Fecha de publicación: 13 de febrero de 2017

Dos observaciones muy breves, y un poquito marginales, a lo mejor, a las lecturas que acabamos de hacer, pero que me parece que pueden ser útiles.

Era tanta la gente que Jesús necesitaba descansar, y entonces les dice a los discípulos: Vámonos a un lugar tranquilo y apartado a descansar un poco (no encontraban tiempo ni parar comer, dice). Normalmente, lo que se saca inmediatamente de esta frase es la utilidad de la soledad con el Señor, la utilidad de la oración. Cierto. Y además, cuando eso nos falta, se nos cae el tenderete a todos. La casa edificada sobre arena se nos viene abajo cuando llegan las tormentas. Por lo tanto, no quiero yo reducir nada de esa enseñanza, pero resulta que ellos habían planeado estar un poco a solas, y de repente, cuando llega, se encuentran, porque la gente se ha enterado, que aquello está lleno de gente y a Jesús se le conmueven las entrañas porque es el Hijo del Padre de la Misericordia, porque es la Misericordia misma y la Misericordia eterna. Y entonces, dice: Señor, Tú has previsto otra cosa. Y se pone a enseñarle muchas cosas, en lugar de hacer lo que había previsto, que era descansar un poco, sin duda porque lo necesitaba Él y lo necesitaban sus discípulos.

No hay madre de familia o padre de familia que no haya experimentado esto unas 150 veces al año, por lo menos. De haber hecho un plan para el fin de semana, de haber hecho un plan para las vacaciones, de llegar al sitio de las vacaciones y de repente el niño se te pone mal, y aquello va cambiando, y los 8 días o los 15 días o el fin de semana que tenías no se parece nada a aquello que tenías previsto.

Fijaros, un signo de madurez en la fe cristiana, y esto es una cosa de la que se habla poco explícitamente (por eso, yo os comunico un poco mi experiencia también): Poder decirLe que sí al Señor, a circunstancias que tú no has previsto, en lugar de tratar de que el mundo quepa en tus planes y de meter a toda fuerza al mundo en tus planes. Yo creo que es un signo de la confianza en el Señor, de la madurez en la vida cristiana, de una cierta madurez en la vida cristiana. Porque el Señor está en las circunstancias. El Señor está en todas las cosas. Pero ciertamente las circunstancias no quedan nunca fuera de Él.

Habíamos hecho el plan de que esta hermana fuera la directora del colegio, y 15 días antes tiene un accidente, aquel plan se viene abajo, ya no podemos contar con ella, o le han detectado algo que no puede ya hacer ese trabajo… Poder decirLe que sí al Señor cada minuto, por algo tan sencillo, pero que está tan en el corazón del Evangelio: y es que Dios es amor. Y que el Señor a ti, seas quien seas, y a mí, nos quiere tanto que nunca nos va a dar una piedra en lugar de un pan, ni una serpiente en lugar de un pescado. Nunca nos va a dar nada que no sea lo mejor.

Yo sé que en este día reflexionáis un poco sobre cómo vivir la misión que cada uno tenemos, en muchos casos además son misiones compartidas, en muchos sentidos. Parte de esa misión y parte, además, de que no se puede falsificar, es poder reconocer la Presencia del Señor y poder afirmar que uno pertenece al Señor, y que no hay mayor libertad ni mayor alegría que pertenecer al Señor, que decide, no yo, cuáles son las circunstancias de mi vida, la salud o la enfermedad, el que haya venido un director al colegio con lo bueno que era el que había antes, y que éste ni nos entiende, ni sabe de nada…, por ejemplo; o que el compañero de clase con el que tengo que compartir Sociales resulta que me hace “bulling” todos los días.

Poder reconocer en esas circunstancias que nada escapa (no cae una hoja del árbol sin que mi Padre del Cielo lo permita), y poder no hacer dueñas de mi vida esas circunstancias. Y nuestra vida es para darla, y si no la damos, nos empequeñecemos, nos vamos amargando. Uno es libre cuando puede levantarse contento y terminar el día dando gracias a Dios. No digo con esa contentura que da un día de excursión. Hay otro tipo de alegría, que es compatible con el dolor, que es compatible con el sufrimiento, pero que no nos puede arrebatar nadie. La condición de esa alegría, que es la alegría profunda, verdadera, grande, es el saber que uno pertenece al Señor. Y que el Señor, que es dueño de las circunstancias, dueño de todo, nunca me va a dar nada que no sea lo mejor, porque en cualquier circunstancia, lo que se me da es Él mismo, y está Él mismo allí.
¿Cuántas veces pensamos (eso nos pasa más a las personas consagradas) ¡ay, Dios mío, yo sería la religiosa perfecta o el religioso perfecto si no tuviera la comunidad que tengo y la superiora que tengo? Entonces, Señor, sí que me iba yo a querer bien y entonces sí que iba a ser un testimonio para todo el mundo. El Señor, seguramente, no quiere que seas la religiosa perfecto o el religioso perfecto, tal como lo has pensado. Es decir, te prefiere pudiendo decir: Sí, Señor, soy tuyo, con este contexto y en estas circunstancias.

