Fecha de publicación: 19 de diciembre de 2013

 

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en la Casa de las Hermanitas de los Pobres, con motivo del 150 aniversario de su llegada a la Diócesis de Granada.

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Jesucristo, muy querido D. Daniel, queridas hermanas, querido representante del excelentísimo ayuntamiento que nos acompaña también esta tarde:

Es muy fácil dar gracias por un acontecimiento del pasado cuando ese acontecimiento sigue vivo, cuando las gracias que damos son gracias por una realidad presente. En realidad, sólo el presente -decía un pensador del siglo XIX, pero famoso e importante- tiene la capacidad de mover nuestro corazón.

Sólo cuando nosotros podemos reconocer la obra de Cristo en nuestras vidas, cuando nosotros podemos reconocer el bien que es su Presencia en la vida -en el corazón, en nuestra mirada sobre las personas, sobre el mundo, sobre nosotros mismos- somos, entonces, capaces de comprender ese tesoro que tiene su origen en lo que estamos a punto de celebrar en los próximos días. Eso es lo más precioso porque es lo que llena la vida de alegría, de sentido, de gratitud.

En este contexto, dar gracias por la llegada de las Hermanitas a Granada es algo bien sencillo porque se encarna en esa misma gracia que el Señor ha sembrado en la tierra con su venida, y es una gracia que sigue viva, que sigue despertando nuestros corazones, haciéndonos gozosa y posible la entrega de unos por otros, el amor de unos a otros, el poder vivir la vida con la certeza de que tiene un sentido, que no determinamos nosotros, que no nos lo fabricamos nosotros, que no es un sueño de nuestro pensamiento ni de nuestro corazón, sino que es un sentido objetivo que nos viene dado, que es una experiencia de gracia bellísima. Y la certeza y la experiencia de esa gracia nos hacen confiar, anhelar realmente la vida eterna que es nuestro hogar, que es nuestra casa, que es el lugar a donde pertenecemos, el lugar para el que hemos sido creados. Y mientras vamos de camino, pues estamos de camino, como los caminantes que se ensucian los zapatos o las botas y les duelen los pies y cuando llegan al final del día están muy cansados y agradecen el calor y los brazos abiertos que te aguardan, o la cena que está humeando en la mesa, y el cariño en definitiva: es decir, vivir es dirigirnos hacia nuestra casa, nuestra casa es el Señor.

Y todo lo que hay de bello y de bonito en la vida -y es muchísimo-, todo lo que hay de amor no como sentimentalismo, sino como verdadero gesto de gratuidad de unos para con otros es fruto, está puesto en nuestro corazón, todos anhelamos eso. Todos los seres humanos anhelamos ser amados y ser amados sin límites, lo cual quiere decir con mucha capacidad de perdón y de misericordia, es decir, ser objeto de esa misericordia.

Y todos comprendemos que un mundo con amor es un mundo más bello que un mundo de rencillas, de divisiones, de envidias, de peleas de unos con otros. Pero no somos capaces de hacerlo, por lo tanto siempre que hay un amor de verdad -no me refiero al mero sentimentalismo incluso a la atracción inmediata de los amigos; los amigos son amigos cuando los ha probado la vida, de la misma manera que un matrimonio es matrimonio y una familia es familia cuando lo ha probado la vida, cuando a pesar de las muchas dificultades, allí permanece esa llamita que a lo mejor parece muy frágil y muy pequeña pero que nada puede romper, entonces es cuando sabe uno aquí hay amor de verdad-, siempre que aparece, siempre que se manifiesta, tiene que ver con el Señor. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Casa de las Hermanitas de los Pobres de Granada
18 de diciembre de 2013

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