Fecha de publicación: 17 de julio de 2020

¿Cómo fue su llamada?
Desde pequeño me inclinaba por el sacerdocio. En la parroquia donde yo estaba, siendo yo monaguillo, pasaban varios curas y a mí me llamaba la atención lo que esos curas hacían. La llamada la recibe uno en su corazón, en su interior. Como nos han dicho estos días las lecturas: hay que saber escuchar con el corazón. Puede que no haya sonido pero sí escuchas con el corazón, sí que hay sonidos.

De estos 50 años podría llevar ya 52, porque hubo un año que perdí por estar enfermo y otro en el obispo tuvo al curso sin ordenar, porque estaba recién llegado. Además había terminado de hacer magisterio y ese año estuve sustituyendo a una maestra en una escuela. Cuando terminé, hablé con el obispo y me dijo que podía ordenarme. Me ordené de diácono el día de San Pedro y en el mes de octubre, el día de las misiones, fui ordenado como sacerdote. Yo me ordené en mi propio pueblo, Benalúa de las Villas.

¿Qué es lo que más le sorprende de estos años como sacerdote?
Ahora me sorprende la juventud, que va a menos. Lo que mejor recuerdo de mis años en los pueblos son mis encuentros con la juventud y lo bien que estuve con los jóvenes que había. Ahora no hay manera de echar mano a la juventud. Se cree poderosa en todo y pasan de Jesús, no voy a decir que no tengan fe. Tienen fe a su estilo, a su manera. Eso es lo que echo de menos estos años, porque los primeros años yo tenía mucha juventud en las parroquias y me ayudaban muchísimo. En Albolote tuve un grupo de jóvenes que me ayudaba en todo, en Loja también, pero cuando vine aquí al centro de Granada ya no los encontraba. Hay alguno que otro, pero nada. Los peor que se ve es que pasan. No sé los tiempos modernos que tenemos ahora…

¿Cómo recuerda sus años de seminario?
Los recuerdo como años muy buenos. Estuve en el seminario menor y en el superior, y tuve a quien más quería: D. Manuel Pérez Martínez, que estuvo de rector en el mayor. Mi sacerdocio se lo debo a él, porque me acogió con mucha alegría cuando yo ingresé. Me ayudó muchísimo y siempre estuvo conmigo. Tuve algún contratiempo con él pero me fue muy bien.

¿Cómo trascurrieron los primeros años de sacerdote?
Pues tuve un contratiempo muy gordo. Estaba de coadjutor en Montefrío y, de allí, me mandaron también como coadjutor a Iznalloz. Cuando estaba en Iznalloz, apenas una semana después fui con el párroco a vacunarnos del cólera. Pasaba un poco como ahora con la pandemia que tenemos. Fuimos a vacunarnos los dos y al final acabamos en un bar tomando una cerveza con el médico y el practicante. Estando allí, el médico salió porque uno que emigraba a Francia le pidió un certificado de que estaba vacunado del cólera, para que lo dejaran pasar la frontera. Mientras se fue para allá, uno que se la tenía sentenciada al médico y al practicante, llegó con una escopeta y mató al practicante. El médico no estaba. El que había a continuación del médico, era el párroco, y éste actuó: “¡hombre, pero qué has hecho?”. Entonces ese hombre, nervioso, el tiro que tenía para el médico se lo dio a él. Murieron los dos: el párroco y el practicante. Llevaba yo solo ocho días en el pueblo. Me quedé solo en la parroquia y estuve esos tres meses solo.

¿Cómo fue su predicación de aquellos años?
Yo soy muy efusivo, yo predico la verdad y no me tapo de nada. A la imagen del Cristo en Colomera lo quieren mucho y yo recuerdo que una vez monté un Vía Crucis por el barrio de la Iglesia, que es un barrio muy pobre que hay debajo de la Iglesia. En la estación de la Verónica que limpia el rostro del Señor, yo tenía ante mi a todas las autoridades del pueblo. Había uno que era general del Franco. Entonces, dije: “aquí una mujer valiente salió y limpió el rostro de Jesús. A ver si hay hoy otras mujeres valientes que limpien el rostro de este Cristo que tenemos en este barrio”. Eso al ayuntamiento le molestó mucho y me acabaron mandando a la Guardia Civil, que me estuvo buscando al día siguiente, Sábado Santo. Cuando me encontraron les dije que no me arrepentía de haberlo dicho y que si se daban por ofendidos que lo que tenían que hacer era limpiar el barrio. Yo era así en aquellos entonces y tuve otros pequeños enfrentamientos.

¿Qué consejo le daría a quien pueda estar planteándose el sacerdocio?
Con todo el que se encuentra conmigo y les veo inclinaciones, les digo que para mí es el mejor camino. Que hay contratiempos, no cabe duda, y el sacrificio lo llevas. El Señor nos dice en el evangelio: si no cargas con la cruz no eres digno de mí. Y el camino es cargar con la cruz. Y la cruz, si la cargamos siguiendo a Jesús, no pesa. Esa es la verdad. Porque la que él llevó sí que pesaba y, por mucha carga que lleve la que nos toca a nosotros, no pesa, y la gran alegría de ser sacerdote la tienes siempre. Eso no cabe duda que no falla.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación
Arzobispado de Granada