Muy queridos hermanos y amigos: “Paz a vosotros”. Así́ saludó el Señor resucitado en su primera aparición a sus discípulos el Día de la Iglesia Diocesana para agradecer el regalo que es esta familia eclesial, para interceder por ella su crucifixión y su muerte. “Paz a vosotros”. Así́ os saluda vuestro obispo y pastor en este momento de pandemia en que una minúscula criatura está sacudiendo tan y para colaborar con sus fuertemente los cimiento de nuestra vida y de nuestro mundo.

Todavía no hemos asimilado lo que nos está sucediendo. Necesitamos tiempo y perspectiva. Pero en medio de tanto sufrimiento, sabemos que Dios nunca nos ha abandonado ni lo hará. Él está con nosotros más que nunca, alentando nuestro día a día y suscitando iniciativas nuevas. También sabemos que Él nos habla a través de los acontecimientos y es necesario discernir, a la luz del Espíritu Santo de Dios, personal y comunitariamente, lo que nos está queriendo decir.

La Iglesia, como familia de los hijos de Dios, se convierte ahora más que nunca en un “hospital de campaña”, en palabras del papa Francisco, donde sanar las heridas. En cada diócesis, esto es, en cada Iglesia particular, se hace realidad todo el misterio de la Iglesia. Por ello nuestra querida Iglesia que camina en Granada, unida a sus Iglesias hermanas, las otras diócesis de España, celebra el domingo 8 de noviembre el Día de la Iglesia Diocesana para agradecer el regalo que es esta familia eclesial, para interceder por ella y para colaborar con sus necesidades. Nuestra misión de llevar a los hombres la Buena Noticia con obras y palabras al estilo del Señor se hace ahora más urgente.

Somos un Pueblo bimilenario arraigado por toda nuestra tierra granadina: Alpujarras, Costa, Vega, Valle de Lecrín, Montes orientales, Alfaguara, el Temple, así como la ciudad de Granada y sus pueblos de alrededor. Somos el Pueblo santo de Dios 
y, aunque también ahora tenemos miedo y sufrimos, llevamos un misterio de comunión en nuestro ADN. Comunión imprescindible como nunca para ayudarnos a crecer y edificar un mundo más fraterno. Recibimos del cielo el eterno intercambio amoroso
que se da en Dios, Uno y Trino, que pasa
a nosotros como un torrente inagotable impidiendo que nuestras vidas se estanquen y se conviertan en pozas mortecinas.
Llevar a nuestros semejantes esta identidad comunitaria de la Iglesia como familia –de que somos los unos parte de los otros, de que nos pertenecemos, de que el bien de cada parte coincide con el bien del conjunto y viceversa, de que somos miembros un
solo Cuerpo cuya cabeza es Cristo–, esa es
la nuestra gran misión y nuestra mayor aportación hoy a nuestro mundo. Quien quiera salvarse solo se perjudicará a sí mismo y dañará a sus hermanos.

Es el momento de sumar cada uno, de aportar tiempo, cualidades, apoyo económico y, sobre todo, oración. Tenemos esperanza porque llevamos el amor de Dios siempre nuevo y renovador; y esta esperanza no defrauda porque está puesta en Dios, que hace grandes cosas mediante la humildad de sus siervos.

Os invito a tomar conciencia de quiénes sois: la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5, 13- 14), como dijo el Señor a sus discípulos. Sois cristianos, sed cristianos.
Contad con mi bendición y oración por vosotros.

Francisco Javier Martínez Fernández
Arzobispo de Granada