Fecha de publicación: 9 de julio de 2018

Querida Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy querido D. Juan, deán de esta catedral;
queridos hermanos y amigos todos:

Las lecturas de hoy lo que nos pone ante los ojos es un hecho que ha acompañado a la Iglesia desde sus orígenes. Es una cierta persecución. Si uno lo piensa, apenas ha comenzado la predicación evangélica en el mismo Jerusalén, la muerte de Esteban. Y a raíz de la muerte de Esteban, habla de una persecución que se desató por toda Judea. Y eso tiene lugar seis o siete años después de la muerte de Jesús. Una persecución por toda Judea que hizo que los cristianos se dispersaran, con lo cual el nombre de Jesús y el nombre de cristiano llegó mucho más lejos, hasta Antioquía, casi en la frontera con la que es la actual Turquía, y a Damasco, porque las pequeñas comunidades se dispersaron por la persecución. Y cuando uno mira la historia de la Iglesia, descubre que la persecución la ha acompañado casi siempre. Y en los tiempos de persecución es cuando la Iglesia ha sido normalmente más feliz, más fecunda, más verdadera. (…)

Decía un Padre de la Iglesia que las persecuciones a la Iglesia son siempre un bien porque le quitan al árbol las hojas secas y, entonces, el árbol puede ser visto con la belleza que tiene. Pero es que las lecturas de hoy nos hablan que la relación de Dios con los hombres ha sido siempre así. Y siempre hay alguna razón que justifica el escándalo. El escándalo no es el mal ejemplo. Así lo venimos entendiendo porque nuestra vida de relación con Dios ha quedado reducida a la vida moral en los últimos siglos. El escándalo es una piedra de tropiezo en el camino, algo que te hace tropezar en la fe. Eso es lo que significa escándalo, propiamente dicho. Entonces, ¿por qué se escandalizan de Jesús si es el hijo del carpintero, el hijo de María?, ¿cómo es que este hombre habla de que la promesa de los profetas y que el Reino de Dios viene con él? Y Él les decía: atended a los signos, atended aquello que muestra que el Espíritu Santo está en mi. De Jesús dijeron muchas más cosas. De Jesús dijeron que era un comilón y un borracho. Porque es verdad que entraba en las casas de los pecadores y comía con ellos. Algunos eran pecadores muy pobres, otros eran pecadores muy ricos. Zaqueo era un hombre de negocios, podría ser un banquero de los importantes en la Judea del tiempo de Jesús. Pero aquel hombre tuvo curiosidad de ver a Jesús y Jesús no tuvo el menor empacho en decir en público “Zaqueo, hoy quiero hospedarme en tu casa”. Eso para un judío era una piedra de tropiezo, porque la Ley prohibía entrar en las casas de los pecadores públicos, y un publicano (el hombre que recaudaba los impuestos del paso de las mercancías para entrar o salir de la ciudad) era por definición un pecador público, en cuya casa no se entraba porque uno quedaba impuro. Jesús entraba en sus casas, comía con ellos, les ofrecía el perdón del Señor como lo ofreció en aquella sinagoga en la que predicó, de tal manera que una mujer pecadora (podría ser la mujer de un publicano o la mujer de un pastor) se sintió tan conmovida que entró en la casa del fariseo y se puso a besar los pies de Jesús y a enjugarlos con su llanto de la alegría de haber sido perdonada. Probablemente, esa relación con los publicanos y pecadores le llevó a Jesús a la muerte, por hacer algo que estaba como prohibido, profundamente prohibido en la mentalidad farisea en tiempo de Jesús; y por hacerlo sobre todo en nombre de Dios, con lo cual se atribuía una autoridad que le ponía a Él mismo por encima de la Ley de Dios. (…) Siempre habrá motivos. En Jesús no había ninguno, pero los encontraron.

En la Iglesia muchas veces los hay. Y de esos tenemos que pedirle perdón al Señor y de esos son de los que nos purifican cuando vienen los tiempos de persecución. Pero es casi el estado normal de la vida de la Iglesia. No hay que buscar la persecución, pero cuando el Señor dispone que venga de una manera o de otra… si es una gracia de Dios, porque Dios no da nunca nada que no sea lo mejor. Y es verdad que las persecuciones purifican la vida de la Iglesia. (…)

En el lenguaje cristiano uno percibe ahora mismo como una especie de temblor y de facilidad para el lamento para quejarse de la situación histórica que viene. Quien viene en las circunstancias en que viene es siempre Jesucristo a descubrirnos nuestro verdadero ser, nuestra vocación y a darnos la vida eterna. Por lo tanto, nada que temer de la historia, nada que temer del curso de la historia. Tampoco hay que darle demasiada importancia al curso de la historia, porque quienes manejan esas cosas del curso de la historia se creen que tienen mucho poder y que pueden hacer mucho daño. Y son normalmente sinvergüenzas. Es el Señor el único que dirige el curso de la historia. Y el curso de la historia lo lleva siempre el Señor y lo conduce siempre para nuestro bien. Por lo tanto, ¿sustos por la historia? Los justitos.

El Señor nos prometió varias veces: “Dichosos vosotros cuando os persigan, cuando os insulten, cuando hablen mal de vosotros por mi causa. Dichosos vosotros. Alegraos y regocijaos. Porque lo mismo hicieron con los profetas. Y porque vuestros nombres están inscritos en el libro de la vida. Alegraos, regocijaos”. Segundo: “Si a mí me llamaron demonio (belcebú), a vosotros qué os van a llamar”. Si al dueño de la casa le insultan, qué van a hacer con los que trabajan en su casa. Pues, lo mismo. “Si el mundo me ha odiado a mi, también os odiará a vosotros”. ¿Tenemos que vivir asustados? No. Tenemos que vivir en la alegría de que nuestras vidas están edificadas sobre roca. ¿Cuál es esa roca? El amor infinito y fiel de Jesucristo. No hay otra roca. (…)

¿Dónde podemos encontrar palabras de vida eterna fuera de Ti? En ningún sitio. Por tanto, miedo a la historia, no; mirar al Señor y edificarnos sobre el Señor, claro que sí y cada vez más, y que tu Gracia Señor supla nuestra debilidad con la fortaleza de tu Amor y tu Misericordia.

Vamos a profesar la fe.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

8 de julio de 2018
S.I Catedral

Escuchar homilía

Palabras finales antes de la bendición.

He dicho en la homilía acerca de la persecución. Necesita mil matices que vuestra inteligencia sabrá poner en ella. Por ejemplo, no significa en absoluto que haya que buscar o desear la persecución, ni para uno mismo ni para los demás. Pero cuando viene, uno le da gracias a Dios por la persecución como por todo en la vida. Habría que matizar muchas más cosas. Los “sinvergüenzas” que he dicho se refiere a aquellos que creen que controlan el curso de la historia. En primer lugar, son necios, por creerse semejante cosa. Y en segundo lugar, con mucha frecuencia, son unos sinvergüenzas.

Os doy la bendición