Nació en la ciudad de Tilburgo, en Holanda. De pequeño no puede estudiar y tiene que quedarse ayudando a su familia junto a sus hermanos. Desde pequeño no deja de decir que quiere ser sacerdote y finalmente, a los veinte años, inicia sus estudios en el seminario. En 1841 se ordena sacerdote y parte como misionero a la colonia holandesa de Surinam, para iniciar una vida que duraría hasta el final de sus días.

Su territorio pastoral son los grandes plantíos al lado de las riveras de la colonia. Allí predica y administra los sacramentos. Sus cartas narran su indignación ante el trato duro que recibían los esclavos africanos. Por supuesto aprende el idioma de las gentes y les ayuda también a salir de situaciones de esclavitud, desde la prostitución hasta el alcoholismo.

En el 56 se le destina a Batavia, una población que tiene un campamento lleno de leprosos. Allí se entregará a ellos, preocupándose no solo de ejercer su oficio pastoral, sino también de curarlos personalmente ante la negligencia de los servicios sanitarios holandeses.

En el 66, Donders, con 55 años, pide ser admitido en la Congregación Redentorista después de que ésta llegara a la colonia para hacerse cargo de la misión. Ya con 74 años regresa a la capital Panamaribo para seguir adelante cuidando de indios, esclavos y leprosos, enseñando, predicando, confesando y enterrando.

En el mes de enero de 1887, afectado por una nefritis, empeora su salud drásticamente. A su hermano, el padre Bekkers, “ten aún un poco de paciencia. Moriré el viernes a las tres”. Y así fue, entregando su vida al Padre el día 14 de enero.