Es la última Lectura del Año Litúrgico, las Lecturas de la Eucaristía de hoy. Y pueden resumir lo que la liturgia trata de proponernos como actitud en la vida entera, de algún modo. Por una parte, la certeza de que el Señor viene pronto, viene de hecho constantemente a nosotros. Lo que nos da para que anhelemos Su Venida gloriosa, como decimos también en la Eucaristía. Pero en esa certeza de que viene constantemente a nosotros, nos alienta la mirada de la Jerusalén del Cielo, la mirada de esa fuente que brota de Dios. Nos alienta ese mundo en el que no habrá noche, ni habrá necesidad de lámpara o de sol, donde no habrá luto ni dolor, donde el Señor mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde sus fieles reinarán por los siglos de los siglos.

Sin embargo, al mismo tiempo, nos advierte el Evangelio: “Cuidad, cuidad de vuestra vida. Estad atentos, estad vigilantes”. Cuántas veces dice eso el Evangelio. “No os despistéis”, “tened vuestros ojos fijos en la esperanza que nos aguarda. Estad, pues dispuestos, vigilantes realmente, todo el tiempo”. “Que podáis escapar de todo lo que va a suceder”. Escapar no significa librarse; librarse de las enfermedades, librarse del paso del tiempo y de la vejez, librarse de las cosas que acompañan a nuestra condición mortal, sino escapar a que eso sea lo que nos domine, escapar a que eso sea lo que manda en nuestro corazón. Que nuestra única preocupación pueda ser eso, o la salud o el mantener un estatus o el mantener nuestras propiedades o nuestros bienes, porque todo eso está destinado a desaparecer. Sólo Dios es eterno y por eso dice “pidiendo que podáis escapar de lo que está por suceder y mantenerse en pie ante el Hijo del hombre, mantenerse en pie en el Juicio de Dios”. Al juicio de Dios no hay que temerle, porque es un juicio lleno de amor. Mientras que nosotros, cuando juzgamos a los demás, o incluso cuando nos juzgamos a nosotros mismos, si algo nos falta normalmente es el amor. Juzgamos a los demás justamente porque no les amamos lo suficiente y nos juzgamos a nosotros mismos, y nos machacamos a nosotros mismos también, porque somos incapaces de ver nuestra vida como Dios la ve, con el amor con que Dios la ve.

Que el Señor nos conceda eso. ¿Y cuál es la súplica de este tiempo? ¿Cuál es la súplica de los cristianos en la Historia? “Maranatha”, “Ven Señor Jesús”. Ven, ven a nosotros. Si Tú estás con nosotros… Sabemos que vienes, pero permanece con nosotros, quédate con nosotros, como decían los discípulos de Emaús, “que la tarde va de caída”. Y pártenos tu pan, pártenos tu cuerpo, de forma que nos sostenga cada noche, que nos sostenga en el camino de la vida.

Ayer estábamos comentando la palabra “creo” y quería yo hoy deciros acerca de Dios. Por supuesto que de Dios es casi inagotable lo que se puede decir, pero sólo os voy a decir una cosa: Dios no es una energía. Porque nuestras vidas son mucho más que una energía. Nuestras vidas, sólo el hecho de que somos capaces de amar y que somos libres, hasta para destruirnos. La división del mundo entre energía y materia es una división materialista, pero es muy fácil imaginarse a Dios y, de hecho, jóvenes y no tan jóvenes, cuando hablan de Dios hablan como si fuera una energía, la energía que mueve el universo. Pero una energía no es una persona, no tiene condición personal, y entonces no es capaz de dar razón de nuestro ser personal, que es un ser que busca el amor, que necesita el amor, que es capaz de recibir amor y de dar amor. Dios es muchas más cosas, por supuesto, pero, en definitiva, esa es una limitación de Dios. La otra es imaginarse a Dios un poco como el emperador de la “Guerra de las Galaxias”, alguien como un ordenador inmenso, tremendo, que maneja los hilos del mundo. De ahí nace una objeción. Si Dios es Todopoderoso y si Dios es esa especie de emperador que organiza, o de ingeniero, que tiene todo previsto y organiza todos los hilos del mundo, ¿cómo es que existe el mal?, ¿cómo es que existe sobre todo los males físicos, las catástrofes? El mal humano sí que se podría explicar de alguna manera. Aunque se podría decir también, ¿cómo es que Dios permite el mal? Pero eso todo brota de imaginarse a Dios como alguien que está fuera del mundo y que lo maneja, como un ingeniero que ha construido este mundo, como un mecano, y lo maneja.

Dios no está fuera del mundo, lo trasciende infinitamente, pero el mundo entero participa, las cosas todas participan del Ser de Dios. Y el mal, o nace de la libertad del hombre, o lo percibimos como mal, por ejemplo el mal físico, porque hemos perdido el horizonte de la vida eterna. En el horizonte de la vida eterna, ni siquiera el morir es un mal. Y otros muchos males, la inmensa mayoría de los males, nacen de nuestra libertad, son fruto de una especie de envenenamiento que tiene el aire que respiramos, que tiene nuestro corazón, y de ese mal participamos todos. Y de ese mal, del poder de que ese mal sea lo que nos determina, es de lo que nos arranca Jesucristo.

Hacemos la oración que hacíamos en el Salmo pidiéndoLe al Señor que venga y que Él nos dé la mirada sobre las cosas, la mirada sobre los seres humanos, la mirada sobre nosotros mismos que Dios tiene. Esa mirada de amor sin límites y de misericordia sin límites.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

28 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral

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