Natural de Aosta en 1847, después de que hubieran fallecido prematuramente dos hermanos anteriores. El trabajo de sus padres, comerciantes y propietarios de un negocio de costura, le permitieron disfrutar de una vida holgada y sin sobresaltos. Su madre falleció cuando tenía 5 años y su padre envió a los dos hijos a casa de unos parientes suyos.

Otros familiares maternos establecidos en Donnas reemplazaron a éstos en la delicada tarea educativa, un vaivén que no fue gravoso para los pequeños a los que no faltó nada.
A los 11 años Julia se trasladó a Besançon, a un pensionado francés que regían las Hermanas de la Caridad fundadas por santa Juana Antida Thouret. Aunque podía haberse acostumbrado a las separaciones familiares, no era el caso, y nuevamente sufrió con ésta. La falta del calor que hubiera podido tener junto a su padre y hermano, la hallaba en Jesús. Cuando cumplió los 16 años su padre contrajo nuevo matrimonio. Los problemas de convivencia enturbiaron su vida. Por suerte, las Hermanas de la Caridad abrieron casa en la localidad y Julia poco a poco fue conociendo más de cerca su forma de vida, con lo cual, cuando su padre le mencionó la posibilidad de contraer matrimonio ya había decidido ser religiosa.

El 8 de septiembre de 1866 inició el noviciado en Vercelli, en el convento de Santa Margarita. Su padre no se opuso y la acompañó ese día; una vez más, la separación fue dolorosa para ella. Pero la serenidad que halló en el monasterio inundó su acontecer de alegría y le reportó la paz que no había conseguido antes. Decidida a luchar para alcanzar la perfección, suplicaba: “Jesús despójame de mí misma y, revísteme de Vos. Jesús por ti vivo, por ti muero”. Al profesar tomó el nombre de Nemesia en honor a una santa mártir, con el anhelo de entregar su vida a Cristo siéndole fiel hasta el final. Fue destinada a Tortona. Y allí impartió clases de lengua francesa a escolares de primaria y a otros alumnos de cursos superiores.

Pronto destacó por su bondad y generosidad no solo en su cercano entorno religioso y académico sino en todos los demás. Los que habían constatado su capacidad para suavizar las aristas del sufrimiento y las carencias: pobres, huérfanos, familias, soldados e incluso los sacerdotes del seminario, se sentían tratados por Julia de una forma singular, reclamaban su presencia y agradecían su atención. Da idea de esta convicción común el comentario popular: “¡Oh, qué corazón el de la hermana Nemesia!”.

A los 40 años de edad fue nombrada superiora. Fue bondadosa y comprensiva, paciente y sutil. Supo consolar y acompañar a cada una de sus hermanas dando el consejo certero que convenía a su psicología. A todas alentó a vivir la virtud.“La santidad no consiste en hacer muchas cosas o en hacer grandes cosas, sino en hacer lo que Dios nos pide hacer, y hacerlo con paciencia, amor y sobre todo en la fidelidad como es nuestro deber, fruto de un gran amor”, dice.

En 1903 abandonó Tortona, donde llevaba treinta y seis años, y partió a Borgari. Allí su forma de trato, tan estimado por sus novicias, no era compartido por la superiora provincial, mujer inclinada a la rigidez y a la exigencia desmedida. Pero la beata acogió en silencio y sonriendo las reprimendas y humillaciones que sufrió. Permaneció allí trece años. Alrededor de 500 religiosas fueron formadas por ella. Murió el 18 de diciembre de 1916 de una pulmonía.