Fecha de publicación: 4 de junio de 2020

En esta jornada se nos recuerda que la vida de oración es algo “escondido” de todo y de todos, pero que al mismo tiempo está presente en todo y en todos, ¿cómo puede ser esto?

Lo primero que me viene a la cabeza con eso son los pastorcitos de Fátima, en cómo la oración de estos pequeños cambió el curso de la historia.

Yo creo que lo vivimos en nuestras vidas. La oración nace en el corazón del hombre y tiene una repercusión en el universo, en todo lo que existe. Nos da la comunión entre nosotros y eso es visible, es sensible, lo vemos, lo experimentamos. Sabemos cómo nos sostiene la oración de los unos por los otros y, al mismo tiempo, yo creo que nos conduce, nos da la verdadera caridad, que tiene tantas manifestaciones concretas.

Por tanto, lo que pasa en lo oculto, que casi no se ve ni se sabe a la vista de otros, al final se manifiesta, ves sus frutos.

¿Cuáles son las mayores distracciones que puede tener uno en una vocación como la vuestra?

Creo que depende, pues variamos tanto y las circunstancias varían tanto. Estamos siempre en evolución en la vida, en las situaciones, lo que te rodea… pueden ser tan diferentes. Yo considero distracción en realidad a todo lo que me aparta del centro, de lo esencial, de la vida con Jesús. Para mí la pregunta sería “¿cómo salir de ellas?”, y en mi experiencia yo veo que, lo que ayuda mucho, lo que a mí me sostiene y es mi fuerza y mi apoyo, ¡es confiarme a la oración de los demás!, la oración fraterna. Dios también es el sostén del gran apoyo de la comunión fraterna y de la corrección fraterna, que siempre es una ayuda para escapar de las distracciones, de las trampas y los desvíos.

Haberlas siempre las habrá pero tenemos el apoyo y el sostén de los demás, de la Iglesia, para reconducirnos y volver a centrarnos en lo esencial, sin perder el rumbo.

¿Crees que cada persona tiene un modo particular de hacer oración?

¡Pues claro! Es verdad que está la oración litúrgica que nos une a todos y que todos, con la Iglesia, rezamos juntos en comunión. Ahí está el texto, la Palabra de Dios, y nos unimos.

Pero hay tantas oraciones como personas. Existen tantos tipos de oración porque cada uno somos únicos. Estamos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto con una relación única, preciosa y personal con Dios. Yo también veo cómo el Señor, el Espíritu Santo en nosotros, crea este deseo de relación con Dios.

Todos somos capaces de esta oración. A menudo, cuando vamos de misión, las personas nos paran por la calle y desean confiarnos algo que llevar a la oración, una intención, una preocupación. Nos dicen: “rezad vosotras, que estáis más cerca, que lo hacéis mejor”. Es verdad que evidentemente rezamos por todo lo que se nos pide, faltaría más, pero yo siempre les digo que todos somos capaces y que Dios quiere también este diálogo personal con cada uno. A él le interesa lo que nos ocupa, lo que nos preocupa.

Creo que para la oración lo que se necesita es un corazón sencillo y confiado, que sabe que habrá un Padre bueno, que es Dios, y dejarse llevar por el Espíritu Santo. Todos somos capaces de esta oración y de este encuentro personal con el Señor.

Volviendo un poco la vista atrás, ¿cuál dirías que ha sido tu mayor dificultad durante el tiempo de noviciado o durante estos últimos años a la hora de responder a tu vocación?

Yo siempre digo que los mayores obstáculos nunca han sido las cosas concretas de nuestra vida, en mi caso, lo que el Señor me pide: vivir el carisma de oración, de pobreza, de vida fraterna… El problema no es tanto exterior o las cosas a “cumplir”, sino interior. El obstáculo siempre viene desde el interior, desde mi pecado, mis debilidades, los falsos ideales o todas las exigencias que traes por tu cultura, por tu historia. En mi caso, eso es lo que ha sido más difícil o lo que se oponía más a la gracia de Dios.

A mí me ayudó muchísimo una palabra de Doroteo de Gaza, padre del desierto: “tu hermano es tu médico”, y yo lo creo de verdad. Te dice esto porque en realidad tu hermano, o esa persona que nos molesta o que nos hace la vida más complicada, en realidad me revela algo que hay en mí que tiene que ser sanado, purificado o curado. El hermano me está revelando el obstáculo que en el fondo no está fuera, sino dentro de mí.

La gracia que yo pido siempre para mí es no desanimarme. Incluso el desánimo sería un orgullo para nosotras. Lo que descubro que es un obstáculo en mí es algo que todavía tiene que ser sanado, con sencillez, con confianza, poniéndolo a la luz de Dios. “Perdóname, Señor, por tu misericordia soy capaz de ver esto ahora. Perdona, ven a sanarlo, dame la gracia”, y así seguir avanzando.

La vida así es preciosa porque estamos en camino siempre. Esto de la conversión no se acaba cuando ya llevas quince años en una comunidad. La conversión y la vida en el Señor es muy dinámica y vamos siempre de camino hacia el Cielo. Por lo tanto, esto es un avanzar, avanzar… Incluso en el Cielo seguiremos avanzando en el conocimiento y en el amor del Señor.

La Jornada Pro Orantibus vuelve a ponernos a María como referente después de un mes mariano como es mayo, ¿por qué es tan importante la Virgen en la vida contemplativa?

La Virgen María es importante en la vida contemplativa y en la vida de cada cristiano. Jesús nos da a su madre. “Mujer ahí tienes a tu hijo”, y luego le dice al discípulo, “ahí tienes a tu madre”. Yo creo que en realidad la Virgen María es madre y es maestra. Ella como nadie ha aceptado la palabra divina y la voluntad de Dios. Para nosotros es como un garante. Ella nos va a conducir siempre por el camino, dejándonos hacer por la Palabra y, con un corazón sincero, que en nosotros se cumpla la voluntad del Señor. Es maestra y es madre.

Yo personalmente también veo la fuerza que tiene la Virgen María de protección. Ahí está una de las oraciones cristianas más antiguas: “bajo tu amparo nos acogemos…”. En momentos difíciles, de prueba, de sufrimiento, de duda, “invoca a María”, como decía San Bernardo. Yo veo cómo ella realmente nos cubre bajo su manto y no hay fuerza del mal que pueda contra nosotros. Ella es la mujer del Apocalipsis que vence al mal y nos da su paz. Ella nos la comparte.

Es madre, es protectora y es maestra. Se puede decir que lo es todo para la vida contemplativa y para la vida de la Iglesia.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación Social
Arzobispado de Granada