Fecha de publicación: 27 de junio de 2021

Margarita Bays nació en La Pierraz, en el cantón suizo de Friburgo, en 1815. Segunda de siete hijos de una modesta familia campesina, hacia los 15 años comenzó con su aprendizaje de costurera, actividad que nunca abandonó, practicándola tanto en casa como a domicilio.

La nueva Santa, sin embargo, también se sintió inclinada hacia la oración y a una vida de recogimiento. Todos los días rezaba el Santo Rosario, participaba en la Misa y se detenía a contemplar el Santísimo Sacramento, invitando a rezar a todos los que encontraba por trabajo, así como a la familia. También se comprometió en la parroquia, donde pasaba todo su tiempo libre: enseñaba catecismo a los niños, visitaba a los enfermos, cuidaba a los pobres, a todas las personas que, en su opinión, eran las “favoritas de Dios” por ser indefensas. Por esta vida de apostolado activo fue acogida en la Tercera Orden Franciscana, hoy la Orden Franciscana Seglar, en 1860.

Mucha gente le pregunta a Margarita, dadas sus inclinaciones, por qué no entra en un convento, pero ella sabe, en su corazón, que su lugar está en casa y que su camino a la santidad es su servicio diario a su familia. Y esta no siempre le facilitó las cosas: cuando su hermano mayor se casó con su doméstica Josette, durante años tuvo que sufrir el acoso de su cuñada que no entendía su vida de oración mientras ella se veía obligada a trabajar en el campo. Margarita soporta todo con silencio y cuando Josette se enferma, al punto de morir, sólo querrá tenerla cerca. Con los otros miembros de la familia Margarita es paciente, acoge a todos y cuida de todos: de su hermana que regresa a casa después de un matrimonio fracasado, de un hermano que terminó en la cárcel y de un sobrino nacido fuera del matrimonio de cuya educación se ocupará precisamente la tía Margarita.

En 1853 Margarita fue operada de cáncer intestinal. Los tratamientos eran muy invasivos, así que empezó a rezar a la Virgen rogándole que la curara para que sufriera de otra manera. Quedó satisfecha el 8 de diciembre de 1854, mientras en Roma el Papa Pío IX proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción. A partir de ese día, Margarita quedó ligada para siempre a la figura del Cristo sufriente en la cruz: se le aparecieron los estigmas que sabiamente ocultó de las miradas indiscretas, se enfermaba misteriosamente los viernes y, durante la Semana Santa, experimentó la experiencia del éxtasis. El dolor se hizo cada vez más intenso, hasta que Margarita puso su vida en manos del Padre el 27 de junio de 1879. Los feligreses y todos los que la conocían y la amaban se decían entre sí: “Nuestra Santa ha muerto”.