Solo, la Carta a los hebreos, el texto de hoy es como el final. La Carta a los hebreos es el texto más elaborado retóricamente, literariamente. Es un texto exquisito de todo el Nuevo Testamento, exquisitamente escrito. En el Nuevo Testamento hay textos que tienen (por ejemplo, el Apocalipsis de San Juan) faltas de ortografía, tiene de todo, es un lenguaje muy popular; y la Carta a los hebreos es retóricamente exquisita, súper elaborada, súper construida, y está dirigida a un grupo de sacerdotes, probablemente, judíos a quienes la liturgia cristiana les parecía tan pobre, en relación con la liturgia que ellos habían conocido en el Templo de Jerusalén, y entonces el autor de la Carta a los hebreos lo que hace es un razonamiento usando todas las técnicas de ese mundo, donde todavía la literatura rabínica no existía, pero se estaba preparando, o sea, que usó su habitual tipo de razonamientos para decirles que mientras que el sacerdocio antiguo todo consistía en separarse del mundo, el sacerdocio de Cristo ha consistido en unirse a nuestra carne y a nuestra sangre, para participar de nuestra pobreza, ofrecer su vida a Dios, y así rescatarnos de la esclavitud del que por temor a la muerte nos tiene toda la vida viviendo como esclavos, para hacernos libres. Cuando uno cae en la cuenta de eso, por encima de los detalles de algunos párrafos que puedan ser más difíciles, se convierte en una Carta preciosa; y esa homilía acaba justo de terminar ayer con un canto de la fe de nuestros Padres, imitar la fe de Abraham, de Sara, de Jacob, de Aarón, de Moisés, y ahora viene este final.

Y en este final, yo me fijo sólo en dos cosas: Ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza; la alabanza nace de la gratitud. Lo que nos está pidiendo es vivir constantemente con un corazón que brota de la Eucaristía, del don que el Señor nos hace de Sí mismo en la Eucaristía, y que nos permite vivir contentos. No alaba a Dios mas que sólo cuando nace un niño, cuando este año las cosas han salido muy bien, o cuando un proyecto que haya hecho, o esta presentación que había preparado con tanto cariño ha sido un éxito, eso es lo que nos da normalmente, digamos, la alegría humana, bendita alegría humana. Esa alegría humana multiplicada porque el Señor es nuestro, se nos ha dado, se nos ha entregado, no nos va a abandonar jamás. Su Misericordia y su amor son fieles, permanecen para siempre. Nos abandonarán nuestros padres, nos pueden abandonar nuestros hijos, nos pueden abandonar los amigos, pero nuestro Padre no nos abandona jamás, y eso nos permite vivir con alegría. Y esa alegría es el sacrificio de alabanza; el sacrificio razonable, le llamaban también los cristianos antiguos a veces. “El fruto de unos labios que confiesan su nombre, y no os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente”, esos son los sacrificios que agradan a Dios. Es decir, vivir alabando a Dios y ayudándonos, porque somos todos pobres seres humanos en el camino de la vida (uno cojea de un lado, otro cojea de otro…). Y al revés, éste tiene estas cualidades maravillosas. Pues, en vez de tener envidia de esas cualidades, dale gracias a Dios por ellas, pégate a él, a ver si se te pega algo y ya está, disfrútalo. Disfruta que en nuestro cuerpo haya riquezas que yo no tengo, fantástico; haya carismas que yo no tengo, fantástico; si es que lo otro sería asfixiante. El Señor me ha dado lo que me ha dado: lo que me ha dado es lo mejor, y estos otros tienen esto otro: ¡qué bien!, ¡qué alegría!, que crezca, que florezca.

Vivir alabando a Dios con un corazón alegre lleno de la alegría del Señor, lleno de la gratitud por el don de sí mismo y ayudándonos unos a otros como podamos, en esta marcha por el desierto, en lo que nos aguarda es la tierra que mana leche y miel, os lo prometo. Y no nos aguarda al final del camino. En la medida en que acogemos a Cristo en nuestra vida y empezamos a vivir así, aquí, en medio de las mil dificultades que puede haber, las que uno se pueda imaginar, ya está: la tierra emana leche y miel, claro que está, está para nosotros. Y está para hacer de nosotros una cosecha de esas que cuando pasan, los que pasan, dicen: Esta es la heredad que ha bendecido el Señor, de pura belleza, la belleza de nuestra vida en común.

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

4 de febrero de 2017
Capilla del Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”