CARTA DEL ARZOBISPO DE GRANADA
A LOS FIELES CATÓLICOS DE LA DIÓCESIS

Cuando llega el mes de febrero, cada año llama a nuestra puerta la Campaña contra el Hambre que promueve la Asociación de la Iglesia “Manos Unidas”. Por diferentes caminos eclesiales y sociales llega la generosidad de muchas personas a Manos Unidas, una obra de manos grandes de la Iglesia en España destinada a socorrer, en la medida de nuestras fuerzas, a los más pobres del mundo. Desde hace más de sesenta años esto viene sucediendo así, y año tras año Granada ha ido asumiendo y atendiendo los proyectos que le eran asignados.

En este año la llamada de los pobres del mundo es mucho más fuerte, tiene que ser mucho más fuerte, por necesidad. Han surgido nuevas necesidades, y las habituales se han hecho más graves y dolorosas. Es verdad que entre nosotros, y con frecuencia muy cerca de nosotros, sentimos las diferentes formas de pobreza que la Iglesia —el pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo— trata de atender lo mejor que puede. Es admirable la abundancia de iniciativas de ayuda que están naciendo en la comunidad eclesial, con una generosidad y una creatividad grandes. Damos gracias a Dios por ello. Y sin embargo, no podemos olvidar a los que sufren hambre por todo el mundo, de unas maneras y con pobrezas que nos resulta difícil siquiera imaginar. Ni podemos ni queremos olvidarlos. Ellos son destinatarios, también de muchas formas, de la acción caritativa y promocional de la Iglesia, que, sin embargo, no llega, como es comprensible, a todos los lugares y a todas las necesidades. Aquí se inserta la obra de Manos Unidas, que ha sido siempre un aldabonazo fuerte en nuestro contexto cultural y eclesial. Debe seguirlo siendo.

Es verdad que en todo el mundo la pandemia ha multiplicado las necesidades, y los proyectos que tiene asignada nuestra Diócesis se han revestido de una urgencia y de una gravedad especiales. Y, por otra parte, el estado de alarma, con las limitaciones que impone, va a hacer difícil la organización de actos de presentación de la Campaña, encuentros de oración y otras iniciativas, así como la cuestación habitual en el ámbito público. Y sin embargo, insisto, como en otras dimensiones y en otras tareas de la vida de la Iglesia, estas dificultades no tienen que hacer disminuir la generosidad de nuestra aportación a los más necesitados del mundo. Al revés. Si uno de los frutos más amargos de la pandemia es la tentación de recortar nuestra humanidad, mediante el miedo y la desconfianza, hemos de resistirnos con todas nuestras fuerzas a esa reducción. Y el mejor modo de que nuestra humanidad no se empequeñezca es que nuestra sensibilidad hacia los más necesitados y nuestra generosidad crezcan.

La “economía” que nace del Evangelio (la ley —nomos— de este hogar —oikos— que es el mundo), sólo será una economía plenamente humana si tiene como horizonte último y como tendencia la gratuidad como forma y estilo de vida: “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10, 8).

En este contexto preciso, suplico a las parroquias, comunidades, asociaciones, hermandades, colegios de la Iglesia y otros lugares en los que se reúnan fieles de la diócesis, que presten una atención especial a la Campaña de este año de Manos Unidas. Incluso sugiero que la cuestación o colecta de las parroquias o en otros lugares, allí donde el párroco lo vea conveniente, se extienda, no sólo a este domingo (14 de febrero), sino también al domingo siguiente (21 de febrero), de forma que los fieles tengan más tiempo para sumarse a la Campaña contra el hambre en el mundo. Nuestras carencias y necesidades, por grandes que sean no son, no pueden ser, una excusa para no ser generosos desde nuestra pobreza. Recordemos el episodio evangélico del óbolo de la viuda (Lc 21, 1-4). Y recordemos también que el Dios Vivo no se va a dejar ganar en generosidad por ninguna criatura.

El lema de este año es, de manera expresiva, CONTAGIA SOLIDARIDAD. Necesitamos un contagio de solidaridad, de fraternidad, de amor a la gratuidad. Y no sólo en virtud de las muchas necesidades que tiene el mundo y que acaso en parte podemos paliar, sino también por nosotros mismos. Porque sólo ese contagio puede remediar o aliviar el mal más grande que este mundo tiene, que tenemos también nosotros, y del que seguramente todos estamos contagiados de una u otra forma, que es una vida sólo orientada a la avaricia, a la pasión de acumular. Esa pasión mata. Mata a muchos en los lugares más pobres y necesitados, pero mata al mundo entero, nos mata también a nosotros mismos. La Campaña de Manos Unidas nos da la ocasión de “remar” un poco en dirección contraria, de remar hacia un mundo mejor y una vida más verdadera. Abramos nuestro corazón a aquellos pobres que, aunque estén lejos físicamente, no pueden estar de nuestro corazón, unidos como estamos en el Cuerpo de Cristo y en el Corazón del Padre.

Con mi afecto y mi bendición,

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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