, días después, fue descubierto y detenido. Durante tres días estuvo en la cárcel hasta que el 8 (ó 9) de agosto, fue fusilado en el cementerio de Loja, con otras seis personas. El Siervo de Dios dijo: Quisiera de todos estos morir yo el último. Y sucedió como él quiso: fue dando la absolución a cada uno y finalmente murió gritando: ¡Viva Cristo Rey! Ante su entereza, los asesinos volvían al pueblo diciendo: ¡Vaya con el viejo! ¡Qué valor ha tenido! Sus restos reposan en el cementerio de Loja sin identificar. Tenía 69 años.